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Carlos Rilova

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¿Y después del Bicentenario de Waterloo…?, ¿qué nos queda?. Pensando en dos siglos de guerras napoleónicas (1815-2015)

Por Carlos Rilova Jericó

Era de imaginar que hoy yo tendría que hablar de Waterloo, del punto final en el largo bicentenario de las guerras napoleónicas empezado, para los franceses y los británicos, en 2004, por lo menos.

Hemos estado viendo, desde el jueves de la semana pasada, breves fogonazos en los informativos que nos han hablado de que se cumplía el Bicentenario de la batalla de Waterloo, la que pone fin a las guerras napoleónicas con la derrota definitiva del emperador que les da nombre…

Ha habido también reportajes, suplementos, noticias sueltas en los periódicos… Y, tras todo esto, el historiador se pregunta qué nos queda. O qué nos debería quedar de todo esto.

Para quienes han participado en el megaevento escenificado en los campos de Waterloo durante toda la semana pasada, parece claro que lo que va a quedar es un recuerdo inolvidable (valga la redundancia) y una subida de fotos, videos, etc… a esas redes sociales (Facebook, Twitter, Flickr, Youtube…) en las que ahora exhibimos nuestra vida privada a quién pueda interesar. Acaso con la secreta esperanza de que nuestro video se convierta en “Trending topic”. O, dicho en castellano puro y duro, que no quede nadie sin enterarse -entre los miles de millones que pueblan este atribulado planeta- de lo que “X” o “Y” hizo el fin de semana pasado, visitando el cañón del Colorado o dándole la mano a un reconstructor que figuraba ser Napoleón…

Se trata, como es evidente, de un recuerdo masificado y anónimo, por más que los autores del video o la foto crean lo contrario.

Es también un recuerdo que, en principio, no parece llevar a ninguna reflexión perdurable sobre esos hechos históricos de hace dos siglos.

Al menos esa es la sensación del historiador que se ha pasado años investigando el asunto (como es el caso del que estas paginas escribe) y que ve cómo toda esta cuestión del Bicentenario de las guerras napoleónicas, concluido por el megaevento de la reconstrucción de la batalla de Waterloo, se queda en eso o corre el riesgo de quedarse sólo en eso.

Sin que, al parecer, a nadie le importe, poco ni mucho, nada más que acudir a ese megapicnic, hacerse la foto, quemar pólvora y simular ser un soldado de esa época.

Así las cosas, como dijo, más o menos, Francisco Umbral, hoy vengo aquí a hablar de mi libro.

El libro en cuestión se titula “El Waterloo de los Pirineos”, acaba de ser publicado -el 7 de junio de 2015- bajo los auspicios de la Asociación de los Amigos del Museo San Telmo -con el sello, además, de Donostiakultura (el departamento de Cultura del Ayuntamiento de San Sebastián) y el propio Museo San Telmo- y el que estas líneas escribe -como autor del dicho libro- ha vivido -y parece que va a seguir viviendo- días de frenesí para presentarlo por doquier.

¿Por qué?, pues por muchas razones. Pero para mí la principal es que, quizás, ese libro es el único que se ha escrito en toda España para la conmemoración de la batalla de Waterloo, con la sola, y notable, excepción de “El general Álava y Wellington”, de Gonzalo Serrats Urrecha, donde se cuenta la vida de uno de los dos oficiales españoles presentes en la batalla de Waterloo. En este caso el general vitoriano Miguel Ricardo de Álava, único superviviente ileso, junto a Wellington y Henry Percy, del bombardeado, tiroteado, sableado y alanceado séquito militar del general que vence a Napoleón en Waterloo.

Así es, han leído bien. Sólo dos libros, dos, han sido escritos al Sur de los Pirineos para recordar que los de aquí también tuvimos que ver, de un modo u otro, con aquella derrota apoteósica de Napoleón. De hecho, la cosa parece estar tan mal a ese respecto como para que un diario tan importante como “El País” tuviera que recurrir a Ángel Viñas, especialista en un tema tan distante a las guerras napoleónicas como lo es la Guerra Civil española, para hablar de Waterloo en su edición de este sábado…

Un hecho sencillamente penoso, lamentable en su precariedad, y que, naturalmente, es, junto al deseo de que nuestro recuerdo histórico de ese bicentenario vaya más allá de fotos en Flickr o videos en Youtube, lo que me lleva a venir aquí “a hablar de mi libro”. No porque a mí ese libro me parezca genial, como a los padres, por lo general, les parece que sus hijos son los más graciosos, los más listos y los más guapos… sino porque se me hace cada vez más difícil soportar la idea de que en estas latitudes nos conformemos con jugar el papel de segundones a los que se lleva de un lado a otro -como si no tuviéramos ningún criterio en estas cuestiones históricas- haciéndonos vivir la Historia como si fuera cosa de otros, de los que viven más allá de los Pirineos, aspirando, como mucho, a participar en el asunto -en este caso el bicentenario de Waterloo- disfrazándonos como esa gente de allende los Pirineos.

Si leen las páginas de “El Waterloo de los Pirineos” -como espero que hagan, y dense prisa que no hay muchos ejemplares disponibles- se darán cuenta de que cualquiera que crea eso -que la Historia, la gran Historia, la que está plagada de gente como Napoleón y Wellington, no es cosa de los de este lado de los Pirineos- ha sido vilmente engañado o se ha dejado engañar igual de vilmente. Haciendo suyos argumentos nacidos hace doscientos años en las cancillerías de Prusia o Gran Bretaña para aislar a un país -ese que estaba al Sur de los Pirineos- porque molestaba demasiado en el escenario que sigue a la derrota de Napoleón, en 1814 y en 1815.

Una operación que pasaba, por supuesto, por arrinconar diplomáticamente a dicha potencia con los pretextos más vanos y por minimizar la importancia de la resistencia española entre 1808 y 1813, fundamental, sin embargo, para que Gran Bretaña no fuera invadida y sojuzgada y con ella el resto de Europa y gran parte del Mundo.

Esa ingrata actitud, es evidente, ha creado escuela y así es como hemos llegado a este punto en el que, para nosotros, el fin de las guerras napoleónicas con la batalla de Waterloo se reduce a un  “a ver si nos dejan ir de “invitaos” por allí”, y a endosar la creencia de que ese país al Sur de los Pirineos se quedó, en 1815, en un rincón, temblando de miedo, cuando se supo, como decía Galdós en uno de sus “Episodios Nacionales”, la terrible noticia de que Napoleón se había escapado de Elba.

Todo eso no puede ser más falso hablando desde el punto de vista de la Historia. Y ahora tienen ustedes dos opciones: o correr a comprar el enésimo libro sobre Waterloo publicado allende los Pirineos que, por supuesto, rápidamente ha encontrado editor a este lado de esa cordillera que nos separa más que nos une a Europa, o correr en la misma dirección, pero para comprar “El Waterloo de los Pirineos”. Ese libro  que, que yo sepa, ha sido el único en España con la etiqueta “de Historia” donde se ha contado lo que ocurrió aquí hace doscientos años -en el invierno, la primavera y el verano de 1815- desde una perspectiva basada en hechos y documentos -no en tópicos y lugares comunes- que nos dicen que, hace doscientos años, en los Pirineos, se agolpan miles de soldados en nada diferentes a los de las restantes potencias aliadas contra Napoleón. Todos ellos dispuestos a llevar la guerra a esa Francia que no parecía, en 1815, estar saciada del baño de sangre desatado contra toda Europa desde 1804 en adelante.

Les toca elegir. Como Napoleón tuvo que elegir el 18 de junio de 1815. Sean prudentes, no dejen que colonicen sus mentes, recuerden aquello de que la verdad les hará libres y que, hasta ahora, de verdad histórica hemos tenido más bien poca con respecto a hechos como ese bicentenario de la batalla de Waterloo. Salvo por “El Waterloo de los Pirineos” o “El general Álava y Wellington”, que también harán bien en comprar y leer.

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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