Por Carlos Rilova Jericó
Esta semana, para muchos de vacaciones, vamos a tratar que este nuevo correo de la Historia sea lo menos estresante posible. Así pues no entraré hoy en cuestiones transcendentes explicadas desde el siempre útil punto de vista de la Historia.
No, por el contrario me voy a centrar en explicar el origen histórico de una pequeña parte de la Historia de la Moda. Concretamente de la, a veces, llamada, mal llamada como veremos, “manga ranglán”.
¿Cuál es la Historia de esa manga de traje, de chaqueta, de abrigo, de cazadora… que cae no desde el hombro sino que queda levemente inclinada desde el cuello de la prenda?.
La explicación oficial -vamos a llamarla así- que yo siempre he oído, es que fue una invención -como la raya del pantalón o el tejido Príncipe de Gales, de los que, quizás, hablemos aquí otro día- de la más alta aristocracia británica del siglo XIX.
En efecto, la “manga ranglán” bien pudo ser la invención de un noble británico del siglo XIX. Sin embargo… Vamos adelante con los “sin embargos”…
Sin embargo, si ese fue el origen de la famosa manga, hay que señalar que nunca existió ni, de momento, ha existido en Gran Bretaña ningún lord que se nombrase “Ranglán”. Menos, por supuesto, con acento en la última “a”.
Así es, en la Gran Bretaña del siglo XIX lo más parecido que hubo a ese apellido, y sólo desde 1852, fue un caballero llamado, precisamente, Lord Raglan, que no “Ranglán”. Para más señas es cierto que ese caballero había perdido su brazo derecho, tal y como cuenta la anécdota que explica el origen de la llamada “manga ranglán”.
Así pues, ya ven que la pequeña historia que explicaría el origen de la “manga ranglán” no parece, en este caso al menos, estar reñida con la Historia con “H” mayúscula.
Tenemos, en efecto, un noble británico del siglo XIX manco -y deseoso, al parecer, de que su sastre ocultase al máximo posible ese inconveniente- y que además se apellidaba “Raglan”, que es casi tanto como “Ranglán”.
¿Como perdió Lord Raglan ese brazo que habría dado origen a la “manga ranglán”?.
Pues la verdad es que, para nosotros, habitantes del año 2015, no pudo ser en ocasión más oportuna. La cosa ocurrió en 18 de junio de 1815. Así que, ya ven, fue un suceso, rigurosamente histórico, que va a cumplir, en breve, sus doscientos años exactos.
A Raglan, que entonces no se apellidaba Raglan sino FitzRoy Somerset, el brazo se lo arrancó la nutrida potencia de fuego francesa empleada en la batalla de Waterloo.
Y realmente tuvo suerte. Mucha más, desde luego, que la que tuvieron las decenas de oficiales que formaban el séquito militar de Lord Wellington en ese día en el que se luchó la famosa batalla de Waterloo.
De esas decenas de oficiales todos fueron muertos o gravemente heridos por el intenso fuego de Artillería y fusilería francés. Todos excepto el propio Wellington y el general Álava, representante oficial del reino de España en el Ejército aliado contra este último espasmo napoleónico. El primero de los dos salió ileso y Álava, al parecer, sólo con una leve contusión que no le impidió compartir una triste y desolada cena con el Lord en una larga mesa vacía, en la que faltaban todos los oficiales que habían acompañado a Wellington en aquellas horas cruciales para la derrota final de Napoleón.
Entre las ausencias, naturalmente, estaba FitzRoy Somerset, herido en un brazo, perdido después bajo la tajante, y azarosa, cirugía de campaña del período napoleónico. Una cuya principal, y casi única, operación era amputar -en un tiempo record de dos minutos por paciente- los miembros que presentaban fractura ósea por impacto de arma blanca, disparo de mosquete o pistola, o esquirlas de Artillería.
No se da mucha importancia al hecho en la gran película sobre esa batalla, la magnífica “Waterloo” dirigida por Sergei Bondarchuk en 1970. En ella los únicos miembros de la familia militar de Wellington que destacan en ese día clave son el bronco general Picton -muerto, de un balazo en la cabeza en medio de una épica carga, aún vestido de civil, como tenía casi por costumbre-, los jóvenes y prometedores De Lancey y James Hay, el general Ponsonby, de la Caballería pesada, y, finalmente, tal y como en efecto también ocurrió, el segundo teórico al mando de las tropas aliadas ese 18 de junio, el general Uxbridge, al que se le lleva una pierna por delante un último disparo de Artillería antes de la desbandada general francesa.
De hecho, el nombre de FitzRoy Somerset no aparece en los créditos de “Waterloo”. Y es raro porque otra estupenda película del “New Cinema” de los años 60 y 70, “La última carga”, se había ocupado exhaustivamente de él en 1968, justo dos años antes del estreno de la película de Bondarchuk.
En esa película, “La última carga”, magníficamente ambientada en 1854 y que les recomiendo vivamente, un atribulado Lord Raglan aparece ya nombrado general en jefe de la expedición a Crimea contra uno de sus antiguos aliados de 1815 -el imperio ruso- en compañía de uno de sus más acérrimos enemigos: el imperio francés. En este caso en su segunda versión, la que dura de 1852 a 1870, entre otras cosas, porque ese nuevo imperio napoleónico se sabe alinear, desde el principio, con los intereses geoestratégicos de Gran Bretaña. Como se ve, perfectamente, en esa Guerra de Crimea, destinada, como ya contamos en otro correo de la Historia, a impedir que Rusia se haga con el control del Mediterráneo y corte el paso a Gran Bretaña hacia la India.
En esas fechas ya sólo el pobre Lord Raglan, gloriosamente mutilado de un brazo en Waterloo, parece recordar -como cómicamente se ve en la película- que los franceses fueron el enemigo y los rusos el aliado de 1815, mientras él sobrelleva -como también se ve en “La última carga”- el peso de salvar a Gran Bretaña de esa nueva amenaza casi constantemente molestado por la sombra que proyecta sobre él la gran estatua en hierro fundido de Lord Wellington, que emplazan justo ante la ventana de su oficina.
Desde allí, en efecto, el hombre que casi lo lleva a la muerte y consigue que lo desmiembren, parece vigilar a Raglan mientras éste expide órdenes escritas con su mano izquierda. La única que le quedaba y que en esos momentos, es curioso, como se aprecia en las fotos y en los grabados de época como el que ilustra este correo de la Historia, Lord Raglan no trataba de disimular en su uniforme, del que cuelga, inerte y vacía, la manga derecha, que para nada parece esa famosa “manga ranglán”.
Algo que nos deja con el misterio, y la duda razonable, de cuándo y en qué circunstancias, exactamente, decidió Lord Raglan, incorporar a su vestuario dicha “manga ranglán”, supuestamente de su invención. Como se repite, una y otra vez, por ahí, en esa peligrosa caja de resonancia mundial de viejos rumores llamada “Internet”, sin tener en cuenta, para empezar, que Lord Raglan sólo fue Lord Raglan entre 1852 y 1855, fecha de su muerte en Crimea, y que, como decía, fotos y grabados de esas fechas no muestran por ningún lado en su uniforme la famosa “manga ranglán”.
Una pista: según el especialista en Historia de la Moda Jonathan Walford sólo a partir de 1864 se usa en inglés la expresión “manga Raglan”, que no “Ranglán”…