Anoche, mientras el pueblo egipcio festejaba la marcha de Mubarak y al hacerlo se celebraba a sí mismo, La 2 de TVE emitía un interesante debate en el que, bajo el título de “¿Tenemos la televisión que nos merecemos?”, los contertulios trataron de explicar razonadamente por qué el espectador prefería estar viendo en esos mismos momentos ‘Sálvame De Luxe’ (y por extensión, de todo lo demás).
Al término de la tertulia, ninguno de los participantes había conseguido formular una respuesta nítida a la pregunta planteada por el programa, pero sí quedaron meridiana e implícitamente claras las razones que explican el fervor popular que despierta Fabra entre sus vecinos o las razones por las cuales el pueblo valenciano llevará a Francisco Camps en volandas hacia la reelección, en un ejercicio de madurez democrática.
El ciudadano español considera que ganar el Mundial constituye el máximo honor colectivo al que puede aspirar un país. Cualquier madrileño -por poner un ejemplo- que se encontrara ayer de sopetón con las imágenes de las celebraciones callejeras en El Cairo pensaría que Egipto ha ganado la Copa de África como única explicación plausible. Cada vez que alguien proclama que “‘La Roja’ consiguió unir a todos los españoles por encima de sus diferencias” halaga al equipo y avergüenza a todos los demás.
Educado desde pequeño en que “la política es para quienes viven de ella” y alcanzada la edad adulta en el convencimiento de que “si no abro la tienda, ¿quién me paga a mí el día perdido?”, el español vibra al unísono con los pueblos que se rebelan, pero incapaz de distinguir la realidad de la ficción, lo hace con la distancia propia de quien ve una película.
La siesta es la más indimidante posición de ataque que es capaz de adoptar y sólo la abandona ocasionalmente para impartir lecciones de dignidad en el marco de lo acontecido en el País Vasco en las últimas decadas. De ahí no pasa, por eso nuestros gobiernos no se sienten impelidos a adoptar cualquiera de sus decisiones con alguna precaución.
La cuestión no es que Franco muriera en la cama, sino que el óbito pilló al resto de los españoles en idéntica postura. En defensa de los dos, cabe alegar que tanto el uno como el otro estaban agonizando, aunque es probable que sólo uno de ellos fuera consciente.