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Alberto Moyano

El jukebox

Vida típica de un donostiarra anónimo: un relato

Todo donostiarra nace el día en el que la Real Sociedad estaba haciendo algo: ganó su Segunda Liga, eliminó al Sporting de Lisboa o Nihat pasó el reconocimiento médico. Nuestro hombre, al que llamaremos Tx no tuvo excesiva suerte en este punto, aunque su padre siempre presumió en el bar de que estrenó paternidad precisamente el mismo día en el que el club blanquiazul presentaba su segundo equipamiento para los partidos de fuera de casa.

Tx creció en un ambiente familiar, cursó estudios en los colegios en donde se habían forjado las mejores generaciones de grandes líderes de la sociedad e ingresó con todos los honores en una sociedad gastronómica que, si bien quedaba un poco a desmano de su domicilio, garantizaba los contactos sociales adecuados.

Apenas cumplió los dieciocho años, se sacó el carné de conducir y en las cuatro décadas siguientes ya no se bajó del coche, tanto para realizar trayectos cortos como para largos y medianos. Esta circunstancia hizo que fuera un firme partidario de los parkings disuasorios a la entrada de la ciudad y ni siquiera evitó que se manifestara periódicamente, mediante carta al director, en favor de una nueva estación, primero de autobuses, luego de trenes y finalmente intermodal.

Todos los 20 de enero salía en al menos tres tamborradas. El primer año pagó la novatada e incluso se pasó toda la noche tocando el barril, pero en los siguientes años recurrió al play-back, de forma que su instrumento seguía sonando toda la jornada mientras sus manos permanecían ocupadas con el puro y el gintónic.

Tras contraer matrimonio con una atractiva joven de clase media con la que acabaría formando con el tiempo una pareja físicamente repulsiva, desarrolló una fulminante carrera laboral que le llevó en poco tiempo a convertirse en directivo de un importante grupo empresarial. Los fines de semana jugaba con sus dos hijos -niño y niña-, a los que aburrió desde bebés mediante interminables paseos por La Concha. En lo político, lógicamente nunca se significó, aunque hay quien asegura que en alguna cena y con tres copas en el cuerpo, se confesó un ferviente JuanCalista (Flockhart, por supuesto).

Cuando se jubiló, decidió mantenerse mentalmente activo y lo hizo bombardeando el periódico local con una amplia batería de sirimiris en los que abordaba temas tan dispares como las baldosas donostiarras -“bajo mi portal hay una que baila y me salpica cuando llueve. ¿Para qué tenemos un alcalde?”- o la situación de Chillida-Leku -“antes habrá que quitar las pistas de atletismo, ¿no? Digo yo, vamos”-.

Como todo buen donostiarra, falleció un buen día atropellado por una bicicleta. El hecho de que el accidente tuviera lugar en pleno bidegorri disparó las especulaciones en torno a un posible caso de eutanasia activa. Y esta hipótesis vinieron a sumarse los resultados de la autopsia vinieron a reformar esta hipótesis: en el momento del impacto, Tx se encontraba ya en un avanzadísimo estado de aburrimiento no linfántico agudo para el que aún no existe tratamiento. “Descanse en pub”, escribieron sus familiares y amigos en las esquelas que se publicaron al día siguiente.


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