Por Carlos Rilova Jericó
Últimamente este correo de la Historia no se ha metido en muchos charcos. Es decir, no le ha dado por perpetrar uno de esos que Lucien Febvre llamaba “combates por la Historia” a los que, en ocasiones, ha sido demasiado aficionada esta página. (Lo reconozco. Como Luis XIV reconoció antes de morir que le había gustado demasiado la guerra).
Ya habrán notado que se ha dejado pasar de largo por aquí noticias de eso que llaman “rabiosa actualidad”, que podrían tener algo que ver con la Historia y, por tanto, dar lugar a un bonito artículo en esta página en el que el historiador explicara, por ejemplo, el porqué un líder -o lideresa- actual va camino de estrellarse con sus políticas por su ausencia casi total de conocimientos históricos que, de poseerlos, le podrían avisar de que eso ya se intentó hace setenta o cien años con resultados catastróficos y, por tanto, una persona inteligente jamás repetiría dichos errores del pasado.
Sin embargo, esta semana la tentación de meterme con cuestiones de actualidad que a su vez se han metido, directa o indirectamente, con la Historia -exigiendo otro de esos “combates por la Historia”- ha sido demasiado fuerte.
Y es que el lunes pasado topé con un libro que se denomina a sí mismo -eso que quede claro- “panfleto” contra los que, según dice en su título, son “Errores y horrores del españolismo lingüístico”.
Su autor es Juan Carlos Moreno Cabrera. Como ya habrán deducido de ese título es un profesor universitario de la rama de Filología. Es más, se trata de un reputado experto a nivel internacional en esas materias, catedrático, nada menos, de Lingüística General en la Universidad Autónoma de Madrid. Sí, de Madrid.
Desde allí, y ejerciendo un muy legítimo derecho a la libertad de cátedra, ha pergeñado ese libro, “Errores y horrores del españolismo lingüístico”, que, casi seguro, le habrá ganado un pasaje para el Congreso de Lenguas Minorizadas. Evento que, probablemente, será la nave insignia -a falta de otra mejor- de la capitalidad cultural de San Sebastián para el año 2016. (No voy a entrar en detalles políticos de cómo se planteó, en el verano de 2014, celebrar ese conflictivo Congreso, ni los más que irregulares medios con los que el actual equipo de gobierno de la Diputación guipuzcoana dotó ese proyecto con más de 400.000 euros. Ese asunto está denunciado ante los tribunales y serán ellos los que, en su momento, se pronuncien sobre esa cuestión).
El profesor Moreno Cabrera plantea, sólo para empezar, en la página 14 de su libro, que con él asume como una obligación -en calidad de miembro de una nación dominante, la castellana, sobre las otras naciones de España- desmentir desde su campo científico -la Filología- los bulos con los que la “nación” castellana se ha querido imponer a esas otras naciones con las que, al parecer, comparte Península.
No voy a entrar a discutir, por supuesto, las cuestiones de orden filológico que el profesor Moreno Cabrera baraja en este libro, seguramente no por casualidad publicado por una editorial -Txalaparta- que jamás ha ocultado estar muy próxima a eso que se ha llamado “izquierda abertzale”.
Mis aportaciones al estudio del euskera han sido puntuales, aunque más bien constantes, pero siempre se han hecho desde el punto de vista de la Historia.
Así pues, como no podía ser menos, cuestionaré el libro del profesor Moreno Cabrera sólo desde el punto de vista histórico.
De todo el conjunto de sospechosas afirmaciones en las que se deja caer el citado profesor, me quedo con una verdaderamente notable. Está en la página 147 del libro, ya casi al final del mismo, cuando su autor explica que el euskera, a diferencia del español actual, no es una lengua usada globalmente no porque gramaticalmente el euskera sea mejor o peor que el castellano como herramienta de comunicación, sino por cuestión de ciertos “hechos históricos”. En este caso que “los euskaldunes nunca han dirigido un estado colonial que haya impuesto su lengua por la fuerza en varios continentes”. (La cursiva es mía).
No salgo aún de mi asombro cuando releo dicha afirmación totalmente cuestionable y que, para mí, tira por tierra el 90% de la validez de “Errores y horrores del españolismo lingüístico”.
En efecto, no comprendo cómo todo un catedrático universitario español, aún para escribir algo que su editor considera un panfleto, no se documenta mejor en ciertos aspectos históricos fundamentales para que su autodenominado panfleto no caiga por su propio peso.
Por ejemplo, que el neologismo “euskaldunes” que él usa -incorrectamente, pues el plural correcto es “euskaldunak”; lo otro es una “erderakada”, un híbrido castellano/ euskera- parte de una falacia histórica. La traducción al castellano de ese término -“euskaldunak”- significa, literalmente, “los que poseen el euskera”. Es decir, los que hablan el euskera. Últimamente, desde los años 80 del pasado siglo, se ha utilizado esa palabra indiscriminadamente para meter en el mismo saco a todos los habitantes de la actual comunidad autónoma de Euskadi. Hablasen, o “poseyesen”, o no, el euskera. Las cosas se han llevado tan lejos como para aplicar ese término -que carece de verdadero fundamento histórico- a épocas pasadas, tratando de hacer creer, determinados medios políticos y administrativos, que, desde la Prehistoria hasta la actualidad, esos territorios estaban poblados por “euskaldunak” (es decir, por poseedores o hablantes, más bien en exclusiva, del euskera) que se identificaban a sí mismos -y ante los demás- por medio del uso o posesión de ese idioma.
Pero todo es posible cuando, como ocurre en el caso del profesor Moreno Cabrera, se parte de una idea histórica tan falsa como que los “euskaldunes” nunca han dirigido un imperio colonial a través del que se ha impuesto el castellano por doquier.
Hay miles de páginas de documentos y de sólidos estudios históricos que demuestran justo lo contrario: que buena parte de esos que él llama “euskaldunes” y entonces se llamaban a sí mismos “vascongados”, formaron parte -entusiasta y voluntaria-, desde el siglo XVI en adelante, de las Casas de Contratación, tripulaciones, tercios y regimientos militares, y oficinas administrativas con sede en la Corte de Madrid, de cierto imperio colonial -español para más señas- que en tres continentes se dedicó a imponer -es una forma de verlo- el castellano como lengua dominante. Siempre con la inestimable ayuda de esos “vascongados” que labraron su fortuna actual gracias a él.
Les invito a que lean “Errores y horrores del españolismo lingüístico” pero, por favor, háganlo con esta adecuada perspectiva histórica, no con la del profesor Moreno Cabrera, que, con su triste inopia de conocimientos históricos, nos demuestra, una vez más, el, a veces, lamentable estado de la actual Universidad española.
Una institución de la que, desgraciadamente, salen libros -o panfletos, como sería el caso de este libro del profesor Moreno Cabrera- tan inauditos, tan poco sostenibles desde un punto de vista científico, como esta obra, que sentencia la necesidad de disolver España porque en esa construcción política de varios siglos -amalgamada con el esfuerzo común de gallegos, catalanes, vascos, castellanos… (por ejemplo entre 1808 y 1814)- se hablan otras lenguas que no son el castellano.
Ahí les dejo este dilema. Entre tanto yo me voy a dar una vuelta por ahí para ver si encuentro, todavía, alguna razón valida para seguir dedicándome a la Historia visto tan preocupante panorama académico.