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Alberto Moyano

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El 'derbi' enfrenta dos formas de entender el sopor

Ahora que se acerca la Navidad, es hora de recordar que una de las cosas buenas de estar en Segunda División era que nos evitábamos el engorroso ‘derbi’ entre hermanos. En efecto, el domingo visitan Anoeta nuestros parientes del Athletic, una nueva reedición de algo que suele empezar como un encuentro fraternal y acaba derivando en duelo fratricida, siguiendo el esquema de lo que acontece en el transcurso de las mejores cenas familiares.

Este año, sin embargo, el encuentro se produce en un clima de hermandad tal que ya ha alumbrado las primeras tasas de alcoholemia, alguna en niveles nunca vistos antes, bien es cierto que a cargo de algún jugador. En el terreno de la moral, la Real ya se ha apuntado un tanto porque tiene un punto de humillación el hecho de que el protagonista de la descomunal ingesta sea uno de sus ex jugadores.

Dirá el hombre que alguien le echó un solomillo de Irun en el cubalibre aprovechando que se fue un momento al baño sin su copa -un gesto que delataría la bisoñez del infractor en estas lides-, pero lo cierto es que hacerse acreedor a la mayor sanción impuesta hasta el momento en un club que ha contado en sus filas con cimas del género como Yeste o Del Horno no deja de tener su mérito.

Lo que hace del Athletic un caso único en el mundo no es su admirable apuesta por jugar únicamente con jugadores vascos, ni siquiera el hecho de que algunos de éstos sean de La Rioja, sino su empecinamiento en descubrir talentos ocultos en las filas realistas, algo que, por alguna extraña razón, no le sucede a ningún otro equipo del planeta.

Y es que siempre que el Athletic viene Anoeta acaba llevándose algo, amén de los tres puntos. Es, digamos, la versión futbolística de los turistas españoles en Nueva York, conocidos en la ‘Gran Manzana’ como los ‘give-me-two’ por su pasión por comprar de todo y por partida doble.

Por lo demás, ésta es al menos la único ocasión en todo el año en el que hay motivos para celebrar la existencia de las pistas de atletimo, una instalación que protege a los blanquiazules, dadas las prestaciones de una y otra afición -la bilbaína entona cánticos de ánimo, mientras que la realista murmulla incansablemente-.

Estamos ante el segundo partido del siglo en lo que va de semana. Dice la leyenda que mientras los guipuzcoanos discutimos, los vizcaínos hacen. Eso únicamente garantiza que la pizarra de Martín Lasarte estará mucho mejor dibujada que la de Caparrós.

Sólo queda desear que todo transcurra por los cauces deportivos habituales, que sea una fiesta del fútbol o al menos, que sea una fiesta a secas, lo habitual en estos casos ya que el derby es desde el punto de vista etílico la continuación de las regatas por otros medios, un Santo Tomás en ausencia de la cerda. Y que gane el mejor, si es que honradamente se puede calificar como tal a alguno de los dos equipos que saltará al terreno de juego.

 


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