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Belén Casado Mendiluce

La psicóloga en casa

Cuentos de Invierno: La carrera de animales

 

Se había convocado la carrera anual de animales del bosque. Todos los animales, grandes y pequeños, esperaban con ilusión el momento de participar en la competición, escuchando con nerviosismo el graznido del cuervo dando “el pistoletazo de salida”.

Las reglas de la carrera eran claras: los animales que quisieran participar tenían que elegir por compañero alguien que se moviera de manera diferente a ellos, teniendo que llegar los dos a la vez a la meta. Si el conejo, por ejemplo, quería correr en la carrera podía asociarse con el loro o la rana. Así nadie estaría en desventaja.

Después del tiempo necesario para buscar alianzas y encontrar compañero de carrera, se presentaron como primera pareja participante la ardilla y el topo. “¿Cómo se arreglarán entre ellos?”, pensaron los demás animales: “uno avanza bajo tierra y la otra saltando de árbol en árbol”.

La ardilla y el topo llegaron a un acuerdo: lo que la ardilla veía desde las alturas subida a los árboles, se lo hacía saber al topo para que éste fuera por la galería subterránea más cercana a la meta. Y, por fin, al toque del graznido del cuervo, comenzó la carrera.

La ardilla estaba nerviosa subida a un árbol, mirando la meta a lo lejos, con la ansiedad de llegar cuanto antes. Le decía al topo: “Rápido, tuerce a la derecha, que hay una casa”, pero el topo sentía bajo tierra un túnel que le permitía correr casi deslizándose a gran velocidad; “ven por dónde te diga, ardilla”, le decía.

En un momento, la ardilla se paró y pensó: “Este topo no hace caso a lo que yo le digo, que veo más que él. Seguro que es un orgulloso y va por donde quiere; si hace lo que le da la gana, ¿para qué me pregunta nada?” Así que decidió callarse y aunque el topo le llamaba bajo tierra para saber dónde estaba, la ardilla no le contestaba.

Viendo que ya no iban a ganar la carrera, la ardilla se encolerizó y gritó para que le oyera el topo: “¡Si no sabes aprender de quien ve más que tú, mejor que ya no vuelvas a contar conmigo nunca más!”.

El topo escuchándole se paró y, a lo lejos, le contestó: “Te tengo en cuenta porque me interesa lo que ves desde arriba, pero yo tengo que guiarme por lo que siento bajo tierra; no por eso estoy despreciando tu opinión”. Dándose cuenta de que ya no iban juntos en la carrera, el topo dejó su galería subterránea y salió a la luz: había llegado a la meta y la ardilla ni siquiera estaba cerca de ella.

El topo se acercó hasta donde estaba la ardilla y le dijo: “Si te preguntaba qué veías era para tener más información del camino, no para no hacer caso a lo que yo sabía de él. Dejaría de ser yo mismo si creyera ver por tus ojos en vez de escuchar por mis oídos, querida ardilla”.

La ardilla aprendió que cada uno tiene que fiarse de sí mismo aunque parezca que no se hace caso a quien cree saber más.

 

 Autora: Belén Casado Mendiluce

 

Caminamos…Belén Casado Mendiluce

belencasado@terra.es

 

 

 

 

 

 

 

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Sobre el autor

Soy Licenciada en Psicología y desarrollo mi trabajo en una consulta privada. Mi vocación desde joven ha sido la psicología, y a través de ella he buscado comprender a los demás y a mí misma. Desde ese trabajo interior, intento que lo que transmito sea un reflejo de aquello en lo que creo y que me sirve a mi. Me siento siempre en búsqueda, abierta a aprender de todo aquello que me haga crecer como persona. Y creo que lo que se vive como vocación no es sólo patrimonio mío sino que puede servir a los demás.


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