Hasta ahora, si un desconocido te espetaba directamente “y tú, ¿cuánto ganas?” era porque te encontrabas o en un burdel o en las oficinas de la Hacienda Foral. Quizás también en la puerta de alguna selecta discoteca.

Desde hace un semana, sabemos que semejante situación puede producirse en un campo de fútbol. Cristiano Ronaldo se la fórmulo a Pandiani en el antiguo El Sadar y el jugador calvo de Osasuna, en lugar responderle que más o menos lo mismo si descontamos la gomina, se enfadó.

Ayer, en el Bernabéu, la mayor humillación que sufrió la Real no fue el resultado del partido, sino el desinterés de CR7 por el salario de sus rivales, una circunstancia que puede atribuirse bien a que ni se le pasó por la cabeza que alguno los catorce jugadores blanquiazules percibiera sueldo alguno por dedicarse al fútbol, bien para evitar el sentimiento de culpa que siempre asalta a un multimillonario cuando se enfrenta a una hucha del Domund.

Fuera del campo, Cristiano Ronaldo es que el que lleva pendientes de faralaes, pero para aquéllos que tengan problemas a la hora de identificar a los jugadores sobre el césped, baste decir que es ese futbolista que siempre parece dirigirse a cometer un asesinato o que viene de perpetrarlo.

Cuando el árbitro pita el inicio del partido, CR deja de ver jugadores para vislumbrar únicamente nóminas correteando a su alrededor. Según este sombrío esquema mental, las más modestas corresponden a jugadores rivales a los que dejar atrás y las más altas, a compañeros de equipo a los que, no obstante, rara vez pasará el balón por aquello de no rebajarse a trabajar por cuenta ajena.

El portugués ha venido a España a dejar huella. De hecho, no es probable que no haya habido jugador en la Liga española que haya marcado tantos goles sin ganar título alguno y si el record aún no se ha consumado, puede que lo haya hecho a final de temporada. Quizás CR comience a sospecharlo, lo que explicaría su permanente estado de cabreo.

En cuanto a la Real, en efecto, es un equipo joven que aún tiene margen tanto para el crecimiento como para el decrecimiento, por desgracia, mucho más amplio el primero que el segundo. Sin embargo, puestos a elegir, lo más seguro es que al final no termine de decidirse ni por lo uno, ni por lo otro.