Ofender a España está prohibido, pero ensalzarla resulta imposible. De hecho, ofenderla también está imposible; en materia de vejaciones, el límite se sitúa en describirla tal cual es, con la máxima precisión. La única opción sería dejarla vegetar en el sofá, pero tiene el sueño inquieto y, de vez en cuando, en su duermevela, suelta patadas. España se ha convertido, si es que alguna vez no lo fue, en un virulento skinhead con un collar de pinchos en el cuello de Melilla. Hablamos de un país que, intervenido económica y judicialmente por Europa, en realidad no existe, excepto en el terreno futbolístico, en donde también se vislumbra su decadencia. Estamos en puertas de una nueva generación del 98 circunscrito al periodismo deportivo. Desde el punto de vista territorial, se retrata como una cárcel de tercer grado a la que sólo es obligado regresar para dormir. Qué de ofensivo puede decirse sobre España si la búsqueda entre basuras se ha convertido ya en una sección fija en la prensa extranjera y si la percepción colectiva le sitúa como el país más corrupto de la Unión Europea. Es más: qué interés podría tener nadie en ofender a España cuando lo realmente hiriente es tener que habitarla, rodeado de seres que, en modo reality show, exclaman: “¡España, no cambies nunca!”, antes de ir a votar de nuevo a Fabra. Un paso más allá: cómo se puede ofender a todo un país cuando se nos ha inculcado que los derechos colectivos no existen, sólo los individuales. Quién determinará en qué consiste ofender a España y que se hizo con intención cuando los informes educativos certifican que un importante porcentaje de españoles no está en condiciones de comprender un texto escrito. Cualquier manual de Historia e España constituye una ofensa en toda regla. En su primera acepción, ‘ofender’ significa “injuriar de palabra, agraviar” -como si no estuviera ya lo suficientemente grave-, seguida del ejemplo “no ofende quien quiere,sino quien puede”. Y dada la renta básica española y las multas que contempla el proyecto de ley, la pregunta es ¿quién puede?. En su última acepción es “molestarse, enfadarse” y el ejemplo: “Se ofendió porque no la saludé”. Y la pregunta es: ¿cómo vas a saludar a quien ni conoces, ni reconoces?