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Alberto Moyano

El jukebox

Yo, Rufi Tiberio Druso Nerón Germánico Etxeberria

Sólo llevo dos horas leyendo la prensa dominical y ya tengo la sensación de que a pocas personas en este mundo conozco tan profundamente como a Rufi Etxeberria. Necesitaría acceder a la intimidad que sólo proporciona un escáner de aeropuerto para convencerme de que el hombre esconde en su interior zonas de sombra al que aún no he podido acceder y eso que hablamos de alguien nacido para la penumbra.


Tras una semana en la que ha habido tiempo de sobra para desmenuzar a fondo las entrañas de los estatutos del nuevo partido, la prensa se ha centrado ahora en indagar en el hombre. Amén de una derivada periodística que prueba de la perniciosa influencia de los programas del corazón en todos los ámbitos de la comunicación, el ejercicio obedece la escepticismo que despiertan las palabras por si solas.


Actualmente, hemos alcanzado un punto de la evolución en la que ya es posible decir cualquier cosa utilizando las mismas palabras que adoptaríamos para asegurar la contraria. Dominamos el vocabulario como si fuera nuestro esclavo, de ahí la desconfianza que nos despierta cuando lo vemos en boca de otro.


La única expresión a evitar rigurosamente es “no lo sé”, más aún cuando resulta perfectamente soslayable mediante el recurso a opciones más imaginativas, relacionadas con lo “sostenible”, “transversal”, “inequívoco”, “multidisciplinar” y “de hondo calado” . Estos son los ladrillos con los que se construyen los muros más infranqueables.


Sólo ‘Gara’ ha permanecido fiel a la máxima marxista que minimiza la influencia del individuo frente al poder de las masas en los procesos históricos de cambio. El resto se ha entregado al retrato de cámara, construido a base de mezclar expedientes policiales y testimonios de quienes le han tratado, para mostrarnos a Rufi de frente y de perfil, al parecer, bicicletero de pro y seguidor de la Real, cordial como una nevera ‘no frost’, distante hasta el abrazo y moldeado por el paso del tiempo.


Sin ser mucho, ya es más de lo que sé sobre buena parte de los perfectos extraños con los que convivo a diario y que, por otro lado, también supera ampliamente mi curiosidad. El desconocimiento de la ley no exime de su cumplimiento, cierto, pero también lo es que cuanto más cosas ignoramos del otro, más aceptables nos resultan sus motivaciones y con ‘Txelis’ ya se saciaron de sobra todas mis expectativas en torno al pecado y la redención.


febrero 2011
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