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Alberto Moyano

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El Vaticano apuesta por las rotaciones

El cónclave que debe elegir al nuevo Papa arranca hoy más dividido que nunca, cuyo epicentro se sitúa a medio camino entre los partidarios de elegir un Pontífice ateo y los que, por el contrario, se conforman con uno mínimamente tocado por el don de la fe, así sea politeísta. En cualquier caso, ambos bandos coinciden en que en esta ocasión el cargo debería recaer en alguien susceptible de entrar, a su muerte, en el reino de los cielos y no como de costumbre, por no citar la impensable situación que generaría una segunda espantada. La apretada agenda papal, que últimamente incluye lo mismo encíclicas que incursiones hasta en el Twitter, obliga al Vaticano a aplicar las rotaciones, por fortuna, hay plantilla suficiente y un banquillo de auténtico lujo.

Venimos de dos santos padres muy diferentes. Por un lado, el rutilante Karol Wojtila, cuyas giras se asemejaban a las de los Rolling Stones, no sólo en su ambición, sino también en el ambiente que las rodeaba, a tenor de lo que se ha ido sabiendo en materia de escándalos sexuales. Nada de todo esto empaña su pontificado, por el contrario, asombra que aún no haya brotado ningún candidato-tributo. Aseguran que su papado resultó decisivo en el derrumbe de los regímenes del Este y el fin de la ‘guerra fría’; el tiempo dirá si resultó igual de corrosivo y demoledor para la propia Iglesia. Por de pronto, ya es conocido como el Santo Padre que llenó los estadios en la misma medida en la que vació los seminarios.

A continuación, llegó Ratzinger, un teólogo de enorme talla intelectual. En el terreno doctrinal, su principal aportación fue la expulsión de la reducción de la plantilla del belén navideño, en un intento de, no tanto de acercarse a la verdad histórica, como de eliminar duplicidades. La propuesta no tuvo éxito alguno, quién sabe si ahí se oculta la razón última de su desistimiento. Para los amantes de lo bizarro, queda el cantado sobrenombre de equis-uve-palito, a la espera de conocer el dorsal con el que saltará al campo el nuevo ‘pescador’.

Tampoco faltará quien reproche a los no creyentes nuestra incursión en asuntos eclesiales, pero es que estamos hablando de la única superstición de copago. En efecto, quién acabe siendo el nuevo Papa me la trae al pairo -me inclinaría por el candidato más rancio, ortodoxo e intrasigente de cuantos concursan-, pero cómo sustraerse a la tentación de opinar sobre lo remoto. Creo en la vida eterna lo mismo que en ‘la mano invisible’ del mercado, lo cual no me impide interesarme por el Fondo Monetario Internacional. Antes bien, me fascina la idea de que la luz que iluminará a los cardenales sea del mismo voltaje que la que colocó a un Strauss-Kahn al frente de la entidad financiera.

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