Sería más sencillo que Hollywood acometiera un ‘remake’ local de ‘El discurso del rey’, pese a que en Estados Unidos no hay Realeza, que trasladar la acción de la película a un país como España, en donde la Monarquía crece y prospera envasada rigurosamente al vacío.
Para qué va a molestarse un soberano español en esforzarse en leer un discurso con fluidez si cualquier balbuceo se atribuiría automáticamente a las deficiencias propias de cualquier retransmisión en TDT y ante cualquier posible duda, bastaría con recordar quién fue el que salvó la democracia hace treinta años.
Los británicos han tenido que introducir algunas falsificaciones históricas en el relato para llevarse el Oscar al Mejor Guión Original. Acostumbrados a soslayar los aspectos más escabrosos de nuestra monarquía, todas estas sutilezas y minucias pasan por completo desapercibidas entre nosotros.
Un rey británico sin dotes para la oratoria se siente obligado a imponerse un duro adiestramiento. Uno español no incurriría nunca en semejante pérdida de tiempo. Lo peor que le podría pasar es que la audiencia intentara desertar y eso se convierte en misión imposible cuando, desde un punto de vista catódico, no hay a donde huir, como sucede cada Nochebuena.
Puestos en el trance de atender por obligación al mensaje de nuestro soberano, el ataque de timidez se traslada del emisor al receptor, de forma que somos los espectadores los que, con la boca reseca y las manos sudorosas, acabamos hiperventilando a causa del sopor que, de forma lenta pero implacable, nos inoculan sus palabras.
Cualquiera que haya volcado toda su atención en un discurso real sabe de la inutilidad del esfuerzo. Y si a pesar de todo persiste el interés, no queda otra opción que esperar a que la tele y la prensa repiquen todo eso de que “el rey hizo un llamamiento a la unidad contra el terrorismo”, “el rey tuvo un recuerdo para los parados” o “el rey pidió aunar esfuerzos para superar la crisis”.
Visto lo cual y dado que el mensaje se repite en idénticos términos año tras año cabe preguntarse si no estaremos asistiendo a una forma de tartamudez que se manifiesta en ciclos de doce meses, provocando que durante varias décadas estemos asistiendo a un mismo discurso, siempre inconcluso. En este sentido, conviene advertir de que las prestaciones del heredero en este terreno no permiten forjarse grandes ilusiones de cara al futuro.