TOMATES VERDES FRITOS
Título original: Fried Green Tomatoes
Año: 1991
Duración: 129 minutos
País: Estados Unidos
Dirección: Jon Avnet
Guion: Fannie Flagg y Carol Sobieski (Novela: Fannie Flagg)
Música: Thomas Newman
Fotografía: Geoffrey Simpson
Reparto: Kathy Bates, Jessica Tandy, Mary Stuart Masterson, Mary-Louise Parker,Chris O’Donnell, Cicely Tyson, Gailard Sartain, Gary Basaraba y Stan Shaw
Productora: Universal Pictures / Act III Communications / Electric Shadow Productions / Avnet/Kerner Productions
Género: Drama
Evelyn, una mujer madura que vive frustrada por su gordura y por la insensibilidad y simpleza de su marido, conoce casualmente en un asilo a Ninny, una anciana que le va contando poco a poco una dramática historia ocurrida en un pequeño pueblo de Alabama. (FilmAffinity)
El cine de los 90 tiene muchas cosas buenas y otras no tanto. Entre las cosas buenas está que consiguieron retratar a la mujer de forma más poderosa que nunca antes, y prácticamente, después también. Películas como ‘Thelma y Louise’ o la que nos ocupa, ‘Tomates verdes fritos’, hacen más por el papel de la mujer en el cine que las ‘Wonder Woman‘, ‘Los Juegos del Hambre‘ o ‘Julieta‘ de turno. Era un feminismo que dejó poso, un feminismo intrínseco a la historia y no un objetivo final, el todo.
‘Tomates verdes fritos’ fue una rareza total en su año. Rodada con poco más de 11 millones de dólares, recaudó más de diez veces su presupuesto. Consiguió sobresalir en un año complicado y entrar en el club de los grandes taquillazos, en unos años en los que la gente sí iba al cine. Y todo esto lo hizo con temas que cualquier estudio grande echa atrás en cuanto tiene ocasión: mujeres hablando de mujeres, mujeres que no necesitan a hombres para crecer, lesbianismo, racismo y hasta canibalismo. En sus poco más de dos horas convergen en ella tantos temas que cualquier análisis quedaría corto.
Si acaso hay algo que destaca en primer lugar es su guion mordaz, directo y sin filtros (aunque los tuvo). Una historia que comienza con la frase “¿Sabe usted que me quitaron la vesícula?” ya te está poniendo en situación ante lo que vendrá. Aquella anciana, Jessica Tandy, nos cautivará sin remedio con las historias de juventud de dos mujeres que decidieron vivir su vida por su cuenta y sin seguir los cánones establecidos. Retratadas por Mary Stuart Masterson y Mary-Louise Parker, nos sumergen en la vida de dos mujeres que jugaban al poker, saltaban de un tren, metían la mano en avisperos y, si tenían que plantar la cara a maltratadores, lo hacían sin pestañear.
Quedó más relegada su historia de amor, porque sí, espectador desentrenado en leer entre líneas en las películas, ambas mujeres mantienen una relación sentimental. El juego de miradas, de gestos y de acciones, que en la novela parece que son totalmente explícitas, nos da cuenta de que entre Mary Stuart y Mary-Louise hay más que la amistad que afirman tener en palabras. La primera, rota por dentro, no acude a la boda de la segunda, y la segunda le hace toda una declaración de amor rescatando un pasaje del libro de Ruth de la Biblia. Y aunque ese momento de ellas embadurnadas en harina, crema de chocolate, frutos rojos y tomates verdes fritos queda a ojos del espectador estándar en la inocente amistad que afirman tener, un espectador entrenado en leer subtextos verá más que un divertido juego entre amigas.
La valentía de ‘Tomates verdes fritos’ también aborda a su cuarta protagonista, la mujer a la que Jessica Tandy cuenta sus historias de juventud, una soberbia Kathy Bates que aquí sirve de alivio cómico, pero que representa la enseñanza que queda al final. Ella, una ama de casa amargada, deprimida por el aumento de peso y en plena menopausia, encuentra en su contraparte anciana a la mujer que le anima verdaderamente a agarrar al toro por los cuernos. Ni las clases de educación femenina, con fajas y espejos en vaginas, consiguen lo que esta mujer logra con sus historias de hace décadas. Volverá a trabajar, al gimnasio y ya nadie más le tomará el pelo ni se aprovechará de ella.
Bates se transformará en Towanda, y no hay nadie que pueda con Towanda. Unas jovencitas que le arrebatan la plaza de aparcamiento en sus narices, “Admítalo señora, somos más jóvenes y más rápidas”, pagan caras las consecuencias porque, “Admitidlo, soy más vieja y mi seguro lo cubre todo”. Y esta mujer que es demasiado joven para ser vieja y demasiado vieja para ser joven estalla, “Yo nunca me enfado, porque me dijeron que era de mala educación. Pero hoy me he enfadado, y ha sido maravilloso”. Son solo dos momentos, pero aquella mujer que se avergonzaba de llevar faja mientras todas su compañeras de clase se miraban su vagina con un espejo, es historia gracias a que un día Idgie y Judith tomaron las riendas de su vida por encima de todo y de todos.
Pocas películas tienen un mensaje feminista tan potente como esta. Los hombres quedan en segundo plano, y no de manera forzada, si no porque esta historia no requiere de papeles masculinos importantes (Chris O’Donnell es aquí tan guapo como fugaz, igual que su carrera). Tampoco se criminaliza a todos los hombres, no lo necesita hacer, porque confía lo suficiente en sus papeles femeninos. Y el destino de quienes no sepan dar paso a las mujeres y dejarlas volar libre será esa parrilla donde todo acaba, no el fuego del Ku Klux Klan, el fuego de Sipsey y Big George.
Y como si de una predicción de la propia película se tratara, Enny termina por sentenciar después de contarle sus historias a Evelyn que “Me siento mejor ahora. Me siento mejor porque todas esas personas vivirán mientras estén en tu memoria”. Es imposible olvidarse de los patos y el lago, el tarro de miel, el péndulo del reloj, la salsa con el secreto, las vías del tren, el coche que choca accidentalmente seis veces contra otro coche, el espejo y la faja, el libro de Moby Dick, la parrilla, esa vieja cafetería de pueblo o los tomates verdes fritos. Una peliculita que te llena de vida, de esperanza y fuerza a la luz de estas poderosas mujeres.
Lo mejor: Es feminista sin convertirse en un panfleto político, es feminista porque debe serlo, sin pedir permiso a nadie, sin disculparse, sin remordimientos y sin complejos.
Lo peor: Diluye la trama lésbica, probablemente por miedo al qué dirán. Pero claro, esto en una película que habla de canibalismo sin cortapisas… valentía hasta el final, que no costaba nada.