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Carlos Rilova

El correo de la historia

La caricatura como documento histórico. Notas sobre la serie “Silicon Valley”

Por Carlos Rilova Jericó

Esta semana quiero hablar en este nuevo correo de la Historia de una magnífica caricatura: “Silicon Valley”. Porque esa serie, antigua ya, de 2014, es, aun así, un magnífico documento histórico. Como lo son todas las caricaturas, desde los tiempos de Cruikshank y las guerras napoleónicas.

En efecto, “Silicon Valley” es una caricatura de ese “Valle del Silicio” (hoy despeñado y quebrado financieramente) en la soleada California y de todo lo que allí ha ocurrido desde que los Gates, los Jobs -y otros menos famosos que ellos- salieron de sus respectivos garajes, a finales de los setenta del siglo XX, con una versión casi rupestre de ordenadores como éste, mucho más sofisticado, en el que escribo.

Así “Silicon Valley” bajo la apariencia de una serie de humor, llena de situaciones que -en efecto- provocan mucha risa, muestra un retazo de Historia del Tiempo Presente muy a tener en cuenta y que, a medida que van pasando los años (y más desde el 2020) se hace, creo, más imprescindible considerar, memorizar y aprender.

“Silicon Valley” y sus productores y guionistas, como modernos (e informatizados) Cruikshanks, Gillrays o Yefímovs, se burlan de los genios de ese “Valle del Silicio” y así, acaso sin pretenderlo, nos muestran una parte de la realidad, de nuestra realidad, que ya va siendo Historia y que, la verdad, tiene más de inquietante que de graciosa.

Sí, porque más allá del sarcasmo, la ironía, la parodia… que vemos en “Silicon Valley”, algo queda muy claro en esa serie: que, tal y como aparece escrito en su carátula, en ella se habla de personas capacitadas (por genio, por estudios…) para tener un gran éxito pero que, aun así, son las menos preparadas para poder gestionar con acierto (para ellos y para el resto del mundo) ese éxito que los ha hecho billonarios y, por lo tanto, casi omnipotentes (al menos hasta este pasado viernes…).

“Silicon Valley” se basa para contar esto en un patrón de relato tan viejo como la raza humana y que aparece recogido en el Motif-Index donde, años ha, se reunieron -con parsimonia y encomiable celo científico- todos esos patrones de relatos que los seres humanos nos hemos estado contando. Desde los tiempos en que nos reuníamos ante hogueras de campamento, hasta estos otros en los que vamos a un cine para que el señor Spielberg nos cuente lo mismo. Pero con naves interestelares, rayos láser e inacabables viajes por el hiperespacio.

Ese relato de “Silicon Valley” es el que el Motif-Index llama “el viaje del héroe”. Es decir, el de un pobre muchacho, un Parsifal, que, sin embargo, se alza sobre esa debilidad y, gracias a su genio y perseverancia, consigue convertirse en un héroe al que todos miran admirados, sorprendidos por el modo en el que ha superado todas las dificultades y se ha hecho con el Santo Grial buscado por otros que se creían mejores.

En “Silicon Valley” ese relato se adapta de la siguiente manera: Richard Hendricks un veinteañero ingeniero de sistemas flacucho, desgarbado, un dechado de eso que llaman ahora “friki”…, encuentra, sin embargo y casi por azar, lo que todo el mundo busca en Silicon Valley. A saber: un algoritmo que permite comprimir archivos de texto, sonido, imágenes… y transmitirlos, sin pérdida de datos y calidad, a gran velocidad, desde un dispositivo (teléfono, ordenador…) a otro.

Y ahí es donde entran en liza los grandes gurús de Silicon Valley. Gente que tuvo éxito en la época heroica del asunto, allá por aquellos años setenta. Como Peter Gregory y Gavin Belson. Ambos caricaturas mezcladas de los muy reales Steve Jobs, Bill Gates y el hoy tan aludido Elon Musk, con el que el personaje de Gavin Belson tiene un parecido físico que, probablemente, no es casual.

Tanto Gregory como Belson que, como antiguos camaradas en el negocio, se odian cordialmente, quieren apoderarse de la genial (y rentable) idea de Richard Hendricks y ahí, como en todas las series de HBO (que fue la que finalmente difundió el contenido de 2014 a 2019), empiezan a moverse mareantes cantidades de millones de dólares en torno a Richard y sus desmedrados compañeros y colegas en el asunto del casi mágico algoritmo de compresión.

Los productores y guionistas de “Silicon Valley” no ahorraron nada en ese punto. En la primera temporada (que es, que yo sepa, la única por ahora disponible públicamente en DVD) ya nos muestran a ambos gurús -Peter Gregory y Gavin Belson- como individuos anómicos, llenos de manías, bordeando el terreno de la locura megalomaníaca (Gregory, por ejemplo, se está haciendo construir una isla artificial justo en el meridiano 180, el punto de cambio de fecha mundial). Una locura que, además, es compartida por los que están por debajo de ellos en la cadena alimenticia de Silicon Valley. Por ejemplo por gente como el histriónico dueño del 10% de la genial idea de Richard Hendricks. Su patrocinador (y casero) T. J. Miller. Mediano millonario de la época de las empresas “punto com” (allá por los 90 del siglo XX) que ahora lidera a Hendricks y sus compañeros en una de esas incubadoras de Silicon Valley donde, se supone -o suponía- se fraguaba el inmediato futuro vía la enésima maravilla tecnológica que, al parecer, nunca acaba de llegar ya al filo de esta segunda década del siglo XXI.

T. J. Miller, lo mismo que Peter Gregory o Gavin Belson (aunque con menos dinero) quiere ser el nuevo Steve Jobs (jersey negro de cuello alto incluido) y aparecer ante la atónita audiencia de la vanguardia de Silicon Valley anunciando la cuarta revolución industrial. O la Quinta. O la Era del Exterminio de la Humanidad por la Cibernética. Lo que haga falta y pese a que Miller es un descacharrante cínico que se burla de todas esas empresas y “start ups” que dicen estar trabajando para hacer “un mundo mejor” con sus innovaciones tecnológicas. Esas que el ser humano habría estado deseando “desde el principio de los tiempos”…

En crudo esa es la gran lección histórica que muestra “Silicon Valley”, que perturbados de ese calibre se han hecho en el breve lapso de apenas cuatro décadas, entre los siglos XX y XXI, con el control de la Humanidad cuando, en realidad, ni siquiera saben dónde puede acabar su próxima idea demencial. Por muy rentable que parezca o por mucho que, desembolsando sus abultadísimas chequeras, puedan pagársela para hacer realidad el siguiente Parque Jurásico. O, quién sabe, la puesta en escena definitiva de atroces películas de ciencia-ficción como la postapocalíptica serie “Terminator”…

Sin ánimo de sentir nostalgia por la ardua vida del 90% de nuestros antepasados en lo que en Historia llamamos “Antiguo Régimen” (esos siglos anteriores a la revolución de 1789), “Silicon Valley” lleva a reflexionar, en efecto, sobre cómo es posible que perturbados millonarios como los que caricaturiza esa serie, anden libres por la calle. Con miles de millones en los bolsillos que les dan acceso ilimitado a todos los medios de comunicación mundiales arrojando en ellos ideas -¿para hacer un mundo mejor?- como tapar el sol para reducir la temperatura de la Tierra. En 1770, en la Francia anterior a la revolución, si a, por ejemplo, un marqués se le ocurría decir cosas equivalentes, no tardaba mucho en acabar en la Bastilla, recluido por deseo expreso de su propia familia por medio de una “lettre de cachet”. Expedida por el propio rey para que el susodicho evitase hacerse daño a sí mismo y a los demás…

Evidentemente hemos mejorado mucho como especie desde la revolución de 1789, pero es también evidente, como vemos en “Silicon Valley”, que nuestro avance histórico, desde entonces, ha debido fallar en algún punto. Justo aquel en el que alguien que en 1723 habría sido candidato a la Bastilla -por demente- se convierte en 2023 en ejemplo y dechado de virtudes sociales por el mero hecho de ¿haber puesto uno, dos, tres… ordenadores personales prácticamente en cada casa del mundo?… Unas circunstancias sobre las que, creo, merecería la pena pararse a pensar un buen rato. Con la quiebra del Silicon Valley Bank de fondo. Algo que seguramente entenderán mucho mejor si se ríen -aunque sea ya con risa bastante floja- viendo la serie “Silicon Valley”. Esa caricatura tan certera como documento histórico. Como lo son la mayoría de caricaturas…

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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