El Gobierno decreta el Estado de Alarma justo cuando el Barça está a punto de perder liderato por incomparecencia. El Ejército se despliega por toda España en misión humanitaria, mientras Miguel Ríos prosigue con su gira de despedida. Los controladores aéreos estrenan el musical ‘Rebelión en la granja’ en una versión adaptada para ‘aeropuercos’. Wikileaks se dedica a leernos el pensamiento para vendérnoslos como secretos revelados y mientras tanto, la Real se cuela en puestos europeos. Supongo que no pretenderán convencernos de que todo esto es sólo una casualidad.

Los acontecimientos se suceden a un ritmo trepidante, aunque inferior al
que mantinen cincuenta millones de blogueros y varios millones de
usuarios de redes sociales, todos entregados a la tarea de que
explicarnos, en tiempo real y con enlaces, que algo está pasando y sin
que hayamos percatado. Así, la literatura fragmentaria, que tanto se ha cultivado últimamente en el País Vasco, ya sólo es la penúltima tendencia narrativa. Ahora. se lleva más lo neoconspirativo, una mezcla de ensayo y ficción, en la que todo resulta inexplicable y sólo una visión de conjunto de todo este caos dota de sinsentido a la vida.

En efecto, la vida imita al arte, pero sólo en sus corrientes más abstractas. Uno ve los informativos de la tele desde la certeza de que al acabar seguirá sin saber nada pero carecerá de importancia porque ya ha alcanzado ya ese estadio espiritual en el que lo entiende todo: alguien que todo lo prevé nos maneja desde la sombra.

Todo esto empezó con el 11-S, que si bien cambió el mundo de raíz, dejó intactas las rutinas cotidianas de la vida, del tal forma que el hombre sigue instalado en los rituales del nace-crece-se reproduce-paga la hipoteca-y muere. Luego, la bola ha ido cobrando fuerza y cada vez que nos sacude un temblor de tierra, la culpa es de los mercados, un ente anónimo tan escurridizo que ya empezamos a temernos que al final se acabe sabiendo que somos tú y yo.

Puede que, en efecto, todo sea caos y nadie maneje el sistema, pero de lo que no cabe duda es de que éste funciona. Es más: dada las dificultad que ofrece identificar al enemigo, tarde o temprano acabemos trabajando para él. Por decirlo con otras palabras, lo anoche hizo San José en Anoeta fue mostrarnos el único camino, aunque quizás él aún no lo sepa.