Por Carlos Rilova Jericó
El miércoles de esta semana, 19 de mayo, volverá a recordarse, casi seguro, uno de los hechos históricos que más han atormentado a la imaginación histórica española. Es decir: la Batalla de Rocroi que tendrá lugar, precisamente, un 19 de mayo pero de 1643.
Seguramente comprobarán este miércoles que no ha habido acontecimiento más sobredimensionado en la Historia española y europea relativa a eso que llamamos “Guerra de los Treinta Años”. En España se recuerda, en general, como una catástrofe enconada, una pérdida irreparable que todavía hoy, casi cuatro siglos después, se trae a colación desde el estupor y con los tintes más sombríos y amargos.
En definitiva, la versión más extendida de esos hechos, según he ido comprobando en una investigación que llevo realizando desde hace más de un año -y que ahora llega a su fin- es que esa batalla fue un golpe definitivo no a la dinastía austriaca que gobernaba en España en esos momentos, sino a todo ese país en conjunto. Y por los siglos de los siglos al parecer…
Desde un punto de vista histórico, estrictamente histórico, cuesta creer que esa interpretación, un tanto absurda, haya sido aceptada, endosada y rebotada de libro en libro, de novela en novela y hasta en películas durante ya cerca de 400 años.
Cuando el historiador se plantea razonablemente por qué después de ese día de 1643, en Rocroi, España no quedó arrasada -como Troya- por las victoriosas tropas francesas, empiezan a surgir las inconsistencias de ese relato tantas veces repetido, creído como un artículo de fe. Salvo por escasas excepciones, como comentaba hace un año el periodista César Cervera en el ABC, recordando Rocroi una vez más…
En otro correo de la Historia, el de 28 de octubre de 2019, ya señalaba que hay, en efecto, pocos colegas historiadores que se atrevan a desmontar esa incoherencia, ese desfase entre Rocroi como una victoria aplastante y una España que, con Austrias y Borbones, parece estar lejos de haber sido aniquilada después de ese día de 1643.
La clave de esa comedia histórica de los errores habría que buscarla en un artículo de Juan Luis Sánchez que citaba yo ese 28 de octubre pasado y analiza el verdadero fondo histórico tras ese sobredimensionamiento del hecho ocurrido en Rocroi un 19 de mayo de 1643.
Lo que Sánchez descubría en ese trabajo, titulado muy gráficamente “Rocroi, el triunfo de la propaganda”, era eso precisamente. Que Rocroi no era más que una campaña de Marketing urdida por un genio en esas lides: el cardenal Julio Mazarino, valido de la reina Ana de Austria (hermana de Felipe IV, el rey supuestamente aplastado por los hechos de Rocroi) convertida en reina viuda y regente de su hijo Luis XIV, por entonces menor de edad, un niño-rey…
En efecto, Mazarino vive en ese año en medio de una corte habitada por verdaderos chacales políticos. Es decir: la vieja nobleza francesa que quiere sacudirse los primeros conatos de Absolutismo urdidos por el recién fallecido Luis XIII y, sobre todo, por su implacable valido. Ese álter ego del conde-duque de Olivares descrito brillantemente por maestros historiadores como John H. Elliott, que le dedicó una vida comparada precisamente con la de Olivares. En esa selva oscura Mazarino debe buscar el modo de afianzarse, imitar al tigre, como dice el Enrique V de Shakespeare, urdir alianzas, mostrar que es más fuerte de lo que en realidad es.
Es así, nos dice Sánchez, como Rocroi, se convierte en una victoria fundamental cuando, en realidad, no fue más que una simple batalla más en la Guerra de los Treinta Años que Francia y España prolongarán once más a partir de su fin en 1648.
Una batalla en la que, además, ni siquiera se derrota a los Tercios Viejos al servicio de España. Algo que se ha convertido en el argumento imaginario con el cual justificar que Rocroi fue no una partida en tablas, sino la victoria aplastante que el cardenal Mazarino quiso que fuera.
Es cierto, nos dicen otros historiadores como Manuel Fernández Álvarez, que en Rocroi el uso que hace el joven duque de Enghien -el futuro Gran Condé- de la Artillería en la línea preconizada por el Ejército sueco, rompe las formaciones españolas, que quedan superadas por esa nueva táctica. Sin embargo, como también nos recuerda Juan Luis Sánchez, esa nueva forma de combate no debió ser tan eficaz cuando finalmente los oficiales franceses deben negociar con los tercios encastillados cerca de Rocroi no una rendición honrosa, sino una capitulación que permitía a esas tropas salir en triunfo del campo de batalla. Sin quedar sus efectivos como prisioneros de guerra, conservando sus estandartes y otros efectos de gran valor simbólico como sus tambores (llamados “cajas” en la época) y, por supuesto, todo su bagaje y armas.
No sólo eso, la capitulación permite a esas tropas desfilar a tambor batiente y bandera desplegada por toda Francia hasta la frontera del Bidasoa, donde cruzarán para llegar hasta la plaza fuerte de Fuenterrabía…
Sin duda, vistas las cosas así, Rocroi más que una derrota sin paliativos parece más bien una partida en tablas para ambos bandos y en el que uno de ellos, además, pasea por toda Francia ese triunfo relativo. En una sociedad como la europea del Barroco, en la que los símbolos son algo fundamental, tan reales como la realidad misma, es difícil creer que miles de franceses pensasen que en Rocroi se habían apuntado un tanto definitivo teniendo que ver pasar ante sus propias narices (por decirlo gráficamente) a cientos de soldados españoles desfilando armados, con sus cajas de guerra resonando y sus estandartes desplegados.
En el curso de mis investigaciones sobre Rocroi para ahondar más en lo que decía Juan Luis Sánchez en la suya, traté de dar -entre otros muchos documentos necesarios para reconstruir esos hechos- con el Libro de Actas de la ciudad de Fuenterrabía para ese año de 1643. Por desgracia no existe ya. Sin embargo sí se conserva en su rico archivo, entre otros muchos, el del año 1645 que, obviamente, recoge ecos de 1644 y aun de 1643.
En él, de manera bastante significativa, no hay referencias a una batalla ocurrida en Rocroi un 19 de mayo de ese año. No parece así que ese fuera un hecho ni relevante ni memorable para una fortaleza que debía ser de las primeras en soportar una ofensiva francesa. La que lógicamente debería haber seguido a esa especie de Waterloo para los Austrias españoles supuestamente ocurrido aquel día de 1643.
Es más, en el folio 21 de ese Libro de Actas de 1645 se recoge una curiosa petición de lo más reveladora, elevada por un capitán mercante francés que comercia con ese puerto guipuzcoano y solicita nada menos que un salvoconducto para poder volver con su barco y carga a Francia sin ser asaltado y capturado por corsarios al servicio de Felipe IV. Es decir: este documento nos muestra que, tres años después de Rocroi, la Francia de Mazarino está tan acorralada que ni siquiera tiene dominio militar sobre sus propias aguas territoriales, cruzadas por unidades al servicio de la Corte de Madrid que, evidentemente, paralizan el comercio francés a menos que cuente con permisos expedidos por las autoridades leales a Felipe IV. Sólo es un buen ejemplo, aunque hay más, que nos indica que, en términos históricos reales, un 19 de mayo de 1643, en Rocroi, no habría pasado nada significativo militarmente hablando.
La Historia posterior de España corroboraría ese extremo, demostrando también que el problema no ha sido tanto lo ocurrido en Rocroi, sino el disforme relato de esos hechos que se ha aceptado, sin revisión ni crítica histórica alguna, durante demasiado tiempo…