En un mundo en el que los gobiernos de izquierdas aplican el programa electoral de la oposición conservadora, ‘Gran Hermano’ sustituye a Iñaki Gabilondo -seguro que con éxito- y la gente cree en los poderes del botox, la Festividad de los Santos Inocentes sirve para recordarnos una vez más la urgente necesidad de matar al niño que pugna por salir fuera para salvar al adulto que llevamos dentro. Es una cuestión de legítima defensa. El camino inverso conduce a Carmen Lomana y a la adoración de la ‘power balance’.
El niño que llevamos dentro está socialmente sobrevalorado. Como las familias más rancias, vive de rentas ya dilapidadas y de prestigios agotados, que en ningún caso volverán. A cambio, nos invita a sentarnos en el sofá para contemplar espectáculos denigrantes protagonizados ‘princesas del pueblo’ bajo la coartada de que “no me creo nada, pero me entretiene”, una frase que ya utilizó el primer niño que descubrió lo de los Reyes Magos y calló como una trabajadora del sexo -antes, puta-, a la espera de los regalos.
Un 28 de diciembre tal que hoy nos llega armado hasta los dientes de noticias tan improbables como la entrevista de Arnaldo Otegi en ‘The Wall Street Journal’, tan indecorosas como la subida del precio de la luz en un 10% o tan piadosas como que Demidov conoce al dedillo la historia de la Real. Que todas ellas sean reales no quiere decir que sean verosímiles.
Los cables secretos de Wikileaks han resultado el mayor vertedero de banalidades que ha conocido la Historia hasta el momento, un punto de no retorno alcanzado gracias a nuestra postración ante las nuevas tecnologías, que retroceden que es una barbaridad. Sin embargo, no cobraron verdadera gracia en toda su dimensión hasta que alguien decretó que Julian Assange ha cambiado para siempre la forma de hacer política. Cuando la especie hizo fortuna entre los más prestigiosos analistas fue cuando se desató el despiporre.
Y mañana será igual. El mundo está de ‘tripi’ y las bromas han perdido su carácter subversivo, si es que alguna vez lo tuvieron. Dicho de otra forma, la única posibilidad que tiene la inocentada de alumbrar sonrisas y carcajadas es atenerse estrictamente a los hechos reales y contrastados por al menos tres fuentes. El resto queda para los servicios informativos, que de algo tienen que vivir.