Siguiendo la doctrina católica que, en caso de partos complicados, dicta
salvar al bebé aún a costa de la vida de la madre, un día de su vida
aún por determinar Felipe González optó por dejar morir al clandestino’
Isidoro’ para que que pudiera alumbrar al estadista ‘señor X’. Y si en
su descargo alega que nunca fue el segundo, habrá que replicar que
probablemente tampoco el primero.

Hay quien trabaja con sus recuerdos hasta hornear ‘En busca del tiempo perdido’ y hay quien husmea en sus memorias hasta convertirlas en una sucesión amnesias. González se encuentra inmerso en estos momentos en este segundo proceso, mientras pone cerco a las decisiones, no que a las que tomó, sino a las que no adoptó.

Subido en su gran vanidad de dieciséis cilindros y cierre centralizado, el ex presidente del Gobierno da vueltas en círculos cual tiburón en torno a los hechos históricos, pero ni se decide a rozarlos, ni termina de lanzarse en picado sobre ellos.

Ya estamos acostumbrados a que los políticos nos cuenten películas, algunos de Bergman, otros de Ozores, pero González se ha decantado por Quentin Tarantino, autor de una filmografía de digestión más bien pesada. Y al igual que el autor de ‘Malditos Bastardos’, el socialista español más importante del siglo XX va y nos dice que sí, que el también hubiera ordenado asesinar a Hitler en París.

Primero reconoció en ‘El País’ que tuvo la oportunidad de matar pero no
lo hizo.  Apenas un mes más tarde, ha descendido un peldaño para
declarar en ‘Vanity Fair’ que hubiera ordenado matar pero no tuvo la
oportunidad. Quizás haya que esperar a que conceda una entrevista a ‘La
Farola’ para que admita que, en efecto, tuvo la oportunidad y la
aprovechó.