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Alberto Moyano

El jukebox

Mubarak engorda en pantalla plana

El presidente egipcio, Hosni Mubarak, optó ayer por el formato de la vídeo-instalación para compartir con los telespectadores su visión del mundo, un lugar habitado por menores de edad que, con la irresponsabilidad propia de la adolescencia, pretende cambiar las cosas.


Mubarak no sólo parece un vampiro, sino que se comporta como tal. Su conocida rapiña hace que las estimaciones en torno a su fortuna oscilen entre márgenes descomunales. Su capacidad de succión ha mermado notablemente con el implacable paso de los años y, sin embargo, aún permanece activa. Pese a todo, anoche adoleció de una falta de creatividad alarmante.


Cuando habló de castigar a los culpables de la represión, pareció que afloraban sus pulsiones autodestructivas; cuando apeló a su espíritu indómito frente a las presiones extranjeras, se postuló a paranoico; y cuando se dirigió a los egipcios en calidad de padre de todos ellos, evidenció todos los síntomas de un avanzado síndrome de Münchausen por poderes, transtorno psicológico que se caracteriza por fingir que el hijo padece todo tipo de enfermedades con el objetivo de reclamar atención médica.


En España, país ayuno de experiencia en materia de revueltas  populares contra sátrapas y tiranos, los consumidores vibraban anoche en los sofás de su salón, a la espera de que Mubarak anunciara su propia defunción, en una suerte de mixtura improbable entre Franco y Arias-Navarro. No fue el caso y el rais egipcio sintió que no tenía más remedio que volver a ofrecerse voluntario para salvar al país de sí mismo. 


Si dejamos a un lado el peso de la comunicad internacional, las relaciones de toda índole -incluidas las comerciales, por supuesto-, entre los militares de Washington y El Cairo, y la diplomacia entendida como servicio de inteligencia, es fácil dejarse llevar por el arrebato romántico.


No obstante, conviene recordar que así como en democracia, el pueblo puede cambiar de gobierno, siempre que no afecte el régimen vigente, en dictadura, el pueblo puede derribar el viejo régimen, pero en ningún caso participa en la instauración del nuevo. España tiene el deber que brindar al mundo una lección inolvidable: el desencanto es una de las primeras estaciones de ese vía crucis que llamamos transición. Por eso, hagan lo que hagan los egipcios, conviene que se den prisa.


febrero 2011
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