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Un viaje a la Ciencia del siglo XVII: “El Gabinete de las Maravillas” de Alfonso Mateo-Sagasta

Por Carlos Rilova Jericó

No es la primera vez que hablo en estas páginas de alguna novela o ensayo de Alfonso Mateo-Sagasta. Y supongo que no será la última. En este caso la ocasión proviene de haber llegado a mis manos una nueva edición, de este mismo año, de una de las mejores obras de este escritor: “El Gabinete de las Maravillas”.

Esa reedición ha corrido, una vez más, a cargo de la editorial Reino de Cordelia que pone un gran cuidado en la publicación de todo lo que entra en su catálogo. Como es el caso, ahora, de “El Gabinete de las Maravillas”.

Esta novela, verdaderamente histórica (pues al fin y al cabo Alfonso Mateo-Sagasta también es historiador) es la segunda entrega de la trilogía que protagoniza el curioso (en más de un sentido) detective (o pesquisidor más bien) Isidoro Montemayor.

Así “El Gabinete de las Maravillas” nos sitúa en la España del todavía no bien ponderado Felipe III que llamaron, y siguen llamando, del “Siglo de Oro”. Es decir, finales del siglo XVI y comienzos del siglo XVII. Y que, en términos literarios, fue la España de Cervantes, que es precisamente quien en “Ladrones de tinta” daba el pistoletazo de salida a la serie de aventuras de Isidoro Montemayor, encargando a éste que averiguase sobre el plagiario Avellaneda que había sacado una segunda -y apócrifa- parte del Quijote…

Al igual que con “El Gabinete de las Maravillas” el Reino de Cordelia ya se ha encargado de que ese primer episodio de la saga, “Ladrones de tinta”, haya visto la luz de nuevo con ilustraciones, además, de un famoso dibujante, José María Gallego, que lleva años prodigándose en revistas tan conocidas como “El Jueves” haciendo dueto con Julio Rey (bajo el bien conocido marchamo de Gallego y Rey).

Así ahora tenemos la posibilidad de retomar esta interesante novela, “El Gabinete de las Maravillas”, adornada con las rotundas pinceladas de Gallego. Y es así, también, como entramos, burla burlando, a través de una novela cargada de humor y de fina ironía, en una faceta fascinante del Barroco no sólo español sino europeo.

Esa faceta es lo que hoy llamaríamos el mundo de la Ciencia. Esa cosa tan importante para nuestras motorizadas y tecnificadas sociedades pero que, como nos muestra “El Gabinete de las Maravillas”, era algo muy distinto (y, sí, fascinante) en aquella España del victorioso Felipe III y en el resto de la Europa del siglo XVII.

De hecho esa novela nos revela que para los españoles del Siglo de Oro, lo mismo que para los ingleses, italianos, alemanes, franceses…, lo que hoy llamamos “Ciencia” no se distinguía mucho de lo que, también hoy, llamamos “Magia”.

Algo que se ve magníficamente reflejado en los gabinetes de maravillas de hombres ricos y nobles como el que aparece profusa y detalladamente descrito en la novela de Alfonso Mateo-Sagasta.

Uno de los nombres alemanes de esas estancias es verdaderamente revelador y descriptivo de lo que era, en realidad, la Ciencia en aquella época y para aquellos europeos. Esa sintética palabra es “Kuntskammer”. Lo que traducido significa -más o menos exactamente en español- “Cámara de Arte”.

Y es que en esas “cámaras” o gabinetes hombres poderosos, con medios y tiempo, reunían una abigarrada muestra de objetos que iban desde el Arte (o lo que consideramos como tal hoy) hasta máquinas y artefactos que, con un poco de suerte, conducían -por vía más o menos directa- hacia la Ciencia que en nuestra época hace funcionar máquinas tan maravillosas -para alguien del siglo XVII- como lavadoras, televisores, aviones, automóviles…

El caso del matemático italiano Girolamo Cardano es sumamente esclarecedor. Hay que recordar aquí que, aparte de dedicarse a lo que no pasaría hoy de ser simple Magia, inventó una pieza -el cardán- que es fundamental para poner en marcha nuestros coches.

De todo eso, y más, está lleno ese gabinete o cámara de las maravillas de “El Gabinete de las Maravillas” de Alfonso Mateo-Sagasta que, además, sirve de escenario a un misterioso asesinato -el de un hombre-monstruo, objeto tan codiciado por esa “Ciencia” de la época- que tendrá que resolver Isidoro Montemayor. Empleándose a fondo como ya antes lo había hecho en “Ladrones de tinta” o lo hará en “El reino de los hombres sin amor”, final de la Trilogía, que acaba precisamente en tierras guipuzcoanas, acompañando al séquito que lleva a la famosa Ana de Austria (la reina de “Los tres mosqueteros”) hasta esa frontera donde va a ser entregada a su futuro marido Luis XIII.

Así es como los desocupados lectores pueden entrar con “El Gabinete de las Maravillas” en ese mundo fascinante en el que lo que hoy llamamos “Ciencia” podía servir lo mismo para tener cocodrilos disecados colgando del techo, como para descubrir una máquina o una ecuación que o bien podía abrir la puerta a dar con la Piedra Filosofal que convertía en oro los metales “innobles” o a encontrar un uso práctico y viable a minerales que hasta ese momento sólo eran piedras inertes y aparentemente sin valor.

Los gabinetes de maravillas fueron, en efecto, curiosos laboratorios en la España y la restante Europa de la época donde personajes considerados hitos de la Historia de la Ciencia -hoy venerados- se dedicaban, por el infalible método científico de error y ensayo, a comprender cómo funcionaba el mundo realmente.

Así, en lugares como los que describe “El Gabinete de las Maravillas”, o muy parecidos, pasaron horas y más horas personajes como Boyle, Leibniz o Newton, tratando unos de encontrar la manera de transmutar plomo en oro por medio de la Alquimia y otros, aparte de eso, gastando muchas horas en intentar llegar -a través de complejos cálculos matemáticos- a la mente de Dios. Para descifrar así, una vez más, el verdadero mecanismo que movía el, para ellos, todavía desconcertante mundo que les rodeaba.

De esos gabinetes de maravillas y su manera de actuar surgieron, también, instituciones que hoy llamaríamos “científicas”. Como la Royal Society que aún sigue funcionando en Gran Bretaña. O antes de que esa Real Sociedad inglesa fuera realidad, el Colegio Imperial de Madrid. Eran lugares en los que se buscaba desde la manera de saber si el polvo de unicornio (léase “rinoceronte”) era capaz de detener la marcha de insectos venenosos como las tarántulas, hasta fórmulas matemáticas que resolvían hondos problemas prácticos y hoy día incluso siguen siendo viables.

Así es como se escribió, en realidad, la Historia de la Ciencia europea en el siglo XVII. Por extraño o desconocido que hoy nos pueda parecer. Un problema ese que tiene fácil solución ahora que el Reino de Cordelia ha tenido la excelente idea de poner en nuestras manos, otra vez, una edición (además ilustrada) de “El Gabinete de las Maravillas”.

Esa novela (histórica, negra…) que, cargada de un humor impagable, acertadamente se convierte en la primera explicación de cómo, siglos atrás, la Magia de la época barroca acabó convirtiéndose en nuestra Ciencia…

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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