Para celebrar el cumpleaños de Irene, sus amigas quisieron prepararle una fiesta sorpresa. Y decidieron que el regalo esta vez sería distinto: nada de comprar algo que fuera un bolso o un pantalón más: le invitarían a pasar un fin de semana en una casa de agroturismo, y uno de los días se lo dedicarían a su amiga: a prepararle la comida que le gustase, y a hacer lo que a Irene le apeteciese.
Así que organizaron la salida y se fueron las tres a una casa de campo perdida en medio de un pueblo de pocos habitantes. Irene se encontraba encantada con el lugar porque estaba al lado de sus amigas con las que se sentía tan a gusto. Le venía muy bien descansar lejos de la prisa y el agobio de la ciudad.
Al día siguiente, sus amigas le dijeron que pidiera lo que quisiera porque estaban para agradarle ya que era su día especial: aquel en el que se hacía lo que a ella le apeteciera. Pero Irene no sabía qué pedir. Sí, ya le iban a preparar sus platos favoritos, pero ¿qué más?
Irene les preguntaba a sus amigas: “¿Qué queréis hacer?” y ellas se quedaban en silencio porque no eran ellas quienes tenían que pedir ni decidir nada. Lo que era un tiempo para agasajarla se estaba convirtiendo en un silencio incómodo que Irene no sabía cómo manejar.
“Sólo sé que no quiero estar sola” dijo Irene, y sus amigas le acompañaron a pasear y se sentaron a su lado mientras leía un libro. Entonces, Irene se dio cuenta de que la presencia de ellas le estaba resultando agobiante y que necesitaba un tiempo para sí misma, así que les dijo que prefería quedarse un rato a solas en su habitación. En silencio, se quedó un buen rato sola hasta que abrió la puerta, salió y se fue hasta donde estaban sus amigas.
“Ya sé lo que voy a pedir”, dijo Irene. ”Quiero que hoy no hagáis nada por agradarme a mí que no os apetezca. Quiero que hoy estemos como cada una quiera sin estar pendiente de las demás. Así sabré cómo somos de verdad cada una de nosotras sin que queramos agradarnos constantemente”
Sus amigas se quedaros sorprendidas por la petición pero… la llevaron a cabo. Cambiaron el menú para adaptarlo a lo que cada una quería. Tuvieron momentos en los que se iban a pasear cada una a su aire porque querían estar a solas y no se esforzaron en mantener conversaciones que no les apetecían.
En verdad, para Irene fue un día muy especial: aquel en el que cada una se dio permiso para estar como le saliera, sin miedo a sentirse juzgada ni criticada. Un día en el que Irene conoció a sus amigas no por la imagen que tenía de ellas sino por cómo cada una se mostraba tal como era. ¿Había mejor regalo?
Autora: Belén Casado Mendiluce
Caminamos…Belén Casado Mendiluce