Angustiado por la posibilidad de que el hecho de que hoy no se publiquen periódicos prive a los lectores de su habitual ración de disquisiciones sobre la crisis del periodismo, aquí van unas cuantas pegadas a la actualidad. En efecto, son días de empacho.
Y esa actualidad llega de la mano del cierre de CNN+ y la consiguiente retirada -seguramente, una obra de arte en forma de instalación efimera- de Gabilondo. De este hombre ya está todo dicho -incluido el habitual puñado de inexactitudes-, y lo que es peor, muchas veces. Especialmente, que constituye un ejemplo profesional, una afirmación tajante de cuya sinceridad cabe dudar dada la ausencia de voluntarios dispuestos a seguirlo.
Por lo visto, el periodismo se dirige a un tipo de personas que ya van falleciendo y sin embargo, se realiza cada día en un maremágnum de pobres de espíritu que viven sinceramente convencidos de que “si una noticia es importante ya llegará a mí”, como si la información fiable fuera un sanbernardo especializado en localizar a los supervivientes que han quedado sepultados bajo los aludes de la publicidad y su versión travelo, la propaganda.
Del ensimismamiento al que ha conducido esta situación da cuenta el infinito número de estudios, reportajes, artículos y reflexiones sobre la inminente desaparición de la prensa escrita que usted podrá encontrar en Google a un sólo golpe de click.
Como usted mismo podrá comprobar, en todos ellos los periodistas reflexionan exhaustivamente sobre sí mismos, pero no hallará ni una línea de texto dedicada a los conductores que reparten con sus furgonetas los periódicos, ni sobre los trabajadores de las rotativas, otros dos oficios ligados a esta agonía, sin los cuales, todo lo escrito en los diarios no pasaría de ser una sucesión de monólogos interiores. He aquí la medida del autismo alcanzado en el mundo de la comunicación y su impotencia a la hora de encontrar una historia interesante, así la tenga delante de sus narices.
Gabilondo se va, y con él todos los compañeros de su cadena, porque ya hemos alcanzado ese punto de fusión social en el que su admirable trabajo es incapaz de competir ni de lejos en los audímetros con un simple golpe de pestañas de Sara Carbonero. Y todo esto es el resultado de una ecuación empresarial que se decide en las operaciones de compra-venta en Bolsa. Aquí y ahora, Gabilondo no puede ser ya un mero ejemplo profesional porque se ha convertido en algo más: un escarmiento laboral.