El campo que estaba rodeado de árboles recibía todos los fines de semana la visita de los excursionistas que iban a disfrutar de su hermoso paisaje. La mayoría paseaban por el camino asfaltado que lo cruzaba de lado a lado pero, un poco más lejos, a la par del camino, había un sendero entre hierbas y matorrales que casi nadie transitaba.
Un tranquilo día en el que no había nadie de paseo, el sendero le habló al camino:
“¿Por qué todos caminan por ti y casi nadie entra en mi senda? Me siento solo y abandonado.” –le dijo.
“Porque yo soy un camino limpio y liso, y a la gente le gusta caminar sin encontrarse con piedras ni desniveles al andar, querido amigo” -le contestó el camino.
“Entonces, quiero ser como tú. Llamaré al viento para que elimine todas las hierbas y piedras, y allane así mi sendero. Seguro que, de esta manera, vendrán a pasear también por mí” -le respondió el sendero.
Así que el sendero llamó a su amigo el viento para que rugiera con toda su fuerza apartando toda piedra y matorral que hubiera a su paso, erosionando el suelo hasta convertirlo en una senda lisa y llana. Fueron pasando los días, pero la mayoría seguía sin pasear por allí. Y el sendero volvió a hablar.
“Estoy decepcionado. ¿Qué he hecho mal? He eliminado de mi senda todo lo que pudiera molestar: ya no tengo piedras, ni hierbas y soy tan liso y llano como tú, pero casi nadie desea pasear por mi sendero. ¿Por qué nadie me quiere?- comentó.
“¿Por qué te empeñas en ser distinto de como eres? Tú eres un sendero hermoso, salvaje y natural, lleno de hierbas, piedras y desniveles como la vida misma. Yo soy un camino asfaltado que fui construido por el hombre y mi finalidad es servir para lo que fui ideado. Pero tu fin no es el mismo que el mío, querido amigo. No te traiciones a ti mismo. Déjate crecer tus hierbas, poner tus piedras y ser desigual en la senda, y disfruta de ser distinto a los demás aunque sea sólo una persona la que pasee por ti. No hay nadie como tú”. –le respondió el camino.
El sendero se quedó en silencio y…comprendió. Volvió a dejar crecer los hierbajos, a que las piedras rodaran hasta él y que su suelo, por efecto del aire y del agua, fuera imperfecto y desigual. Pero ahora no le importaba. Recibía alegremente al que se animaba a pisar su sendero porque sabía que sus pisadas demostraban… que él era hermoso y único.
Autora: Belén Casado Mendiluce
Caminamos…Belén Casado Mendiluce