A comienzos del siglo XXI, desembarcamos masivamente en las redes sociales, exhaustos del descomunal esfuerzo que en la vida real exige la práctica de la nueva religión: caer bien siempre a todo el mundo y en caso de conflicto, salir fenomenal del trance tras maniobrar hábilmente para que la culpa recaiga en otro.

Las redes sociales, por el contrario, abren un enorme abanico de posibilidades que, si bien aún no te permiten ser quien tú quieras, sí que al menos te ofrecen la posibilidad de no ser aquél que todos los demás piensan que eres.

El error radica en creer que ser tú mismo y mantener algún tipo de atractivo resultan actitudes compatibles, menos aún en un sistema basado en la comunicación permanente e ininterrumpida, so pena de caer en el pozo de la invisibilidad digital, y en que el mantra de moda sostiene que “tonto es el que dice tonterías”, un principio cuya estricta aplicación no generaría un silencio cósmico en cada ‘timeline’.

Álex de la Iglesia parece mucho mejor cineasta desde que dejó de tuitear compulsivamente y David Bisbal ha quedado como un descerebrado tan sólo porque, para nuestra desgracia, todos conocemos las cimas de su repertorio, lo que le invalida a la hora de presentarse como cantautor preocupado por el futuro de la industria turística egipcia.

En cuanto a Nacho Vigalondo, sus bromas sobre el Holocausto no han conseguido que se le tome por un antisemita, sino por otro idiota, teoría que ha cobrado aún más fuerza cuando hemos sabido por él mismo que acostumbra a tuitear con alguna copa de más.

Alega el pobre que estaba celebrando haber llegado a los 50.000 seguidores, un logro sólo al alcance de Belén Esteban, Paris Hilton y los mejores cocineros donostiarras. En realidad, la única proeza posible en internet consiste en seguir a 50.000 usuarios sin que ninguno de ellos se sienta obligado a devolverte el cumplido.

Si una vez conectado a la red, quieres seguir a gente interesante, limítate a buscar tuiteros con cero followers y ningún comentario. Si existen, ellos son los que deberían marcarte el camino. Todos los demás somos lo que parecemos, es decir, ruido.