“Esta mañana, a primera hora, entré en mi sucursal bancaria de cabecera, me dirigí a la ventanilla habitual y con voz firme y clara di una sola pero precisa instrucción: ‘Vengo a retirar todos los fondos y depósitos. En concreto, los de Cantona’. ‘Lo siento, pero para hacerlo debe personarse el titular de la cuenta’, replicó el esbirro de la banca rapaz. ‘En tal caso, retiraré los míos’, dije, sin dejarme amilanar. ‘Y los quiero en billetes pequeños y sin marcar’, rematé.
Creí adivinar un cierto alivio en la expresión oral del empleado -‘¡loado sea el cielo, por fin!’, le escuché nítidamente-, pero lo atribuí a varios factores, entre los que podrían figurar mi manía de consultar a diario mi saldo personalmente, mis constantes anulaciones de tarjeta por extravío o el hecho de que en tan solo dos años he estropeado cuatro cajeros automáticos al confundir la MasterCard con la txartela de Osakidetza.
Pero recapitulemos: hasta llegar a la ventanilla bancaria había recorrido un largo camino. Quiero decir que mi gesto no obedecía a un rapto de cólera, ni a un impulso poco meditado, sino que suponía la culminación de un proceso de reflexión y toma de conciencia, iniciado esta misma mañana en el cepillado de dientes, madurado durante el afeitado y asumido en el transcurso de la ducha reparadora.
Mientras el empleado contaba los 83,20 euros de mi libreta de ahorro, eché un ojo a la sucursal y no negaré una cierta sorpresa al comprobar que yo era el único cliente. Sé que las masas revolucionarias están de ‘puente’, pero esperaba encontrar a más gente siguiendo la consigna del gran Cantona: quizás no a sindicalistas, antiglobalizadores y líderes de la izquierda, pero al menos sí a la Peña Mujika.
En todo caso, he reflexionado, vendrán más tarde. Quizás no les gusta madrugar. Da igual. Las condiciones objetivas están maduras. Si la gente no quiere retirar sus fondos del banco, no importa. Basta con que lo hagan los futbolistas para que el sistema se colapse, al menos, en Liechtenstein, Suiza y las Islas Caimán. La mecha prenderá: primero, los futbolistas; luego, los tenistas; después, los ciclistas; más tarde, los cocineros tres estrellas… Esto no ya hay quien lo pare. ¡Otra usura es posible¡
Tras darme el dinero, el empleado me despidió con un ‘hasta nunca, pesao’, al que repliqué con un: ‘Ni lo sueñes, antes del día 5 estoy de vuelta con nuevos fondos, que en esa fecha me vence la letra de la hipoteca’. Ahora, sólo queda esperar a que se precipiten los acontecimientos”.