Por Carlos Rilova Jericó
El viernes que viene se cumplirán doscientos años, exactos, de la muerte de José Joaquín Ferrer y Cafranga. A la lógica pregunta que muchos de ustedes se estarán haciendo -“¿y ese quién era?”- debo de responder, en primer lugar, que es alguien a quien ya se ha aludido en ediciones anteriores de este mismo correo de la Historia.
Eso, por un lado. Por otro, para quienes se incorporan a esta publicación hoy mismo (o no leyeron esos correos de la Historia anteriores), diré que José Joaquín Ferrer y Cafranga fue un comerciante y astrónomo nacido en Pasajes. Es decir, en pleno corazón del País Vasco litoral. Eso ocurrió en el año 1763.
Esa vida acabó un 18 de mayo de 1818, en Bilbao, donde José Joaquín Ferrer se había retirado tras una existencia corta, desde nuestro punto de vista, pero llena de aventuras -también desde nuestro punto de vista- de lo más variopintas.
Yo quiero dedicarle hoy un recuerdo especial, en este artículo que perdurará, al menos, toda esta semana. Aunque sospecho que, por desgracia, será prácticamente único.
Algo que no es raro suceda en un país como el nuestro que, las cosas como son -es mejor no autoengañarse-, lleva demasiados años aquejado de una serie de agudos complejos de inferioridad colectivos y -todavía peor- de un manejo pobre y selectivo (en ocasiones, abierta, ridículamente sectario) de su patrimonio histórico.
Todo lo cual lleva a situaciones bochornosas, como la de ese estúpido y hueco vacío en torno a figuras como la de José Joaquín Ferrer y Cafranga que, con toda probabilidad, nos va a atronar este viernes próximo.
Aunque puede que aún sea peor. Puede que a raíz de este artículo aparezcan, el mismo 18 de mayo de 2018, paracaidistas “culturales” (por llamarlos de algún modo) que, de repente, se habrán acordado (en cosa de tres o cuatro días) de lo importante que es resaltar la “vasquidad universal” (por ejemplo) de aquel descendiente de una familia del Levante que vino a asentarse en Pasajes a principios del siglo XVIII.
Ese sucio trabajo de devaluación histórica, si llega a tener lugar, ni que decir tiene, se hará con “copia-pega” de todo lo escrito sobre Ferrer hasta ahora, pero sin citar la fuente y el autor, o autores, del trabajo del que procede esa información. Todo ello según el modo de actuación estándar en el -por llamarlo de algún modo- ámbito cultural español. Idéntico desde la frontera de Behobia hasta la del Peñón de Gibraltar. Sin distinción de lengua cooficial o frontera autonómica y con las escasas excepciones de rigor que impiden -todavía- que esto se haya convertido ya en una Somalia europea.
En cualquier caso, el resultado final este viernes será, una vez más, una muestra del bajo perfil histórico que aqueja a ese país llamado España y a todo lo que contiene -a fecha de hoy- esa denominación política.
Y es que el caso de la vida desconocida de José Joaquín Ferrer -que este próximo viernes habrá acabado hace dos siglos- es una buena piedra de toque de esos extremos de ridículo a los que, poco a poco, pero con tesón, se está llegando en ese país que, a efectos prácticos, se extiende por debajo de los Pirineos.
Empecemos por decir que el asunto Ferrer se ha manejado durante cerca de esos doscientos años, justo del modo contrario a como se ha manejado el de dos contemporáneos suyos mucho más célebres: los oficiales -del Ejército de Estados Unidos- Lewis y Clark.
En efecto, y ver todo este triste asunto bajo la óptica de la -gran- fama póstuma del capitán Meriwether Lewis y del subteniente William Clark, puede resultar muy ilustrativo del bajo, bajísimo, perfil histórico del que se adolece por estas latitudes.
Es casi seguro que ustedes sabrán perfectamente quiénes son Lewis y Clark. Es lógico, porque su expedición en busca de un paso del Atlántico al Pacífico a través de Norteamérica, ha sido reflejada -durante décadas- en todos los medios de comunicación posibles. El Cine, por ejemplo. “Horizontes desconocidos”, una película de 1955 protagonizada por el célebre Charlton Heston, se encargó de contar esa cuestión épica para muchas generaciones del siglo XX.
Después de eso, su presencia en otros medios de difusión masiva ha sido constante para un público -el hispanoparlante entre otros- al que, en principio, nada tendría que decirle una pequeña expedición norteamericana que ni siquiera había descubierto el Océano Pacífico. Como fue el caso de la de Núñez de Balboa casi tres siglos antes.
Así es. Las referencias a Lewis y Clark (y por ende a su expedición) se repiten de manera constante en -por sólo poner unos pocos ejemplos- películas como “Horizonte final”, del año 1997 y hoy convertida en eso que llaman “de culto”. En esta cinta de ciencia-ficción, la nave espacial que la protagoniza se llama… Lewis y Clark. Al año siguiente en el que se estrenó “Horizonte final”, apareció otra película que también glosa a los dos expedicionarios: “Héroes por casualidad”. Se trata de una parodia bastante chusca, pero protagonizada por toda una estrella de la Televisión a nivel internacional: Mathew Perry, el Chandler de la exitosa serie “Friends”.
En esta película se hacía una sátira amable de la expedición de Lewis y Clark, pero sólo para exaltarla aún más por comparación con la caterva de desesperados guiada por el personaje interpretado por Mathew Perry. Quienes no salían tan bien librados de la película, eran los españoles. Representados como patéticos conquistadores del siglo XVI. No, desde luego, como los infantes de Marina del 1800 que en la Historia real enviaron las autoridades españolas a cortar el paso a esa expedición, que atravesaba sus dominios sin visado ni pasaporte.
“Los Simpsons” también dedicó en su momento un episodio a la expedición Lewis y Clark que, como la mayor parte de esta longeva serie de dibujos animados, ha sido emitido hasta la saciedad durante años…
En definitiva, el mundo anglosajón ha conseguido que la expedición de Lewis y Clark se convierta en una parte indisoluble de nuestra cultura popular occidental. Eso ha llegado a extremos verdaderamente curiosos: uno de los últimos productos culturales en los que se glosa la aventura de Lewis y Clark es un cómic… ¡francés! titulado “Wild river”… Una obra, la verdad, de factura magnífica, publicada en 2015.
Lo más curioso de todo este caso, en el mundo real, es que esa expedición -tan destacada y vuelta a destacar en tantos medios de difusión masiva- antes de partir tuvo que ser instruida por diversos miembros de la principal sociedad científica de los Estados Unidos: la Filosófica Americana, fundada por Benjamin Franklin en Filadelfia y presidida a comienzos del siglo XIX por Thomas Jefferson, que fue quien insistió en que Lewis y Clark fueran aleccionados por los sabios miembros de la SFA.
De eso apenas se cuenta nada en películas como las mencionadas, o en cómics… Menos aún se menciona un dato curioso que el historiador, consultando los archivos de la Sociedad Filosófica Americana, no tarda mucho en descubrir: que en el año 1804 uno de los miembros -en calidad de matemático y astrónomo- de esa sociedad científica que instruyó a Lewis y Clark, era un comerciante español, nacido en territorio guipuzcoano, asentado en Nueva York y llamado José Joaquín Ferrer y Cafranga…
Así de bajo es el nivel con el que se trata la Historia nada más traspasar la frontera de Behobia: sabemos, ad náuseam, quienes fueron Lewis y Clark, pero lo ignoramos todo de los científicos que los instruyeron. Por más que nacieran en nuestro propio país. A veces en lugares que están no demasiado lejos de nuestras propias casas.
Este viernes 18 de mayo, por favor, recuérdenlo y pregunten a las autoridades culturales que mantienen con sus impuestos cómo esto, esta desidia, este abandono, esta mala fe que nos arrastra a la condición de indigentes culturales (a nivel internacional) ha llegado a ser posible.
Por mi parte sé que tengo una deuda pendiente con aquel astrónomo de Pasajes, José Joaquín Ferrer y Cafranga, que se trataba de tú a tú con Thomas Jefferson, con Lewis, con Clark…
Procuraré saldarla antes de que acabe este año 2018, en el que se cumplen 200 de su muerte, para que, al menos en parte, ese estúpido y ruin silencio histórico producido en torno a él sea menor y esté menos enterrado entre el formidable ruido mediático producido por expediciones que, al fin y al cabo, nunca hubieran tenido éxito de no ser por científicos como él. Miembros destacados de la prestigiosa Sociedad Filosófica Americana…