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Carlos Rilova

El correo de la historia

La coalición “Unidos Podemos”, la patria, la Historia, Ortega y Gasset y la desvertebración de España

Por Carlos Rilova Jericó

No estaba muy seguro sobre qué tema se podría tratar hoy en este nuevo correo de la Historia. Sin embargo, una vez más, los poderes casi taumatúrgicos del profesor Pablo Iglesias Turrión, reconvertido en líder carismático de la coalición Unidos Podemos, han servido de gran ayuda a un atribulado ciudadano medio (en este caso el autor de estas líneas).

La ayuda ha venido del revuelo que se ha levantado en torno a la apropiación, por parte de esa coalición de izquierdas, de la palabra “patria”. En efecto, después de convertir el programa que van a repartir a los electores en una copia del famoso catálogo de Ikea, la coalición ha creado un eslogan que, salvo en Cataluña, trata de movilizar a sus posibles votantes con el lema “La patria eres tú”.

Las reacciones no se han hecho esperar en los demás partidos rivales, PP, PSOE, Ciudadanos… Todos han tildado de oportunista y otras cosas similares a ese nuevo eslogan señalando -no sin razón, desde luego- qué rara apelación al patriotismo es esa que no se atreve a presentar ese mismo eslogan en Cataluña.

Sin embargo, la reacción que más me ha impresionado ha sido la del diario “El País”, en cuyo editorial de este sábado se ajustaban cuentas, muy duramente, con esa nueva maniobra política de la coalición Unidos Podemos. De hecho, ha sido la lectura atenta de ese editorial la que me ha llevado, finalmente, a decidirme por este tema.

La razón es muy sencilla: al margen de lo discutible que puede resultar la elección de Unidos Podemos de ese eslogan -“La patria eres tú”- había cosas muy chocantes desde el punto de vista histórico en ese editorial.

Así es, decía “El País” que el término elegido por Unidos Podemos como eslogan, la patria, era algo vacío de contenido, incluso superfluo en un país como España que, y cito textualmente, es una democracia avanzada además de un estado de Derecho y social, donde, como mucho, se podría apelar a lo que ese diario llamaba un patriotismo constitucional…

No voy a entrar en cómo es posible creer que hoy día España sea un estado social -por mucho que lo proclame la constitución de 1978- con un escenario donde conviven sueldos opulentos de 70.000 euros anuales -eso es lo que cobra, por ejemplo, el presidente del Gobierno- con contratos esporádicos y precarios no sólo para puestos no especializados, sino para personal cualificado -técnicos, profesores, especialistas…- de 300 euros mensuales, 500, 600…

Lo que más me interesa, aquí y ahora, es la asombrosa afirmación en ese mismo editorial de que la palabra “patria” está vacía de contenido, que es superflua en España.

Históricamente España no ha tenido precisamente exceso de esa palabra, de ese concepto, “patria”. Ortega y Gasset ya señaló que uno de los problemas de la España de su tiempo -la de antes de la Guerra Civil- era la desvertebración, la ausencia de una idea común de patria en torno a la cual agruparse y crear un estado fuerte. Uno que incluso hoy, de haber existido, sí podría haber sido “social”.

España adoptó con bastante rapidez el concepto. Aunque lo correcto es decir que lo transformó con bastante rapidez, porque la idea de “patria” ya era común en ese país antes del estallido revolucionario de 1789.

En efecto, hay miles de documentos históricos en los que la palabra aparece, aunque usada de un modo diferente al que se usará desde 1789 en adelante.

Hasta esas fechas, “patria” equivalía en España al pueblo o la ciudad de la que se procedía. En los interrogatorios judiciales que ejercían los alcaldes de las villas con privilegio para ejercer Justicia, cuando se preguntaba al acusado cuál era su “patria”, la respuesta era una localidad determinada: Irún, Santander, San Sebastián…

Todo eso empezó a cambiar desde el inicio de las llamadas revoluciones atlánticas. Es decir, la norteamericana y la francesa.

En los futuros Estados Unidos, los insurgentes contra la metrópoli -por cierto generosa y decisivamente apoyados por el rey de España- adoptaron pronto el nombre de “patriotas”. Entendido ese término como conjunto de personas de una vasta extensión geográfica -no como originarios de un mismo pueblo o ciudad- que se oponían a un dominio considerado extranjero y opresivo. En  este caso el británico.

La idea es aún hoy día parte de la cultura popular norteamericana. Por ejemplo un equipo de fútbol americano se llama así precisamente: “New England Patriots” y su lógo corporativo evoca la figura de uno de esos rebeldes de 1776…

Lo mismo ocurre en Francia, donde la primera estrofa de su himno nacional, “Allons enfants de la Patrie”, deja bien claro a quién se dirige ese explosivo himno. Es decir, a los hijos de la Patria, a los que anuncia que ha llegado el día de Gloria en el que se enfrentarán al estandarte sangriento de la Tiranía…

El concepto fue rápidamente comprado -por así decir- por los españoles que organizaron en 1808 la finalmente exitosa resistencia antinapoleónica. Los funcionarios civiles y militares españoles del bando patriota, en efecto, reproducían en sus proclamas y documentos conceptos tales como patria, nación, ciudadanía…, incluso eslóganes como “Libertad o Muerte”, en el mismo sentido en el que eran usados por los patriotas yankees o los revolucionarios franceses.

El problema vino después, en la convulsa Historia política española que se extendió entre 1814 y 1975 y cuyas consecuencias, lógicamente, vivimos hoy día, como no podía ser menos.

A lo largo de esas fechas, y especialmente entre 1936 y 1975, la idea de patria que, como vemos, tenía un origen revolucionario y progresista sin necesidad de adjuntarle adjetivos como “constitucional”, fue incautada, como muchas otras cosas -la bandera por ejemplo- e impuesta sobre una parte de la sociedad hasta el punto de que hoy día esa palabra, “patria”, no evoca, como en Estados Unidos, a un miliciano yankee enfrentándose a un casaca roja del tiránico rey Jorge, o a un liberal español batiéndose contra las tropas napoleónicas, sino a un siniestro régimen dictatorial que impuso -vía exilio y vía pelotón de fusilamiento- su propia idea de lo que era la patria. la bandera y sus colores…

Ya lo he dicho en otros correos de la Historia pero parece ser que hace falta repetirlo, como se ve por la diatriba organizada en torno a la resurrección por Unidos Podemos del concepto “patria” en, al parecer, su sentido originario de 1808.

Durante los cuarenta años de Transición desde la dictadura hasta esta democracia supuestamente avanzada y aún más supuestamente social, nada se ha hecho para crear vertebración, para desintoxicar un concepto tan fundamental como el de “patria”, imprescindible para una sociedad en efecto bien vertebrada.

Más bien parece haberse alentado todo lo contrario: derrotismo supuestamente regeneracionista, enfermiza obsesión con complejos de inferioridad también supuestamente avalados por la Historia (¿cuántas novelas “históricas” han leído sobre la derrota de los tercios en Rocroi y cuántas sobre la traición del Gran Condé a su propio país tras esa imaginaria “victoria definitiva” sobre España?), desunión basada en diferencias locales y localistas y así sucesivamente.

El resultado de todo eso es, entre otras cosas, la aparición de coaliciones como Unidos Podemos, que ahora resulta que molestan por estar dispuestas a todo con tal de asaltar los cielos, no se sabe bien si para imponer un socialismo caudillista tipo venezolano o una socialdemocracia escandinava.

Cierro este artículo con un consejo a quienes han estado cuarenta años de “exitosa” Transición a la Democracia aislados en una torre de marfil periodística y ahora, en la famosa “hora 25”, se quejan amargamente de cosas así: cuando un efecto -el populismo caudillista de Unidos Podemos- es indeseable, lo que hay que hacer es evitar sus causas.

Las mismas que desde esas torres de marfil se han ignorado o minimizado en esas cuatro décadas que ahora algunos descubren, con horror, han sido décadas perdidas para evitar aquello contra lo que Ortega y Gaset ya había advertido nada menos que en 1922…

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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