La muerte del ex general Armada nos deja a Enrique Múgica Herzog como la pieza más interesante a entrevistar en el ajedrez del 23-F, exceptuando a su majestad la reina. 32 años después, la pseudo intentona golpista queda como la mejor vacuna para la prevención de los riesgos que conllevan los ‘relatos compartidos’, en este caso aún más compartido que relato, véase ‘Anatomía de un instante’. Resulta asombroso que desde, el minuto uno y con Tejero aún fumando en el patio del Congreso, se impusiera la insostenible versión de que el rey había detenido el golpe y la sociedad civil se había ocupado del resto, cuando tanto el uno como la otra comparecieron con un retraso considerable.
El 23-F adoleció de un exceso de patriotismo de economato cuartelero y de un déficit de respaldo financiero. Si alguien dio la espalda al 23-F desde un primer momento fue eso que luego se ha dado en llamar “elites extractivas” -en contraposición con las masas de piscifactoría- y al menos en España, no hay ‘cuartelazo’ que prospere en contra de los intereses económicos de la oligarquía nacional, en aquellos momentos, empeñada en meter cuanto antes la cuchara en un mercado común europeo incompatible con los tricornios.
Del 23-F se ha escrito tanto que a veces parece que no se ha dicho nada. Semanas antes, alguien de mi entorno familiar estuvo en Madrid. A la vuelta anunció que iba a haber un golpe de estado, mucho más perplejo que por la falta de discreción en sí, por la absoluta normalidad con la que en la capital se había asumido, como si estuviéramos ante hechos consumados. En cuanto al cacareado -y tan exigido en otras circunstancias- reproche social que supuestamente recibieron los implicados tras su fugaz cumplimiento de condenas, decir que simplemente nunca se dio.