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Alberto Moyano

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Ongi etorri, prisionero número 89

Conozco a una vecina de Igeldo que dispone de un piso en la calle San Martín como base logística para depositar sus compras cuando baja de ‘shopping’ al centro de Donostia, dado el fervor con el que ejerce su responsabilidad consumidora. Por eso, cuando se me dice que Sorrentino retrata en ‘La gran belleza’ un mundo de excesos, siempre apostillo que “con enorme realismo”. El no sé si ya ex barrio donostiarra de Igeldo se convirtió ayer en el preso número 89 del territorio histórico, lo cual para sus vecinos constituye un éxito que ni siquiera el hecho de que se trate del municipio guipuzcoano con mayores diferencias de renta entre ricos y pobres debería empañar. Al fin y al cabo, no hablamos de Sudáfrica y ni siquiera su permanencia bajo el yugo donostiarra iba a corregir esta circunstancia, más bien al contrario. En cualquier caso, sirva como ejemplo ilustrativo de la desigualdad el abismo fiscal que debe existir entre las tascas del pueblo y el restaurante de las tres estrellas Michelin.

Hasta ayer, era incapaz de imaginar en qué podría afectarme una desanexión que se me antoja remotísima, más allá de que la esperanza en que la independencia igeldotarra permitiera liberar algunos autobuses de dBus y reforzar así otras líneas. Al fin y al cabo, mi relación con un núcleo poblacional conformado a partes iguales por caseríos con huertas y villas piscina roza lo exótico. Nunca me interesé por la discoteca Ku aunque siempre observé con verdadera curiosidad científica el tesón con el que los jóvenes más solventes de mi generación se estrellaban por las curvas a bordo de sus coches y de sus motos. Sin embargo, tras ver las celebraciones de anoche en el pueblo y contemplar el alborozo de sus habitantes al proclamar cual Mandelas “¡veinte años esperando esto!” no puedo menos que adherirme al júbilo popular. Absorto en mis propias cuitas, ignoraba hasta qué punto el sentimiento de abandono y opresión anidaba en el corazón de los igeldotarras, algunos de los cuales disponen de salones más grandes que el Polideportivo de mi barrio. No hay que culpar a nadie. En Donostia, si los barrios conviven -que no lo hacen- en imperfecta armonía es gracias a la ignorancia mutua y si el igeldotarra se siente menospreciado por el centro de la ciudad, tampoco disimula que profesa idéntico sentimiento hacia la periferia, al fin y al cabo, un nido de manchurrianos.

Para quienes siempre anhelamos salir de San Sebastián, el acortamiento de las distancias que permiten abandonar territorio donostiarras sólo puede ser una gran noticia. En cuanto a los partidos de la oposición municipal, volverán a equivocarse si pretenden que el pleno sustituya a una consulta popular que, vinculante o no, ya se ha celebrado. Queda pendiente la decisión de la siempre imprevisible judicatura. Los portavoces de los vecinos ya han manifestado su confianza en establecer una relación con Donostia en términos de igualdad, que dios y Garitano les oigan, de tal forma que una vez concluida la  lógica transición, Igeldo se instale con orgullo en la autosuficiencia económica, no respecto de la Diputación, pero sí del Ayuntamiento donostiarra. Sería una pena que el prisionero número 89 del territorio guipuzcoano estrenara libertad con ‘La bien pagá’ como himno nacional, en la lamentable versión de Bebo Valdés y Diego El Cigala, por supuesto.

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