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La gran batalla de Andalucía. A Álvaro de Luna, in memoriam

Por Carlos Rilova Jericó

alvaro-de-luna-en-el-episodio-el-tio-pedroEsta semana el tema para este nuevo correo de la Historia ha sido fácil de elegir. La muerte del actor Álvaro de Luna lo ha facilitado todo bastante.

El impacto mediático de ese deceso, ha sido impresionante. Algo lógico, teniendo en cuenta que toda una generación de españoles -hoy fuertemente enganchados a Internet- creció asociando a este actor con una serie, “Curro Jiménez”, que, como decía la publicidad con la que se vendía, marcó una época. Algo muy cierto y que invalida aquel famoso axioma de la desopilante revista “La Codorniz”, según el cual resplandecía la verdad donde no había publicidad…

Ciertamente, la serie “Curro Jiménez”, con todas sus virtudes y todos sus defectos, marcó una época. Y dio fama sempiterna al desaparecido Álvaro de Luna, gracias a su personaje del Algarrobo. El más tosco compañero de los que formaban esa partida.

Dicen que es mejor que se hable de alguien, aunque se hablé mal. Quizás este es el caso de esa fama que rodeó, y seguirá rodeando, a Álvaro de Luna gracias, casi en exclusiva, a su personaje del Algarrobo. Y es una lástima que así sea. Tanto desde el punto de vista de su carrera de actor, como desde el de la Historia que, naturalmente, es lo que interesa a esta página.

En efecto, Álvaro de Luna fue un actor con una larga y variada carrera que había empezado en los años sesenta y que, incluso, se desarrolló en parte en los Estados Unidos. Fue no sólo actor de Cine o Televisión sino de un medio mucho más difícil como lo es el Teatro.

Una vida de actor, en fin, demasiado grande como para quedar contenida y resumida tan sólo en el personaje del Algarrobo que poco, muy poco, tiene que ver con la mayor parte de lo que hizo sobre los escenarios y los platós.

Su papel del Algarrobo, tal y como es general y superficialmente recordado, tampoco hace demasiada justicia a lo que, en realidad, nos aportó.

Así es, me gustaría recordar en este artículo a Álvaro de Luna no sólo como un actor versátil, sino como un actor que (por extraño que pueda parecer a primera vista) con su papel del Algarrobo ayudó al éxito de una serie que rompió muchos esquemas.

Normalmente “Curro Jiménez” ha quedado asociada en el imaginario colectivo como una producción que exaltaba el casticismo españolista y así sus personajes (El Algarrobo incluido, claro está) serían, para muchos, tan sólo una suerte de divertimento cómico. Una caricatura de “lo español”. En realidad, un producto más de la ranciedad, bastante casposa, del Franquismo.

La presencia en algún capítulo de la serie de famosas folklóricas en algunas de sus primeras intervenciones mediáticas -caso de Isabel Pantoja- no hizo mucho por remediar esto.

Sin embargo, lo cierto es que “Curro Jiménez”, si se mira con atención, por debajo de la aparente superficialidad del producto como otro ejemplo del “typical spanish” vendido desde los años sesenta a una variopinta muchedumbre de turistas, fue todo un muy necesario soplo de aire fresco en la manera de hacer Televisión y, de hecho, de contar la Historia de la Guerra de Independencia española.

En efecto, pensemos que “Curro Jiménez” narraba por un lado las aventuras, condensadas de muchos protagonistas del fenómeno del Bandolerismo, endémico en buena parte de la Europa de finales del XVIII y comienzos del XIX. Y lo hacía tres años antes -insisto, antes– de que en Gran Bretaña hicieran otro tanto con Dick Turpin.

Lo hacía, además, de la mano de directores de Cine no precisamente comprometidos con el régimen franquista, sino más bien todo lo contrario. Como Mario Camus o Pilar Miró.

Por otro lado, ese equipo, como no podía ser menos, narraba en la mayoría de esos episodios una Historia de la Guerra de Independencia que, desde luego, más allá de una mera apariencia, poco o nada tenía que ver con la narración franquista de esos mismos hechos históricos.

Uno de los mejores ejemplos de lo que realmente representaba esa serie en esos términos, fue el episodio titulado “La gran batalla de Andalucía”.

En él, dirigido por Antonio Drove y con guion de Antonio Larreta, se narra de forma condensada lo que realmente había sido la Guerra de Independencia más allá del canon reaccionario impuesto por los absolutistas en el siglo XIX y remachado -hasta la náusea- por el Franquismo heredero, y exacerbador, de ese pensamiento político.

Así vemos en él a Curro Jiménez convertido en un rico y sofisticado caballero indiano que, en principio, parece en buenos términos con los franceses y se pasea con comodidad por la Andalucía ocupada por ellos. Junto a él descubrimos a un alcalde patriota que se ve obligado, por la fuerza de las armas, a obedecer tanto a los franceses como a sus protegidos. En este caso a la marquesa, principal terrateniente de la zona, que, oh sorpresa, es afrancesada pero, desde luego, no al estilo de los denostados por el Franquismo como propagandistas de ideas disolventes de una supuesta “España eterna”.

Más bien todo lo contrario. La bella marquesa es un dechado de modernidad por lo que se refiere a hablar francés, a lucir peinado y vestido Imperio y por su connivencia con el régimen josefino. Pero por lo demás, como tantos fantoches que en la Historia han sido -y serán- y se han disfrazado convenientemente con ideas que son justo las contrarias de las que ellos, o ellas, representan, la marquesa tan sólo se ha subido al carro del vencedor. El que le va a garantizar el cobro de sus rentas -como viene a decir al atribulado alcalde- con puntualidad. Lo deja bien claro cuando a las teclas de un modernísimo -para entonces- piano, enseña a los niños del pueblo a cantar “La Marsellesa” y uno de ellos le pregunta por el significado de las explosivas estrofas revolucionarias (tanto que Napoleón había prohibido cantar ese himno en realidad).

La marquesa, con la mejor de sus sonrisas de dama de la corte josefina, le responde que no se preocupe de esas cosas, tan sólo de cantar correctamente…

El episodio acaba con una rebelión generalizada del pueblo, animada por el alcalde -harto ya de ser pisoteado por la marquesa y las bayonetas francesas- para liberar al alfarero del pueblo que, además, es un extraordinario pintor dotado de unas ideas políticas muy claras. Revolucionarias para más señas y adquiridas en el París de 1789 de la mano del mismísimo Marat, con el que, como muchos otros españoles, vive esos días y, en su caso, descubre el Arte en el Louvre… Tal y como lo cuenta, arrojándolo a la cara del condescendiente general francés que ha llegado al pueblo a imponer el dominio napoleónico, recordándole que Napoleón no trae revolución alguna a España, pues, sólo para empezar, ha acabado con ella en Francia…

Si quieren recordar a Álvaro de Luna como El Algarrobo, aquel bandolero algo bruto pero eficaz, en lugar de, por ejemplo, el arquitecto que aparecía en la serie “Goya”, recuérdenlo así, pero, por favor, con ese matiz. Es decir, que era un personaje que salía en una serie, “Curro Jiménez”, en la que, ya ven, se contaba una nueva -y más certera- Historia de la Guerra de Independencia española liberada de fantasmas historiográficos sacados de la siempre antihistórica caverna reaccionaria.

Ese, quizás, es el mejor homenaje que hoy le podemos rendir, pues es el que nos da una medida más exacta de lo que realmente hizo con su larga vida de actor Álvaro de Luna.

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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