Por Carlos Rilova Jericó
Hay veces en las que no falta inspiración para este correo de la Historia. Basta con apenas entrar en una biblioteca bien surtida para que esto tenga lugar y que eso coincida, además, con inquietudes políticas profusamente reflejadas en los Medios de Comunicación. Como ha ocurrido esta semana con el enésimo intento de algunos nacionalistas catalanes de organizar un referéndum separatista.
El oportuno libro encontrado en la biblioteca esta vez era una breve recopilación de historietas gráficas dibujadas por José Ángel Ares y Josep Busquet, titulada “Independencia? Historietas de humor para un momento crucial de nuestra Historia” y editada por la casa Diábolo de Barcelona a finales de 2014, con lo que parece ser un excelso sentido de la oportunidad.
La verdad es que no tenía ningún prejuicio a la hora de abrir la portada, en la que aparece un señor ya de cierta edad, con escaso aspecto de ser independentista, preguntándose en qué ha fallado para que el novio de su hija sea catalán.
No apostaba porque lo que había detrás de eso fuera un panfleto independentista ni un panfleto españolista. Al final, después de leerme las 66 páginas -con más de una sonrisa y alguna que otra carcajada reprimida (estaba en una biblioteca tan sería como el Koldo Mitxelena de San Sebastián al fin y al cabo), sí me hice un juicio de lo más evidente sobre ese libro. Al menos por lo que respecta a su valor como documento histórico relacionado con ese enésimo envite por parte de algunos partidos catalanes para proclamar unilateralmente la independencia de Cataluña.
Esta recopilación de historietas gráficas, se situaba, claramente, en la equidistancia de los dos bandos. Incluso en el hartazgo, como lo demuestra la viñeta final de la página 61, en la que se ve a un náufrago feliz en una isla desierta, lejos del infernal “bla, bla, bla” de unos y otros, diciendo “¡Qué descanso!”.
Una actitud, en principio, legítima. Sin embargo al historiador -más aún si es elegible para la clasificación en la etiqueta de “ese es un poco facha, ¿no?”- la cosa chirría por más de un lado.
Vamos a ver cuáles son las razones de esos chirridos para el historiador. Se trata sobre todo, como no podía ser menos, de los momentos en los que las páginas de Busquet y Ares se meten en el terreno de la Historia.
El ejemplo más claro está en el tándem de historietas tituladas, respectivamente, “La verdadera Historia de España”, que va de las páginas 10 a 13 del libro, y “Grandes personajes catalanes”, que va de la página 14 a la 19 de esa misma obra.
La primera es una sarta de despropósitos sobre la Historia de España tal y como es contada por un padre español a su hijo. El entusiasta, que luce maneras abruptas y un aspecto cercano estéticamente al de un cabeza rapada neonazi, sostiene que España existe como nación desde hace millones de años, que Dios expulsó del Paraíso a Adán y Eva que, por supuesto, eran españoles, porque Eva se empeñó en llevar “una sucia bandera catalana” que, por cierto, los autores deciden dibujar no como la “senyera” considerada bandera oficial catalana en el actual ordenamiento constitucional vigente, sino como la hoy famosa estelada que los independentistas catalanes exhiben precisamente para distinguirse.
Los despropósitos españolistas siguen a partir de ahí, diciendo el padre a su hijo que las pirámides las inventó un español, lo mismo que el imperio romano, que es cosa de un señor de Murcia, el mismo que inventó el escobón, lo cual explicaría que los romanos llevaran esos cascos suyos tan característicos… La cosa acababa en que el padre, dedo dogmático en ristre, advertía a su retoño que los españoles llevan “miles de años partiendo la pana” gracias a ilustres compatriotas cuya lista él resume en “Napoleón, Ramoncín, Julio César, Cristiano Ronaldo o Jesucristo”.
Naturalmente la bilis de los potenciales lectores de la obra que se consideran a sí mismos patriotas españoles, llega en esos momentos al colmo. Sin embargo, Busquet y Ares no pueden ser condenados por estos como sucios agentes del independentismo catalán por la sencilla razón de que a partir de la página 14, como ya he dicho, viene otra historieta en la que un padre catalán ayuda a su hijo a escribir un trabajo de Historia y le empieza a hablar de los grandes personajes que Cataluña ha dado a la Historia Universal. La lista es casi tan delirante como los argumentos del papá españolista de la historieta anterior. Empieza con Marc (sic) Polo que trae a Europa “los cohetes, las pizzas, los restaurantes chinos y la seda”, sigue con Cristófol Colomb (sí, Cristóbal Colón), sigue con Guiu Shakespeare, que era catalán pero se echó una novia inglesa, Thor, que era un dios “almogàver” que luego, desgraciadamente, ha sido españolizado en dos o tres películas “eliminando cualquier rasgo de sus orígenes catalanes”, sigue la cosa con Buffalo Blai, que luego pasa a ser conocido como Bill por culpa de un españolista, y culmina con Joanna d´Arc, que era catalana pero tuvo que emigrar a Francia, donde desarrolla su carrera…
Y así siguen ambos autores durante muchas más páginas, con pinceladas aquí y allá en las que vemos lo absurdo de los argumentos españolistas y catalanistas, que son ridiculizados por riguroso turno. Como viene a ocurrir en la página 60, por ejemplo, cuyo contenido me ha tocado la fibra especialmente, en la que se ve, en la viñeta de la izquierda, a un empollón con gafas de culo de vaso diciendo que “Victus es una novela tendenciosa que manipula la Historia” y en la de la derecha a un ¿intelectual? catalanista preguntando asombrado a un interlocutor “¡¿No has leído Victus?!”…
De acuerdo, estupendo, así llegamos a la hora de sacar conclusiones. Parece ser que, en base a la posición de ambos autores, nadie tiene la razón, ambos -españolistas y catalanistas- se basan en iguales argumentos delirantes.
Una loable postura, tipo la del bravo soldado Schweik, una de esas posturas cómodas, de gran altura moral desde el Humor, que es la cosa más noble -dicen- que posee el género humano, con las que se evitarían muchos males y desgracias de las que -también dicen- plagan la Historia.
La pena es que si nadie tiene razón en estas cuestiones, ¿cómo resolvemos el problema de los independentistas catalanes?. ¿Qué piensan hoy los autores de este saludable llamamiento a que todos nos riamos de todos cuando un mes después de la publicación de sus historietas, en 2014, se vio, como ya se intuía, que no todos los catalanes eran independentistas?.
No puedo responder por ellos. Como historiador, y a pesar de tener sentido del humor, sí les puedo decir que, desde el punto de vista objetivo, cuando la Historia no es tergiversada, cuando es objetivada a partir de datos contrastados de acuerdo a normas científicas aceptadas internacionalmente, cuando es contada desde la responsabilidad profesional y no desde el cerebro recalentado de un fanático con más o menos cultura a cuestas, los argumentos independentistas se vienen abajo estrepitosamente.
Jugar a la equidistancia está muy bien, es una postura, a veces, muy agradecida, incluso legítima y certera. De hecho, hay que reconocer que las despiadadas caricaturas de Busquet y Ares, las de los de un lado y otro del Ebro, son ciertas, las hemos visto en la calle, en la Televisión. Sin embargo, si la independencia de Cataluña se va a basar en que los argumentos históricos, tanto de unos como de otros, son igual de falsos y manipulados… a eso, desde la Historia como saber científico, objetivo, no nos queda más remedio que responder que no, que no vale el “y tú más”, que no hay argumentos históricos que respalden las tesis independentistas.
Cada documento del que disponemos hoy no sirve, para nada, a los argumentos políticos del Independentismo catalán. Y eso es así en San Sebastián y en Reus, en Madrid o en Estocolmo, porque es un hecho científico tan irrefutable como que la fórmula química del agua es H2O, que no varía lo más mínimo porque el agua en cuestión sea bebida por un pirado neonazi o por un chiflado neorromántico.
Y si alguien tiene dudas, llámese Busquet, Ares, Oriol Junqueras… o cualquier otro nombre que ahora mismo se les ocurra, les rogaría, por enésima vez (y las que hagan falta) que echasen mano de, por ejemplo, la Historia recopilada en torno a la que llamamos Guerra de Independencia (1808-1814), donde podrán comprobar cómo los catalanes, en su inmensa mayoría cerraron filas detrás de la España-nación que nace en esos momentos con la Constitución de 1812 y se forja en el combate directo con una potencia considerada invasora lo mismo en Bilbao que en Barcelona, en Madrid o en Santiago de Compostela.
Es decir, que no consta, por ejemplo, que un número significativo de catalanes viese en Napoleón al libertador que les iba a librar del yugo español ayudándoles a constituir algo parecido a lo que los polacos -los genuinos- reclaman al emperador corso en esas mismas fechas, presentándose como un pueblo invadido por esos rusos, austriacos y prusianos a los que Bonaparte había puesto en ridículo militar una y otra vez desde 1800.
Lo cual, como supondrán, debería cortar todo juego de salón sobre que los argumentos supuestamente históricos de españolistas y catalanistas son igual de absurdos y basados en la nada histórica. Es evidente que, puestos a hacer cálculos de esa índole, las tesis a favor de la unidad de España y Cataluña -nos guste más o menos- tienen fundamento histórico. Mucho más de lo que pueden decir las tesis en contrario, que aún están por encontrar dichos argumentos plausibles desde el punto de vista científico y no desde el órdago ideológico.