Marcos asistía a clases de yoga con mucho interés. Compartía con sus compañeros de clase una misma filosofía de vida y le gustaba que hubiera conversaciones entre ellos hablando sobre las enseñanzas de su profesor.
Un día, el profesor decidió comenzar la clase directamente con una pregunta: “Decidme, ¿a qué tenéis miedo?. Rápidamente, Marcos contestó: “Yo no le tengo miedo a nada”, y siguió hablando en grupo sobre la inutilidad del miedo y de lo feliz que se sentía de haber desterrado ese sentimiento de su vida. Todos a su alrededor permanecieron callados mientras le escuchaban.
Al cabo de unos meses, Marcos iba a clase triste y preocupado. El profesor, dándose cuenta de que algo le pasaba, se acercó a él y le preguntó qué le ocurría, pues de un tiempo a esta parte se le notaba distinto. Marcos le contestó: “estoy pasando por una etapa de dificultades económicas. No consigo dormir bien y siento mucha ansiedad y miedo ante la incertidumbre del futuro. Me acuerdo de que no hace mucho dije que no tenía miedo a nada, y me doy cuenta ahora de que no es verdad. Cuando me iban bien las cosas no era consciente del miedo, pero cuando me han cambiado las circunstancias ese mismo miedo se ha apoderado de mí. Por la boca muere el pez, Maestro.”
“Sabio no es aquel que no siente miedo sino quien sabe reconocer su existencia, Marcos. Te has dado cuenta de que el miedo seguía estando dentro de ti cuando el cambio de circunstancias ha propiciado que salga a la luz. Ahora estás en mejores condiciones para hablar del miedo” –le dijo el profesor.
“Pero ¿de qué voy a hablar y con qué autoridad si en realidad estoy muerto de miedo? Se supone que tendría que tener armas para enfrentarlo y me encuentro desarmado e indefenso. El miedo puede ahora sobre mí” –le respondió Marcos.
“Vívelo. Siéntelo, pero no inicies una dura batalla contra él para erradicarlo de tu vida. Aprende a acogerlo, a dejarle un espacio en tu día a día aunque no te guste. Dale la mano al miedo, Marcos, porque tu miedo no es tu enemigo sino un sentimiento que ha venido para que aprendas a ser más humano” –señaló el Maestro.
Marcos guardó estas enseñanzas en su corazón. Al cabo del tiempo, volvió a mostrarse más participativo y animado en clase. El profesor quiso interesarse, nuevamente, por él y le preguntó: “¿Te van mejor las cosas ahora, Marcos? Te noto con mejor talante y más tranquilo”.
“No, Maestro, sigo teniendo los mismos problemas que al principio, sólo que ahora estoy aprendiendo a vivir sin tenerlo todo seguro como antes, aunque haga lo que pueda para salir adelante. Le he dado la mano a mi miedo y, aunque de vez en cuando pase malos ratos, ahora estoy en paz con él. Duermo mejor y tengo menos ansiedad. Ahora sí estoy preparado para hablar del miedo, Maestro”
Marcos siguió yendo a las clases de yoga, pero su actitud había cambiado. Sus palabras reflejaban que vivía lo que decía en carne propia. Se había hecho tan sabio…como su profesor.
Autora: Belén Casado Mendiluce
Caminamos…Belén Casado Mendiluce