Cada vez que un dirigente político europeo se siente atribulado por las incertidumbres que rodean su reelección suelta aquello de que “el multiculturalismo ha fracasado” y a continuación, se queda a la espera de que reacciones le ayuden a eludir otros temas mucho más espinosos.
El primero en obsesionarse con la identidad nacional fue Sarkozy, a continuación le siguió Angela Merkel y ahora se ha sumado David Cameron. El fracaso del multiculturalismo tiene mil caras, aunque en ninguna otra se muestra tan estrepitósamente como en el seno de la propia Unión Europea, incapaz de consensuar acuerdo alguno en materia de política exterior, por ejemplo, por nimio que éste sea.
El multiculturalismo ha fracaso, en efecto, casi tanto como el monoculturalismo. Ésta es una enseñanza que todos hemos encajado en primera persona. En mi educación ha pesado más un cantante de Minessota -en donde jamás puse un pie- que el bardo Iparragirre, un escritor ruso que el máximo exponente -sea quien sea- de las letras vascas en cualquiera de sus dos lenguas y prefiero una escultura de Henry Moore que todas las estelas funerarias de San Telmo. Por otra parte, me mola más Eskorbuto que los Sex Pistols, aunque en ningún caso tanto como los Ramones. En cuanto a Ez Dok Amairu, hubiera empatizado más con el movimiento si hubiera integrado en su seno a la Veltet Underground.
He crecido y vivido en un país pródigo en espectáculos insólitos que, aunque se desarrollaban delante de mis narices, me convertían temporalmente en un anacronismo y geográficamente, en un habitante de las antípodas. Supongo que todo esto me convierte en una suerte de extranjero sedentario y ni siquiera tengo la certeza de que al revés me hubiera ido mejor, dado que a lo único que aspiro es al abandono mental que proporciona la contemplación.
La enumeración de la extravagancias a las que he asistido sería interminable, baste citar las ofrendas de agradecimiento que los futbolistas de la Real en pleno realizan a la virgen de turno cada vez que culminan alguna nueva proeza deportiva o el claustrofóbico ritual vigente en algún pueblo guipuzcoano que lleva a los nuevos matrimonios a comparecer cada año ante la población para ejecutar unos bailables, en un rito que visto en su conjunto, se antoja una especie de burka sentimental con tintes emotivos.
Ignoro si nada humano me es ajeno, pero ya tengo asumido que casi nada ajeno me es humano. Todos somos marcianos para el otro, a no ser que aún no hayamos tenido tiempo de conocernos lo suficiente. Desechado el multiculturalismo, sólo el multianalfabetismo nos proporcionará ese punto de encuentro en el que lo que nos une sea mucho más importante que lo que nos separa. Como sociedad, sólo nos vertebramos en torno a Belén Esteban y, en caso de duda, los estudios de Sofres o el Euskobarómetro aportarán las evidencias científicas que así lo demuestren.