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Alberto Moyano

El jukebox

Wikileaks, Connecting People

Es probable que si tus familiares, conocidos y compañeros laborales tuvieran acceso a los pensamientos que albergas sobre cada uno de ellos el equilibrio de las relaciones personales se vería afectado, pero tan sólo muy ligeramente.

Tampoco la filtración recíproca del concepto que ellos tienen sobre ti alteraría de forma decisiva estas relaciones. El conocimiento exhaustivo de los documentos que guardas en el disco duro de tu ordenador, de tus últimos movimientos o de tu diario personal quizás ayudarían también a modificar su percepción sobre tu persona. Lo verdaderamente grave sería que todos fuéramos conscientes de que sabemos lo que los demás saben porque no habría ya lugar para la diplomacia doméstica.

Wikileaks no trabaja en la desvelación de secretos. Tan sólo se encarga de que todo el mundo sepa que los sabemos. En la ficción en la que habitamos, este Wikiworld representa un modelo de información libre y alternativo, aunque paradójicamente sus contenidos se difunden en régimen de exclusiva a través de los medios del ‘establishment’. En España, ‘El País; en Alemania, ‘Der Spiegel’.

Wikileaks vive la primavera de su vida. El sello de la web imprime crediblidad y reactualiza viejos temas. Sus revelaciones sobre las torturas en Irak o los trajamanejes diplomático-gubernamentales en el ámbito de la Justicia española palidecen ante las memorias publicadas por el propio Bush o las continuas denuncias de la familia Couso, respectivamente.

En ambos casos, nos dimos por enterados, adjudicamos a la información el grado de credibilidad que convenía a nuestro discurso y finalmente lo archivamos todo a beneficio de inventario. Llegado el ‘momento Wikileaks’, desempolvamos toda esta información y exclamamos: ¡qué escándalo!.

La cuestión actual no radica en el exceso y falta de información, sino en el proceso de selección que todos efectuamos a diario. Así, cualquier forma de pensamiento crítico ya no se enfrenta a la indiferencia general, sino al cliché particular, un derivado del adocenamiento que ahora se vende en formato personalizado y que se construye a partes iguales tanto con la información que exaltamos como con la que preferimos ignorar.

Nada de cuanto pueda publicar Wikilleaks interesaría tanto a día de hoy como la identidad de sus proveedores anónimos y, sobre todo, de sus motivaciones. Mientras tanto, seguiremos ignorando quién es el emisor de las noticias que tanto nos desasosiegan durante cinco minutos.

En cuanto a la cabeza visible del invento, Julian Assange, puede seguir bombardeándonos con lotes de documentos a razón de 200.000 por entrega, pero su verdadero reto será sacar a la luz los documentos secretos que prueban que existe un complot en su contra organizado -a poder ser, internacional- para imputarle los delitos sexuales que le atribuye la Justicia sueca.

Dicho lo cual, sorprende qué prosaica es la diplomacia -o si se prefiere, el espionaje- internacional. Todos convivimos a diario con vanidosos patológicos como Berlusconi, acomplejados incurables como Sarkozy, complacientes a toda costa como ZP, ególatras descomunales como Putin o individuos susceptibles de ser sometidos a un examen psiquiátrico, como Cristina Fernández de Kichner. Simplemente, no se lo cuentes a nadie.


diciembre 2010
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