El equipo de Pep Guardiola no pasa de ser la versión futbolística del colectivo de controladores aéreos, un grupo de privilegiados que no duda en abusar de los usuarios de la Liga, en el caso de ayer, la Real. Aguardemos a que se decrete el Estado de Alarma en el Camp Nou y a que sus jugadores sean sustituidos por un contingente militar liderado por algún oficial chusquero. 

El escarnio alcanza el punto de que su entrenador, un prodigio de los buenos modales, ya ni se molesta en fingir que se sabe los nombres de los jugadores del equpo rival, tal es la acumulación de goleadas que el equipo blaugrana propina y acumula, sin guardar apenas recuerdo de ellas.

En cuanto a la Real, salió vencida al campo, no por el planteamiento de Lasarte o por el miedo escénico -¿qué es jugar en el Camp Nou para cualquiera acostumbrado a soportar los rigores aeroportuarios?-, sino por su propio carácter, de natural pusilánime. La costumbre de la prensa deportiva guipuzcoana de rememorar viejas hazanas del equipo en vísperas de estos partidos tan sólo consigue agarrotar aún más a los niños, justitos de recursos futbolísticos y emocionalmente frágiles ante cualquier alusión a glorias pasadas.

El césped es el lugar en el que se debe manifestar la rabia, mientras que la rabieta es más propia de la sala de prensa. No obstante, ayer la Real hizo historia porque probablemente nunca más el Barça vuelva a meter cinco goles a un rival al que ni siquiera tuvo que propinar el árbitro una triste tarjeta amarilla, a modo de emblema del coraje.

Decía Lasarte tras el partido que sus jugadores no habían creído en la victoria. El uruguayo debería dar gracias al cielo. Además de una prueba de la madurez del equipo -el forofo puede estar loco, pero el jugador debe permanecer cuerdo-, esta circunstancia resultó felizmente contagiosa para el equipo contrario. De lo contrario, los de Anoeta hubieran sucumbido por 10-0, gol arriba, gol abajo.

Transcurrido el primer tercio de la Liga y visto lo visto, el drama del fútbol español no es que el título sea cosa de dos, sino algo mucho más grave: la enorme diferencia plástica existente entre estos dos y, para colmo, la posibilidad de que encima lo termine ganando el otro.