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Cecilia Casado

A partir de los 50

Reflexiones a la orilla del mar. Los que van a la playa a pasar miedo

En casi todos los municipios de este país que habito está terminantemente prohibida la venta ambulante. Esto tiene su sentido económicamente hablando porque así protege los intereses de los comerciantes de la zona, que exigen a su ayuntamiento que se conforme con los impuestos que ellos pagan por poder vender “en casa”. Tiene su lógica, por aquello de que “la tierra para el que la trabaja”.

Luego están los que vienen a vender para salvar su vida y la de su familia. Los inmigrantes subsaharianos ilegalmente introducidos en España por mafias que les extorsionan durante AÑOS para devolver el dinero prestado con usura para cruzar el estrecho en patera o arribar a las islas en cayuco. Allí, en sus países de origen, dejaron atrás familias enteras amenazadas. Están en una espiral de esclavitud en pleno siglo XXI.

Salen por las mañanas de los pisos donde duermen hacinados cargados como mulas con el material que tienen que vender. Van andando o en bicicleta hasta las playas de los alrededores y, como resisten bien el sol y el calor, hacen jornadas completas de ocho horas pateando la arena ofreciendo su mercancía. No venden a comisión, no nos engañemos. Son responsables “a vida o muerte” de colocar una cantidad mínima diaria –que no es pequeña en ningún caso- y, bajo el yugo de una contabilidad estrictamente vigilada, tan sólo pueden separar para su propio bolsillo la pequeña ganancia que del regateo bien llevado (en el que son expertos) puedan sustraer.

 

Todos son jóvenes, todos son hombres. Han dejado atrás lo que más aman en esta vida –la familia- para luchar por ellos, para intentar sacarles de la miseria. Son instrumentos, punta de lanza, arietes kamikazes. Las películas muestran a algunos de ellos como idealistas buscando la libertad a cambio de la dignidad, pero desgraciadamente, sus sueños, su fuerza y vigor se queda en el camino de encontrar la una sin perder la otra.

Arremeten contra ellos los policías de la comarca y los municipales playeros para justificar el cumplimiento de las ordenanzas particulares y de la ley en general. Pero no suelen poner demasiado empeño porque…porque…porque no lo ponen y punto. Igual es que les da pena, cuando les detienen y decomisan su mercancía, porque saben perfectamente que cuando les suelten –a las pocas horas, qué hacer con ellos en la comisaría del pueblo donde no hay más que calor y ganas de no complicarse la vida- recibirán el castigo de sus “patronos” consistente en el aumento de la deuda contraída en el valor de la mercancía “perdida” más los gastos.

La gente en la playa les compra de todo, pese a los letreros de aviso en los que se indica que “se multará al comprador igual que al vendedor”. Venden vestidos de algodón estampados y arrugados, bolsos de plástico imitando marcas de prestigio, gafas de sol que dejan pasar las radiaciones solares, gorras de NY y relojes de colores.

Suelen ser senegaleses, nigerianos o cameruneses, -en general-habituados a recorrer largas distancias y a hacerlo a buena velocidad cuando son los policías los que les persiguen. Como liebres se escapan por la arena en cuanto vislumbran los chalecos reflectantes de los guardianes del orden playero. O se meten en el agua, brazos en alto con la mercancía colgando, porque es lugar donde la policía no entra.

Todo un lastimoso espectáculo para reflexionar que la gente se dedica a grabar con esos teléfonos que sirven para todo menos para hablar con alguien. Luego lo enseñarán en su casa, el vídeo de la persecución- en otros países o regiones y sacarán sus propias conclusiones. Juzgarán y condenarán o dejarán correr el tema sin profundizar en él. Puede que, incluso, les resulte indiferente el destino de toda esta gente que va a la playa a pasar miedo en vez de a tostarse al sol y a bañarse en el mar.

 

El segundo grupo está formado por las jóvenes muchachas de nacionalidad asiática –mayormente camboyana aunque las confundan con chinas- que ofrecen un “masaje in situ” por el módico precio de 10€ no negociables. Provistas de una botellita con aceite trabajan a destajo y son también perseguidas puesto que, en este caso, se contravienen las normas de Higiene y Salud al llevar de un cuerpo a otro las pieles resecas o muertas que se desprenden con el vigoroso masaje que, quién lo duda, seguramente no está dado por una fisioterapeuta o masajista diplomada.

A éstas, casi nunca las pillan porque se meten corriendo en el agua, pero si se despistan les quitan la bolsita con “la herramienta” y las obligan a salir de la playa. A los diez minutos vuelven a estar al pie del cañón ofreciendo lo que venden: “masaague, madam, masague”.

El tercer grupo lo componen hermosas matronas senegalesas –tienen el monopolio- que ofrecen sus servicios como peluqueras fashion para hacer trencitas a las niñas o jovencitas bajo la atenta mirada de sus madres. Curiosamente, con éstas no se mete nadie, porque no las he visto nunca ni correr ni esconderse.  Igual son las únicas que no tienen miedo…

Cada región tiene su “cuota” de inmigrantes ilegales y seguramente todos ellos pasan miedo por lo menos una vez al día.

Nosotros también estamos empezando a verle las orejas al lobo. ¿O no?

En fin.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:

apartirdeloscincuenta@gmail.com

Fotos: Cecilia Casado

 

 

 

 

 

 

Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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