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Un casado del año II. Homenaje a Jean-Paul Belmondo (1793-2021)

Por Carlos Rilova Jericó

Esta semana pasada nos dejaba Jean-Paul Belmondo. Un actor francés, de la llamada “nouvelle vague”, o “nueva ola”, que nos acompañó a muchos durante muchos años.

Recuerdo la primera vez que vi una película suya, un verano ya lejano de finales de los años 70 en el que uno ya había llegado a la edad de apreciar la fina ironía de la película y otras virtudes suyas. Como la apabullante presencia de Jacqueline Bisset en el papel protagonista femenino.

La película en concreto -a la que ya he hecho alusión en pasados correos de la Historia- era “Cómo destruir al más famoso agente secreto del mundo” y en ella se parodiaba, desde la Francia post-De Gaulle, allá por 1973, las películas de James Bond a través de un escritor de novela barata que se veía a sí mismo como su propia creación: un cargante agente secreto internacional de puntería infalible y al que todo le salía siempre bien. Disfrutando además de incomparables paisajes exóticos como Acapulco. Sitios que el pobre escritor conocía sólo a través de enciclopedias con las que se documentaba en un gris París en el que parecía no dejar de llover nunca…

Desde aquel día, y con aquel buen recuerdo en mente, volví a ver muchas más películas protagonizadas por Belmondo. Como “Fin de semana en Dunkerque”, donde  interpretaba a uno de los miles de soldados franceses que tratan de huir de la Francia ya ocupada por los nazis en 1940,  “¿Arde París?”, dedicada a los últimos épicos momentos de esa ocupación nazi en la capital francesa, y muchas otras.

Hoy, como homenaje a tan recomendable actor, me gustaría, sin embargo, hablar de “Gracias y desgracias de un casado del año II”. Una de sus películas que he visto muchas veces, pues no he dudado en coleccionarla junto con otras que también llevan su firma.

De la película, si mal no recuerdo, me hablaron en la Universidad, hace ya años, porque, según se comentaba, en ella se veía perfectamente en qué había consistido la descristianización que los revolucionarios franceses habían aplicado desde 1792 en adelante.

Es en esa época en la que está ambientada esta película dirigida por otro Jean-Paul -Rappeneau en este caso- que, en clave de comedia, narra eso mismo, las gracias y desgracias de un casado del año II de la revolución francesa que descubrirá que esa revolución aporta ventajas -como la del divorcio- entre muchas otras desventajas y abusos a manos de los desaprensivos que surgen en esos momentos junto a los idealistas que se han alzado en revolución… para acabar con otros abusos anteriores.

En ese punto entra en escena un antihéroe, Nicolás Philibert, encarnado por Jean-Paul Belmondo, que, años antes de 1793, ha debido salir de Francia como polizón en un carguero con destino a los recién creados Estados Unidos.

Allí prosperará. Tanto que alcanza a casarse con la hija de un rico plantador. Matrimonio que no se consuma pues Philibert es acusado de bigamia ante el mismo altar. Un consiguiente escándalo que el rico plantador sólo ve una manera de arreglar: enviando a su casi futuro yerno a Francia con un cargamento de trigo que le permitirá introducirse en esa revuelta nación para arreglar el divorcio con su amiga de la Infancia. La misma con la que se había casado años antes, al salir huyendo de allí y que es interpretada por una agraciada Marlène Jobert.

A partir de ahí Nicolás Philibert irá de desgracia en desgracia, viéndose involucrado en intrigas que ya ni le van ni le vienen como ciudadano norteamericano, pero que son casi inevitables en aquella Francia del año II, el de 1793, en estado de guerra contra toda Europa y en la que unos se alimentan casi tan sólo de entusiasmo revolucionario, mientras otros se aprovechan de esa obnubilación política para alimentarse con cosas más sólidas… al amparo de la tricolor y la retórica revolucionaria.

De ese modo Nicolás Philibert pasa de ser acusado de agente contrarrevolucionario a héroe por haber traído un barco cargado de trigo. De allí, sin embargo, pasa, otra vez, a involucrarse en un complot realmente contrarrevolucionario, protagonizado por una bellísima Laura Antonelli -que sería pareja de Jean-Paul Belmondo en la vida real- convertida en diosa Razón al estilo revolucionario y que, en una ceremonia que tiene lugar en una iglesia desacralizada, debe matar al odioso y despótico representante revolucionario en la zona. Atentado fallido por culpa del pedernal de la pistola que el personaje de Laura Antonelli lleva oculto en sus ropas y que hace que Nicolás Philibert caiga nuevamente en desgracia por defender a la bella asesina en potencia. Lo cual le lleva a su vez a involucrarse, muy a su pesar, con los mostrencos contrarrevolucionarios, a los que sigue más por inercia que por convicción.

En un nuevo giro del destino, el personaje de Belmondo se reencontrará con su antigua mujer -y compañera suya desde la Infancia- con la que huye del campamento contrarrevolucionario en el que Rappeneau escenifica despiadadamente la decadencia de la vieja nobleza reaccionaria, rodeada de unos pobres “chouans” que parecen preguntarse si merece la pena defender a esos ajados nobles, que bailan el minué cortesano en el patio de una granja rodeados de gallinas y otra fauna rural que se inmiscuye en sus extemporáneas celebraciones.

De pelea en pelea y de huida en huida, Nicolás Philibert finalmente descubrirá que su futuro está en el Viejo Mundo, retomando su pasado donde lo deja justamente ante de huir a Estados Unidos. Tras su matrimonio con su vieja amiga y uniéndose a las entusiastas, si bien desharrapadas, tropas revolucionarias que combatirán con fulgurante éxito a las fuerzas de las monarquías absolutistas que tratan de imponer de nuevo el Antiguo Régimen en Francia.

Acaba así la película haciendo que se cumpla la profecía que una adivina zíngara le había hecho a él y a su amiga, acerca de que no se separarían nunca y que ella se casaría con un príncipe. Un asunto que, como nos dice el film, debe ser resuelto por las guerras napoleónicas en las que desembocan esas otras guerras revolucionarais donde, finalmente, Nicolás Philibert encuentra su destino perdido…

Acabo aquí, pues, recomendando ver cualquiera de las muchas películas de ese gran actor que nos dejó la semana pasada, pero especialmente esta “Gracias y desgracias de un casado del año II” con la cual Jean-Paul Belmondo nos legó una valiosa, divertida, y no por eso menos veraz, manera de acercarnos a comprender y conocer mejor qué fue la revolución francesa de 1789 que dio lugar a nuestro mundo actual y sobre la que se ha basado, después de todo, gran parte de nuestra felicidad y prosperidad.

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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