Nueve años después de los atentados del 11-M continuamos sabiéndolo todo sobre la masacre, pero no cesamos de aprender más sobre nosotros mismos. Sabemos quiénes, cómo, con qué y por qué lo hicieron y hasta qué cintas de músicas llevaban en qué marca de furgoneta. Conocemos los antecedentes -el atentado contra la Casa de España de Casablanca-, y también los consecuentes -las bombas de Londres-. También quiénes mintieron, desde la certeza de que cualquier hipótesis, por rocambolesca que fuera, encontraría su nicho de mercado. La única mentira aún en vigor se resume en el lema “todos íbamos en aquellos trenes”. No es cierto: algunos jamás se subieron y otros se apearon en la parada anterior, por no hablar de los que se encaramaron a los vagones días después, dicho sea en un intento de agotar todas las posibilidades que ofrece el inefable eslogan.
Desde la distancia, resultan conmovedores aquellos intentos por conseguir que Rubalcaba pareciera un genio del mal, justo ahora que legiones de asesores y expertos intentan sin éxito explicarle qué le ha pasado en Ponferrada y mientras a su partido cuenta el transcurso de los días por vías de agua. Que aquella mañana Arnaldo Otegi dijera lo que luego resultó ser la verdad judicial es mérito suyo, pero que fuera el único en hacerlo lo es del resto de los políticos. Para vergüenza de estos últimos, añado. Esa verdad le costó la vida a un panadero de Pamplona y quienes alegan que “fueron días de mucha confusión” son los mismos que se entregaron en cuerpo y alma a sembrarla.
A la incompetencia de los dirigentes políticos, se suma la de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, cuya cadena de chapuzas termina siempre por quedar en envidencia, así en la investigación del 11-M, como en las de los casos Bretón o Marta del Castillo. De hecho, sabemos mucho más sobre el 11-M que sobre el 23-F y quienes para identificar al autor intelectual del primero se preguntan a quién benefició demuestran escasa confianza en la fórmula, de lo contrario, hace décadas de hubieran hecho lo propio respecto al segundo. Para el recuerdo quedan las imágenes de aquella muchedumbre agolpada tras una pancarta en la que se hacía pasar la invasión de Irak por un artículo de la Constitución española.