Por Carlos Rilova Jericó
No les habrá pasado desapercibido el revuelo mediático organizado por la cuestión de la bandera confederada, que, según parece, ha alentado e inspirado, a Dylann Roof, el asesino de nueve personas en Charleston que aseguró a sus víctimas, tras rezar un rato en la misma iglesia con ellas, que había ido allí “a matar negros”…
Durante toda la semana pasada se ha hablado de la polémica generada por la presencia de esa bandera confederada izada en el centro de Charleston sobre sus edificios gubernamentales, de las protestas organizadas para bajarla y eliminarla de la vida pública porque simboliza, efectivamente, a un régimen cuya razón de ser fue, de 1861 a 1865, durante la guerra que divide a los Estados Unidos, justificar la esclavitud de las personas de raza negra. En definitiva, la supremacía blanca que Dylann Roof trató de restablecer, a tiros, en la iglesia metodista africana Emanuel. Bien, ahora volvamos de ese resurgir de la guerra civil norteamericana a España.
Cuando comparamos, a través del cine, por ejemplo, la -esperemos- última guerra civil española, la de 1936 a 1939, con la norteamericana, siempre nos ha podido parecer que allí las cosas se hicieron de un modo menos salvaje que aquí, que allí hubo verdadera reconciliación desde 1865 en adelante.
Por ejemplo, está grabada en nuestras retinas la forma en la que el general Ulysses S. Grant, general en jefe de las fuerzas unionistas acepta la rendición de su equivalente confederado, el general Robert E. Lee. Tras firmar esa rendición del grueso de las fuerzas que quedan al Sur, Lee se retira del juzgado de Appomattox, saludado cortésmente por Grant y su Estado Mayor allí reunidos.
Ciertamente se tomaron represalias contra Lee, como contra los demás confederados, especialmente aquellos con altas responsabilidades, como fue el caso de quien actuó como único presidente electo de la breve Confederación sureña, Jefferson Davis.
Sin embargo, Lee moriría, en su cama, cinco años después de la rendición y ostentando un cargo público como director de una escuela universitaria en Estados Unidos, no en el exilio.
Una situación impensable, por ejemplo, en el caso de que esa misma escena hubiera sido protagonizada en la España de 1939 por, pongamos por caso, el general Vicente Rojo, a quién, como poco, le hubieran esperado unos cuantos años de presidio o, más seguramente, un paredón y no un regreso ultrajante a España en los años 50.
Bien, así las cosas, establecidos los tópicos y lugares comunes tan habituales a la hora de calibrar hechos históricos, parece que las cosas quedaron mejor y más civilizadamente resueltas tras la guerra civil en los Estados Unidos de 1865 que, por ejemplo, en la España de 1939.
Lo cierto es que en el caso de Estados Unidos la represión de los antiguos partidarios de la Confederación fue, en efecto, a veces, tan leve que no debería extrañarnos que hoy ocurrieran cosas como las que han ocurrido en Charleston, ni que la bandera de una potencia enemiga y derrotada ondease sobre el Capitolio de Carolina del Sur, como si Robert E. Lee jamás se hubiese rendido en Appomattox.
En efecto, si nos fijamos en documentos generados por la cultura popular -y la no tan popular- de los Estados otra vez Unidos desde 1865, no es difícil descubrir artefactos que han alimentado el odio y el espíritu de resistencia contra la Unión desde ese año hasta el mismo día en el que Dylann Roof decidió apretar el gatillo.
Consideremos, por ejemplo, una de las muchas canciones compuestas durante y después de la Guerra de Secesión. Se titula “I´m a good old rebel” (que podríamos traducir como “Soy todo un rebelde” ) y la habrán oído más de una vez. Por ejemplo en “Forajidos de leyenda”, uno de los últimos “Western” que tuvo éxito hasta que el género revivió gracias a la espectacular “Sin Perdón” de Clint Eastwood.
En “Forajidos de leyenda”, una película de 1980 magníficamente ambientada que glosaba las andanzas de Jesse James y sus socios los Younger, (antiguos combatientes por la causa del Sur que se “reciclan” tras la derrota en salteadores de caminos), se puede ver cómo uno de estos amenaza, revólver en mano, a los músicos del burdel donde la banda de los James y los Younger se toma un merecido descanso tras otra de sus acciones de bandidaje, que, para ellos, son, en realidad, una prolongación personal de la guerra contra la Unión.
El motivo para esa amenaza es que el músico principal se ha atrevido a cantar una canción unionista, “The battle cry of Freedom” (“El grito de guerra de la Libertad”), que, lógicamente, no ha gustado nada al irreductible miembro de la banda James-Younger y así obliga al músico a cantar “I´m a good old rebel”, traducida en ese momento de la película como “Soy un rebelde de pies a cabeza”.
¿Qué dice esa canción que circuló por Estados Unidos desde 1865 en adelante y da ésta y otras escenas memorables, cantada o no, en “Forajidos de leyenda”?.
Tomen nota, hay diferentes versiones pero, más o menos, vienen a decir esto: “Oh, soy un viejo rebelde, eso es lo que soy ahora, y por esa nación yankee no doy una mierda, estoy orgulloso de haber luchado contra ella y lo único que deseo es que hubiéramos ganado y no pido perdón por nada de lo que hice…”
Si eso les parece explícito esperen a la traducción del estribillo: “Odio a la nación yankee y todo lo que hacen, odio la Declaración de Independencia también. Odio la gloriosa unión, empapada en nuestra sangre. Odio la bandera de barras (y estrellas) contra la que luché todo lo que pude…”
Y así sigue el viejo rebelde contando que cabalgó tres años con Robert E. Lee, que cogió reuma acampando, que se murió de hambre, celebrando que la fiebre del Sur matase a millones de soldados unionistas y lamentando que no matase a más…
Se podrían multiplicar los ejemplos. En Alta Literatura, como la de William Faulkner, el cronista de ese Sur derrotado que se recompone como puede tras Appomattox… pero sin olvidar el “Viejo Sur”, sus banderas en el polvo que, precisamente, da título a alguno de los relatos del genial escritor sureño.
El mantenimiento del espíritu de rebelión contra la “nación yankee” desde 1865 hasta la actualidad se puede ver también caricaturizado en series de dibujos animados tan populares -y tan poco sospechosas de supremacismo blanco- como las creadas por el conspicuo hippie Matt Groening: los Simpson y Futurama, donde se hacen alusiones más o menos explícitas a la “basura blanca” -los blancos pobres del Sur que sólo tienen su color de piel para sentirse superiores- que sigue alzando la bandera sureña como símbolo o viejos lemas como “El Sur resurgirá”…
En definitiva, si se mira con atención, enseguida podemos encontrar vestigios en la cultura norteamericana que nos demostrarían que 1865 acabó con los Ejércitos de la Confederación, pero no con su espíritu de rebelión, que ha seguido vivo en el Sur hasta llegar a lo ocurrido en la iglesia metodista africana Emanuel hace unos días.
Si la represión de ese espíritu hubiese sido tan feroz como lo fue el exterminio del bando republicano en la España de 1939, tal vez Estados Unidos tuviera menos problemas hoy día en ese sentido. Aunque nunca se sabe, visto el número de banderas republicanas alzadas por doquier hoy en una España que hierve de rabia y frustración en un alto porcentaje de su electorado. Uno que acecha tras cada urna, tras cada elección, a quienes, de otro modo, diametralmente opuesto al de los unionistas de 1865, no supieron superar y suturar las heridas, profundas heridas, abiertas por algo siempre tan deplorable como una guerra civil.