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Carlos Rilova

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De Historia y mitos sobre el carácter nacional. Pícaros, músicos, panderetas y otras invenciones (1794-2015)

Por Carlos Rilova Jericó

Empezaré este nuevo correo de la Historia hablando de la casualidad. Según algunos de los sabios fundamentales del siglo XX -en este caso Sigmund Freud- era dudoso que existiese tal cosa que él, cómo no, explicaba como producto del Inconsciente.

Sobre esto también leí hace tiempo que los agentes del antiguo KGB, el famoso -gracias sobre todo a las películas de James Bond- servicio de espionaje soviético, solían decir “nada de coincidencias”. Caso de observar tales coincidencias su manual, por lo que se ve, recomendaba desconfiar de tanta casualidad y echar mano, preventivamente, del arma reglamentaria.

Sin ánimo de entrar en un debate que, como ven, da para muchos gustos y opiniones, sí les diré que esta semana pasada tuve un encuentro de lo más casual -que me perdonen Freud y los agentes del KGB- con un libro verdaderamente interesante titulado “La cultura española en la Europa romántica”.

Lo ha publicado una pequeña editorial madrileña, Visor Libros, y reúne, bajo la dirección de José Checa Beltrán, un profesor de nuestro maltratado Consejo Superior de Investigaciones Científicas, una serie de artículos sobre cómo era vista España en la Europa romántica. Es decir, entre 1790 y 1840 aproximadamente.

No podía llegar en un momento más oportuno esta publicación, porque, como pude ver por algunas reacciones ante mi artículo de la semana pasada, parece que en España aún hay muchos que piensan que dicho país es un país de chapuzas, un país de picaros, en fin, como decía el poema, un país de Frascuelo y “de pandereta”. No sólo eso, como me decía el lector que tuvo a bien comentar mi artículo de la semana pasada, los españoles serían así no desde hace unas pocas décadas -pongamos que desde que veían en el cine películas de Alfredo Landa-, sino desde hace milenios, desde la época de la Roma imperial.

Realmente cansa la persistencia de esa serie de tópicos. Y más cuando, con leer un poco de la Ciencia que se produce hoy en España, bastaría para sacarse de encima una serie de ideas tan vulgares, con las que, sin embargo, se explica cualquier cosa que pasa en ese país. Especialmente las malas. Un proceso perverso que no hace sino retroalimentarse. Es decir, para los que no sean sociólogos: como los españoles están convencidos de ser, desde hace siglos, una banda de pícaros, “listos” y chapuceros, la mayoría de ellos hace cada vez menos esfuerzos por dejar de ser pícaros, “listos” y chapuceros.

El tópico se repite hasta la saciedad. Durante décadas. Recuerdo, por ejemplo, un episodio de aquella serie de televisión, “Orden Especial”, dirigida por Albert Boadella, emitido en el famoso año 1992, en el que, en tono de broma muy seria, se detenía a un español que pagaba regular y honradamente sus impuestos. El veredicto de los monjes de dicha Orden especial, avalado por un supuesto antropólogo, era que ese individuo, con esas características, no podía ser un español “puro”. Por el contrario debía estar mezclado con nórdicos, que sería lo que explicaría la puntualidad y pago regular y “no picaresco” de impuestos que conducía, finalmente, a su detención y exterminación por la Orden especial…

No volveré a insistir sobre otros tópicos castizos que nada menos que 23 años después nos echa encima otra serie emitida por TVE -“El Ministerio del Tiempo”-, porque ya hablé de ello largo y tendido la semana pasada. Prefiero recomendarles la lectura de “La cultura española en la Europa romántica”.

Especialmente, el artículo firmado por Maud Le Guelec y el de los investigadores del CSIC Ignacio Ahumada y Amila Jelovac.

El de Maud Le Guelec es particularmente interesante para el tema de este correo de la Historia porque nos cuenta cuándo exactamente y cómo se creó el tópico del español incivilizado, brutal, similar a los “salvajes” de África… El título de su artículo ya nos da una pista: “Lo que dicen los franceses de los españoles (1793-1813)”.

Con un estilo verdaderamente ameno, Le Guelec nos cuenta ahí cómo la prensa de la Francia revolucionaria, dirigida por los comisarios que controlan ese país en ese período turbulento, va creando la imagen de unos españoles incivilizados, ajenos a toda idea de avance científico, a la Ilustración de ese Siglo de las Luces que agoniza bajo la cuchilla, incansable, de la guillotina…

Una serie de invectivas que, curiosamente, cesan en 1795, cuando Francia y España firman la paz y se alían. En ese mismo momento los españoles sufren una súbita transformación en la prensa francesa. Donde antes había salvajes con un grado de civilización no muy superior a los nativos de Tierra de Fuego, Maud Le Guelec nos descubre, leyendo periódicos franceses posteriores a la firma de la Paz de Basilea, a unos españoles de lo más cultos y educados, con médicos que hacen notables avances, por ejemplo, en los partos asistidos por cesárea, con sociedades ilustradas en casi cada rincón del país, etc., etc…

¿Cuál es la causa de ese radical cambio de imagen?. Según Le Guelec, entre 1793 y 1795, el gobierno revolucionario francés tenía que justificar, de algún modo, la guerra de agresión y conquista contra España diciendo que a ese país había que librarlo, por su bien, de un oscurantismo secular. Uno que curiosamente desaparece, como por arte de magia, en 1795, tras el fin de la guerra…

En 1808 habría otra metamorfosis maravillosa en lo que decía la prensa francesa de los españoles. Otra vez aparecen los monjes inquisidores que entre 1795 y 1807 eran, por el contrario, ilustrados y cultos clérigos miembros de sociedades científicas y literarias. Otra vez aparecen los españoles salvajes, incivilizados, que entre 1795 y 1807 eran pacíficos ciudadanos interesados en progresar o en hacer avanzar la Medicina y la Ciencia. La explicación, otra vez, es muy sencilla: la Francia imperial tenía que justificar, de algún modo, que en España se hubiesen abatido, por primera vez, las águilas imperiales. Tal fiasco sólo se podría explicar porque el Ejército de Napoleón se enfrentaba con seres sobrehumanos, bestias irracionales y míticas, una especie de Yetis o “Bigfoots” vestidos con alpargatas y sombreros castoreños…

Todo, simplemente, falso. Como se demuestra -oh sorpresa- en el artículo de Ignacio Ahumada y Amila Jelovac en “La cultura española en la Europa romántica”, la España de finales del siglo XVIII a la tercera década del siglo XIX llega a producir, incluso en condiciones tan arduas como las que imperan en el país entre 1808 y 1839, un centenar de obras científicas que serán leídas, y apreciadas -después de su traducción al francés-, en los estados alemanes… Gentes esas, los alemanes, que, por cierto, -como nos contaba Hans Kohn en su magnífica “Historia del Nacionalismo”-, en esas mismas fechas eran tenidos por un pueblo musical, sentimental, más bien poco práctico, con la cabeza en las nubes…

Nada que ver con los maníacos del control y la técnica regidos por un orden cronometrado cuidadosamente, sin lugar para el azar, con los que hoy, víctimas de otros tópicos, los tendemos a identificar. A veces en una imagen tan falsa como falsa lo es la del español desordenado, improvisador, chapucero, alérgico -desde hace siglos- a la Ciencia… que, como comprobarán si leen -como deberían hacerlo- “La cultura española en la Europa romántica”, es tan sólo una serie de ideas vulgares fruto de la propaganda de guerra napoleónica. Una que, asombrosamente, algunos españoles se dedican a repetir, una y otra vez, hoy, doscientos años después, tomando como base para escribir la Historia de su país y su imagen “nacional” lo que dijeron de ella sus más acérrimos enemigos no hablando con la Verdad en la mano, sino con una serie de mentiras obviamente interesadas y destinadas a ganar una guerra que finalmente -por si lo hemos olvidado- perdieron estrepitosamente, ahora hace dos siglos, frente a aquellos supuestos bárbaros incivilizados, incapaces de organizarse…

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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