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Carlos Rilova

El correo de la historia

Fue en mayo de 1693. La ejecución del reverendo George Burroughs, de Salem

Por Carlos Rilova Jericó

Julio Caro Baroja decía que el tema de la Brujería lo había perseguido desde la primera vez que abordó el tema. Casi sin pretenderlo. Una persecución que, para él, fue de lo más remuneradora. Pues lo convertirá en uno de los pocos historiadores españoles que es un referente a nivel mundial. Precisamente en ese asunto de la Brujería.

En mi caso ha habido persecución por parte del tema, aunque sin tanto resultado. Debe de ser que con nuestro erudito beratarra, se cerró el cupo de “hispanos” a los que se iba a prestar oído en tema alguno.

Sea como fuere, lo cierto es que don Julio tenía razón (por lo que a mi experiencia respecta). El tema de la Brujería parece adherirse a los historiadores que topamos algún día con él. Por un azar u otro, de esos que otro gran historiador vasco -José Ignacio Tellechea Idígoras- atribuía al que llamaba arcángel de los archivos, que parecía guiar a cada uno de nosotros hacia esas cuestiones que llevaban siglos más o menos ignotas.

En mi caso debería decir que el tema parece que me echó el ojo siendo apenas un adolescente. Recuerdo -porque aún conservo esa publicación- que en la primavera de 1984 no pude resistirme a adquirir un ejemplar de una de las más conspicuas revistas de Historia que en este país han sido: “Historia 16”. Una auténtica joya bibliográfica hoy día y que en la estela -y formato- de revistas francesas como “Historia” (otra joya bibliográfica) prestó un gran servicio divulgando eso mismo: Historia, con una calidad más que aceptable.

En la portada de ese número de la primavera de 1984, se recogía un grabado en color donde se representaba la ejecución de varias acusadas de Brujería en la pequeña localidad de Salem, parte de la entonces provincia inglesa de Massachusetts.

Una vez licenciado yo, el viejo tema del que se hablaba en ese ejemplar de “Historia 16” volvió a visitarme, cuando di con un curioso caso en el archivo municipal de la hoy ciudad de Hondarribia de, más o menos, las mismas fechas en las que se celebraron los juicios de Salem ahora tan famosos.

A partir de ahí he hecho numerosas publicaciones. Ente otras toda una recopilación de esas investigaciones que editó, en euskera y castellano, en un solo volumen, el mismo Ayuntamiento de Hondarribia.

Era, en realidad, la tesina de mi doctorado y en ese libro se resumía todo lo que yo había recopilado e investigado sobre el tema en dos territorios vascos: el guipuzcoano y el vízcaino, entre fechas que iban desde el siglo XVI a comienzos del XIX.

Todo ello confirmaba lo que el mismo Julio Caro Baroja o Gustav Henningsen ya habían asentado en sus respectivas obras. Es decir: que en nuestras latitudes, bien lejos de Nueva Inglaterra, la Brujería había dejado de perseguirse desde el año 1615, cuando la denostada Inquisición española se puso cartesiana avant la lettre y decidió que esas denuncias eran quimeras, infundios, fantasías urdidas para perjudicar a un vecino molesto o a algún rival en cualquier otro aspecto de la vida cotidiana de aquel difícil siglo que algunos historiadores, como Henry Kamen, han calificado de “siglo de hierro”.

Cierto. La mayor parte de los casos con los que yo di en diferentes archivos, una vez que mi búsqueda empezó a ser sistemática, señalaba que quien acusaba de Brujería era quien comparecía ante el tribunal en calidad de acusado precisamente por la parte acusada de Brujería, que se consideraba insultada, deshonrada y herida en su fama pública de tal modo que su acusador debía disculparse públicamente y hasta indemnizar al más que presunto brujo o bruja.

Es ese un capítulo de la Historia de la Brujería muy poco conocido, muy específico, pero real. No voy a entrar aquí en agotadoras diatribas de sesgo político que se han planteado en torno a la Brujería como un “feminicidio” sistemático. Esa es una cuestión, que, más allá de militancias extremas que no tienen lugar -o no deberían tenerlo- en el campo de la Ciencia, ha quedado demostrado estar bajo la sospecha de un fraude historiográfico monumental perpetrado por Margaret Murray que, parece ser, fue la que dio pábulo a equivocaciones -también monumentales- como esas. Como ya demostró con bastante solvencia de historiador el profesor Carlo Ginzburg entre otros.

A ese respecto el ultrapopular libro del antropólogo Marvin Harris, “Vacas, cerdos, guerras y brujas” parece ser mucho más certero. Como en él se señalaba, hubo, principalmente, manipulación política del asunto para atenazar con el Miedo a toda la sociedad sobre la que caía aquella fiebre. Tanto a hombres como a mujeres. Era una cuestión, por tanto, más de rango social que de sexo. Y eso significaba que el uso de la Brujería, como indicaba Harris, era maquiavélico y transversal. Hay buenas pruebas de ambas cosas. En la Nueva España, más o menos de las mismas fechas en las que se celebraban los juicios de Salem, se acusó a Popé, un líder de las comunidades indígenas locales, de Brujería. Y se le persiguió por ello, pese a las sabias indicaciones que el inquisidor Salazar y Frías había dado desde 1615 en adelante.

Naturalmente interesaba verter esa acusación contra aquel indígena porque políticamente estaba sembrando una serie de inquietudes contra las autoridades españolas que a éstas, naturalmente, nada gustaban.

Con esos precedentes gente como Popé que, seguramente, seguía aferrado a su religión pagana, eran evidentemente carne de hoguera. Como así fue. Porque al estado le convenía.

Y Popé no fue el único varón perseguido en aquellas fechas en América por esa cuestión. Más al Norte del continente, en efecto, George Burroughs, sacerdote y, evidentemente, varón, también fue víctima de la histeria colectiva alentada por unas cuantas adolescentes en crisis existencial y cayó víctima de ella. Pese a su condición de hombre y de sacerdote, siendo, al parecer, el único clérigo ejecutado en Norteamérica hasta la fecha. Todo ello por acusaciones que hoy nos resultan absurdas. Como, por ejemplo, que se había librado de los ataques e incursiones de los nativos americanos, bastante descontentos con los invasores ingleses (casi tanto como Popé y los suyos con los españoles), tener una fuerza física que no se explicaba bien sin ayuda del Príncipe del Aire y otras cosas absurdas y lábiles tras las que, según todos los indicios de historiadores expertos en el tema como Boyer y Nissenbaum, estaba la mano del terrateniente Thomas Putnam, que supo dirigir muy bien la histeria y malignidad de su propia hija Ann contra aquel clérigo que, evidentemente, se había cruzado en su camino.

Así de sencilla, y compleja a la vez, resulta esa cuestión histórica de la Brujería más allá de interpretaciones que, como decía, tienen más que ver con pasiones políticas que con los hechos históricos tal y como han sido estudiados con criterio y rigor científico.

Hechos que no debemos olvidar cada vez que se hable de la Gran Caza de Brujas como ocurre en el caso de la ejecución del reverendo Burroughs, en agosto de 1692, antes de que en mayo de 1693 aquella bien dirigida locura colectiva fuera detenida.

Precisamente para salvar de la horca a la mujer del gobernador de la provincia de Massachusetts señalada ya con la misma acusación de Brujería que había sido fatal, en cambio, para el desdichado George Burroughs…

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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