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Alberto Moyano

El jukebox

Amor de cloaca

Hace ya tiempo que las críticas de las películas de Almodóvar constituyen un género en sí mismo subdividido en dos especies: las que argumentan que el director manchego es un bluf y las que refutan ese argumento. Más que centrarse en analizar la película en cuestión, los periodistas se vuelcan en criticar las otras críticas, tan previsibles las unas como las otras. Este peculiar fenómeno provocará con el tiempo -si no lo ha hecho ya- que su publicación suscite aún más expectación que el estreno. Almodóvar ha conseguido aglutinar en torno a su figura una ‘garde de corps’ entregada a su defensa y sólo en segundo término, a la de sus filmes. Y a la vez, ha engendrado un virulento núcleo de anticuerpos de tremenda agresividad.

Qué desasosiego, el ex empleado de Telefónica ha dividido a la sociedad en dos bandos irreconciliables, como Hugo Chávez. Almodóvar no goza del favor de la crítica, en el sentido de que carece de ella: desde el punto de vista mediático, tan sólo tiene amigos y enemigos. Todos juntos, director, adeptos y desafectos caminan de la mano rumbo a la caricatura. Hoy mismo se pueden leer enormidades tipo “no se trata simplemente de cine, sino de una experiencia sociológica, casi mística”, como si el crítico acabara de salir de El Bulli de Adrià, otro artistazo, mientras que un segundo opinador se pregunta “en qué se diferencia este producto de las comedias más cochambrosas de Mariano Ozores, de aquel cine subdesarrollado y sonrojante”, como si ‘Torrente’ nunca hubiera existido. El resto es prensa de provincias, al manchego no le interesa.

En cuanto a su predicamento en el extranjero, habría que relativizarlo a partir de un par de datos demoledores extraídos de una realidad en la que Sylvester Stallone ostenta la Medalla de las Artes de Francia y ‘Titanic’ sigue siendo la película más galardonada por la Academia de Hollywood. A fin de cuentas, no sería la primera vez que los extranjeros picotean en alguna de nuestras ‘burbujas’, bien culturales, bien inmobiliarias. A modo de anécdota, contaré que la última vez que vi uno de sus filmes fue en una sala de cine holandesa, una experiencia frustrante dado que al término del pase, cuando ya me disponía a pulsar la opinión del público, descubrí que la única persona que había aguantado toda la proyección era yo, circunstancia que me privó de saber si la película había sido buena o mala.

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