Si la propiedad es un robo, a la de los medios de producción, se suma ahora la de los medios de sustracción y censura. El padecimiento es doble porque los sueños de igualdad y justicia han degenerado tanto que ya sólo aspirábamos a que los ladrones fueran gente honrada.
Sin embargo, no ha habido suerte y a la costumbre de llevarse los contenidos de la red sin abonar un euro a quienes los crearon, se ha sumado ahora la insoportable tendencia a vestir tal actividad con los ropajes de una prosopopeya infumable trufada de jeremiadas.
Y si hace un año era “el derecho inalienable al libre acceso al saber y el conocimiento universales”, ahora se invoca el “derecho a la libertad de expresión”, todo esto, en el mismo país europeo en el que se han cerrado periódicos sin mediar sentencia firme, entre la indiferencia genral, cuando no entre aplausos y vítores populares.
Y como todo acto de despojamiento requiere su coacción, he aquí la aparición de Anonymous, una exravagante especie de falanges cibernéticas dispuestas a patrullar por la red en busca de díscolos a los que castigar. Y como en estas cosas, una vez que se empiezan, ya no se sabe cuándo parar, ayer les tocó a las páginas de los bancos, hoy, las de algunos partidos, mañana, a la tuya y la mía, si se me permite el ataque de egolatría.
La cibercensura, además, se amolda a la perfección a los nuevos usos y costumbres en materia de protesta, por cuanto te permite ejercerla desde el sofá, de forma anónima, a través de una pantalla y sin necesidad de pisar la calle, otro sueño hecho realidad en un país en el que la pataleta ha sido históricamente el sucedáneo de la revuelta.
Coherentes con su filosofía de rapiñar aquí y allá, los Anonymous valencianos ni siquiera han caída en la incongruencia de la originalidad a la hora de tapar sus rostros, sino que se han descargado las caretas que otros crearon para ‘V de Vendetta’. Una prueba más de su megalomanía. A la luz de su adormecedor discurso, mucho más apropiada hubiera resultado la careta de Asuranceturix, el insufrible bardo de la aldea gala.
Por lo demás, que nadie se engañe: en un mundo en el que el neoliberalismo triunfante ha conseguido que todo activo económico sea depositado en infraestructuras, información, solares, equipamiento tecnológico y carteras de clientes, la descarga ilegal de contenidos gratuitos en internet es sólo un paso más en la incensante tarea de eviscerar de cualquier tipo de valor al factor trabajo, esa antigualla.
De hecho, la práctica de las descargas ilegales constituye el sueño del sistema hecho realidad por cuanto se basa en invertir en medios, tecnología y soportes -incluido el abominable canon digital-, ahorrando en mano de obra hasta alcanzar la sublimación de la máxima reivindicación capitalista: el coste cero.
*Como se decía antiguamente de los panfletos ilegales, lee y difunde con rapidez. Nunca se sabe qué página es susceptible de merecer un arbitrario ciberataque. Este blog nunca pedirá el ‘nihil obstat’ a los antidisturbios de la red. Aceptaré mi castigo si lo borran. En atención al buen gusto de los lectores, sólo espero que no lo sustituyan por uno de sus comunicados.