Como ocurre anualmente por estas fechas, junio despide a los estudiantes que nos han acompañado en las aulas durante el curso académico. Una de las características que nos suele traer este mes, y que a pesar de pasar desapercibida por el público en general es muy importante para los docentes, es que aquí recibimos los resultados de las encuestas de evaluación que cumplimentan los estudiantes para valorar la enseñanza recibida. Las evaluaciones que realizan los estudiantes sobre el desempeño de los docentes son críticas para la reputación de una institución de educación superior, al igual que las calificaciones que reciben los estudiantes por los docentes.
Cuando las evaluaciones recibidas son inferiores a lo esperado, esta retroalimentación puede llevar al individuo (estudiante/ docente) a una actitud defensiva para proteger la autopercepción positiva que éste tenga de sí mismo. Para los estudiantes, las bajas calificaciones pueden amenazar su autoestima, y por lo tanto, desencadenar un respuesta defensiva. Por ejemplo, en ocasiones, los estudiantes nos responsabilizan a los docentes de su baja calificación. En otras ocasiones, puede que esgriman que los problemas familiares han influido de manera directa sobre su desempeño.
Por su parte, cuando los docentes recibimos las evaluaciones de los alumnos y éstas no cubren nuestras expectativas, solemos alegar que el procedimiento de evaluación es injusto o defectuoso. En algunas universidades, las evaluaciones docentes son públicas, y a menudo, se utilizan para determinar las decisiones de tenencia y/o de promoción. Dada la importancia de dichas evaluaciones, es por tanto factible que unos resultados negativos en las evaluaciones docentes puedan causar el mismo sentimiento de autoamenaza para los docentes como lo hacen las bajas calificaciones sobre los estudiantes.
Un artículo reciente explora los problemas cognitivos subyacentes a los docentes, examinando las percepciones de éstos a las evaluaciones de los estudiantes. En el estudio, se invitó a todos los profesores a tiempo completo de una universidad en el suroeste de Estados Unidos a responder a una encuesta en la que se les preguntaba acerca de su nivel de identificación con la propia universidad, el nivel de autoamenaza que percibían por parte de las evaluaciones de los estudiantes, y el nivel de justicia que consideraban que reflejaban dichas evaluaciones. De los 798 miembros de la facultad, 231 completaron los cuestionarios elaborados a tal fin (tasa de respuesta del 28,9%). Los resultados de su investigación muestran que la identificación del docente con la universidad tenía una relación positiva con la percepción de justicia del procedimiento seguido para la realización de las encuestas de satisfacción del alumnado. Del mismo modo, la identificación con la universidad estaba negativamente relacionada con la percepción de autoamenaza. Finalmente, la percepción de autoamenaza se relacionaba positivamente con el sesgo egoísta, incrementándose así la percepción por parte del docente de injusticia en su valoración.
Estos resultados sugieren la importancia de fomentar la identificación grupal para mejorar la percepción de justicia por el personal docente de las universidades. Los administradores universitarios reconocen la importancia de la identificación del profesorado con la universidad, a pesar de las dificultades que ello puede encarar, dada la naturaleza (a menudo) temporal de su relación laboral, con la consiguiente baja identificación con el conjunto de la institución universitaria.
Algunas posibles vías empleadas en algunas universidades para mejorar la identificación del profesorado con la universidad incluyen la participación de éste en la creación de estrategias compartidas, en la institucionalización de los rendimientos variables, de forma que la vida personal del empleado esté ligada al de la organización, en la organización de actividades de desarrollo personal tales como la capacitación, la flexibilidad, el alineamiento entre las prioridades del individuo y los de la organización, o una valoración justa (en horas de trabajo) de las actividades realizadas por el personal docente e investigador. Otra opción más práctica es simplemente la de mantener la información de desempeño confidencial para que las personas no experimenten una autoamenaza pública, ya que la difusión pública de las puntuaciones de rendimiento personal podría dar lugar a una competencia destructiva entre docentes. Si bien la ley exige que las calificaciones de los estudiantes sean confidenciales, las universidades a menudo crean situaciones en las que se comparte el desempeño de ciertos profesores de manera individual, tanto dentro de la organización como en la esfera pública.
Los estudiantes son preguntados cada semestre para garantizar la eficacia de la enseñanza, pero rara vez se pregunta a los profesores cada semestre acerca de las dinámicas existentes en el aula, o acerca de su opinión sobre la eficacia de la gestión de la institución. Los administradores pueden argumentar que los profesores no saben valorar las complejidades inherentes a la gestión de la institución universitaria, un argumento no muy diferente al empleado por los docentes al afirmar que los estudiantes no aprecian plenamente las complejidades de la enseñanza. A pesar de que las agencias de acreditación recomienden la realización de tanto evaluaciones de la docencia como de la gestión universitaria, la realidad es que en la mayor parte de los casos la atención se centra en las primeras, siendo altamente inusual (y probablemente indeseado) socializar los puntajes de evaluación del trabajo de los gestores universitarios. Sin duda alguna, un nuevo reto para el curso que viene.
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