En pleno proceso de privatización de la Sanidad y de la Educación, no hay ningún motivo de peso para no hacer lo propio con la Seguridad. El capital cuenta con sus propios guardias; los pobres -antigua clase media- deberá conformarse con un poco de periodismo ciudadano, un producto inocuo con un efecto tan placebo como la homeopatía. La prueba irrefutable es que Montoro aún no ha acusado a sus practicantes de defraudar al fisco y todo apunta a que no piensa hacerlo, dado que de lo contrario ya hubiera advertido que en ningún caso les recibirá en su despacho.
Bajo un Gobierno que proclama la subida salarial mientras los sueldos descienden, que anuncia el descenso del paro mientras continúa destruyéndose empleo y que se vanagloria de la bajada de los impuestos en tanto la presión fiscal rivaliza en su compulsivo himalayismo con el propio Juanito Oiarzabal, se requiere de la elocuencia del falso intérprete de lenguaje de signos que ofició durante el funeral de Mandela para entender algo. De haber subido Montoro al estrado, al impostor le hubiera faltado brazos para explicarse y sólo un miembro de Locomía desprovisto de abanicos hubiese estado en condiciones de verter a algún idioma inteligible la alocución del ministro de Hacienda, ya de por sí bastante dado a hablar hasta por los codos. En España, al falso intérprete que habla para sordomudos con letra de médico se le entendió todo porque Marhuenda lleva años haciendo lo mismo en las tertulias con los discursos de Rajoy. En cuanto a los medios de comunicación acusados de no cumplir con Hacienda, Pedro Jota ha sido el primero en practicarse a sí mismo la prueba del pañuelo, mientras la otra gran cabecera madrileña silba hoy la sintonía de ‘Verano azul’ desde la portada de su web.
Vivimos instalados entre el jueves de Carnaval y el entierro de la sardina. En rigor, no puede afirmarse que nada sea lo que parece, es más apropiado hablar de que nada se confiesa tal cual. La realidad líquida se ha vuelto gaseosa, pero no desea que se note. Así, el antiguo inquilino de Rodden Island ha pasado en menos de una semana de Mandela a Madiba e incluso Tata Madiba, el superlativo de la intimidad. Entre una cosa y la otra, también ha tenido tiempo para ser Arnaldo Otegi y Ramón Rubial. Si alguien hubiera dicho simplemente ‘Nelson’, todo el mundo hubiera pensado de inmediato en el almirante británico de Trafalgar.
Y en este baile de disfraces, era lógico que un funeral en un estadio de fútbol acabara pareciendo un bautizo en casa de Jorge Lorenzo, si es que se puede llamar ‘casa’ a un lugar por el que tienes que desplazarte con gafas de sol y que a pesar de contar con 1.200 metros cuadrados, aún dispone de un gimnasio por si, tras ir del comedor a la cocina, aún te has quedado con ganas de hacer un poco ejercicio. Por cierto, su representante ya ha aclarado que lo que había en las hamacas no eran lumis, sino paragüeras, y que los jamones que cuelgan del techo no son propiedad del piloto sino un préstamo. O quizás todo ha dicho justo lo contrario, ya no recuerdo bien.
Dentro de diez años, Muñoz Molina publicará un libro en el que se interrogará acerca de cómo fue posible que no nos diésemos cuenta de que Mandela era negro y de izquierdas, que Montoro mentía y que las paragüeras de Lorenzo eran en realidad animales domésticos que fingían trabajar de colipoterras.