Por Carlos Rilova Jericó
Como ya he dicho en otros correos de la Historia, parece que la estación actual, el verano, es propia para hablar de temas con olor a salitre y lona de velero a veces de sospechoso origen y más sospechosa bandera. De esos que han llenado miles de páginas de novelas y películas “de aventuras”.
Eso me lleva, hoy, a hablar de una película que vi hace años, apenas cumplidos los 18, y que he vuelto a ver varias veces más. Se trata de una producción de poca fortuna pero firmada por un director de Cine que -polémicas judiciales aparte- es ya toda una leyenda viviente de ese que llaman “Séptimo Arte”. Me refiero a “Piratas”, de Roman Polanski… No fue ésta, ciertamente, la película de más éxito de ese director. Y eso pese a contar para el papel protagonista -el crepuscular Capitán Red- con un peso pesado como Walter Matthau.
En efecto esta producción de 1986 no es la mejor de Polanski. En cierto modo se quedó a medio camino entre grandes éxitos suyos, como la comedia “El baile de los vampiros” (con la que “Piratas” parece tener muchos paralelismos) y “El oficial y el espía”. Una magnífica película histórica sobre el “caso Dreyfus” de la que hablé en su día en otro correo de la Historia.
Sin embargo, desde el punto de vista del historiador y, supongo, de quienes lo leen, “Piratas” es una buena película histórica, pese al fiasco en taquilla y pese a que Polanski, probablemente, sólo pretendía rendir un lucrativo homenaje al Cine de aventuras de mediados del siglo XX.
¿Qué es lo que aporta en ese sentido “Piratas”? Pues algo que no es muy común en las producciones supuestamente históricas en las que anda metido Hollywood. O, de hecho, en ninguna película de ese estilo. Sea del país que sea.
Ese “algo” es el rigor histórico a la hora de tratar la Historia española a caballo entre el siglo XVII y el XVIII. Puede que resulte un tanto descorazonador decirlo, pero “Piratas” será, probablemente, la única película, en la Historia del Cine, en la que se ha reflejado con cierta exactitud a la Marina de Guerra española de esa época en la que se supone, o mejor dicho se da por supuesto, que no existía tal cosa o era una ruina infecta. Algo que se afirma, sobre todo, en base a fuentes extranjeras -británicas fundamentalmente- y sin contraste alguno, incumpliendo así una de las primeras reglas del método científico que se aplica en Historia.
Así es, “Piratas” puede que no pasase de ser una película más o menos fallida en la trayectoria de Polanski, un entretenimiento, además, sin mayores pretensiones que ser una producción más de ese subgénero, pero es innegable que se puso en ella mucho cuidado a la hora de reconstruir cómo podía ser un barco de guerra español de, digamos, hacia 1690 y, además, cuál era la situación en las provincias españolas de América y más concretamente en el Caribe.
En efecto, en “Piratas” no hay referencias históricas precisas, se alude únicamente, y de manera vaga, al cardenal Mazarino como un personaje de memoria reciente. Sin embargo, por ese detalle y otros más, todo apunta a que esa película nos sitúa en la segunda mitad del siglo XVII. Es decir, en pleno reinado del rey Carlos II de Austria, “el Hechizado”.
Una época que, sin embargo, Polanski reconstruye bien y ajeno a toda la mala prensa que siempre ha acompañado a ese rey que, al revés que su regio colega Midas, parece convertir en polvo, decadencia y podredumbre todo aquello que toca su sombra por un incomprensible -en Historia sobre todo- arte de Magia.
Así es. Todo apunta a que Polanski se documentó, una vez más, de manera bastante precisa para rodar “Piratas”.
Lo primero que notamos en el navío protagonista, el Neptuno, barco de Su Católica Majestad de 70 cañones, es que es enteramente funcional. Es decir, su casco de roble parece estar en excelente estado, su Artillería igualmente y, oh sorpresa, lo mismo ocurre con sus tripulantes que, en lugar de ir vestidos de toreros goyescos o de bandoleros andaluces de la Carmen de Mérimée, tienen el aspecto que debería tener cualquier marinero europeo de finales del siglo XVII.
De hecho toda la tripulación tiene ese aspecto, desde los marineros vestidos con gorros de lana -o similares- y prendas cosidas por ellos mismos con tela de “olona” (lo que hoy llamamos simplemente “lona”) hasta los oficiales del Neptuno. Estos últimos una magnífica muestra de nobles caballeros vestidos -hasta en el último detalle- a la moda dominante en Europa, y el Mundo, en esas fechas. Es decir: con chupa mandil, calzones, medias, zapatos de tacón versallesco y casaca y sombrero emplumado del mismo estilo. Sin que faltase en ellos la inevitable peluca in folio, puesta de moda también por Versalles. Tanto entre sus estados vasallos como entre sus más feroces enemigos. En este caso los propios españoles o sus aliados anglosajones.
A partir de ahí, y aun en clave de humor, Polanski sigue reflejando en “Piratas” lo que sabemos de aquella época gracias a la Historia. Así lo vemos cuando la oficialidad del Neptuno aplica un severo castigo a parte de la tripulación apenas el Capitán Red y su segundo, abandonados a su suerte en una frágil balsa, suben a bordo de ese barco de Su Majestad Católica.
El castigo en concreto es lo que en los documentos se llamaba “dar un cañón”. Es decir, atar al marino culpable a la cureña de un cañón, contra la culata de la pieza, y azotarlo por mano de un contramaestre para que purgase así su falta.
Ahí Polanski, en efecto, afinó, de nuevo, en su reconstrucción histórica. No se limitó a imitar lo que se hacía en la Marina británica que, una vez más ha hecho canon. Es decir: no optó por el camino fácil que hubiera sido reproducir el típico castigo de la Royal Navy en el cual se golpeaba al acusado atado a uno de los enjarretados del barco. Como vemos en, por ejemplo, la hoy famosa “Master and Commander”.
Polanski también afinó en otros detalles. Como la hostilidad latente entre la marinería y los soldados a bordo, que actuaban tanto como fuerza de combate contra el enemigo como contra esa marinería caso de que se amotinase. Tal y como ocurre en “Piratas”.
Tampoco olvidaba el director de “El baile de los vampiros” ser fiel a las banderas que exhibiría un barco español de la época, como la grande, “a la quadra”, que se desplegaba a popa del navío. De color blanco y mostrando el escudo real de la corona española. O, también sobre fondo blanco, la del aspa roja de San Andrés o Cruz de Borgoña.
Igualmente se refleja en esta película de abordajes, motines y cañonazos bajo el cálido sol del Caribe, el imprescindible -e histórico- flujo de tesoros americanos enviados a Europa. Pero aquí se reparte ese hoy polémico tema tanto entre los españoles, como entre los anglosajones. Interpretados en “Piratas” por el Capitán Red y su variopinta turbamulta de asociados entre los que no falta un tabernero-perista holandés.
Todo esto, en conjunto, hace de “Piratas” una película muy recomendable. Siquiera sea para empezar a hacerse preguntas sobre la Historia española de finales del siglo XVII. La verdadera, esa en la que en la monarquía imperial hispánica el sol seguía sin ponerse pese a la mala prensa endosada a su rey. Acaso porque los barcos de Su Católica Majestad que dominaban sobre las aguas del Caribe -y muchas otras- tenían más que ver con el ficticio Neptuno que con la inerte y perezosa Historiografía que hasta hoy ha rodeado al reinado de Carlos II y que, como espero haber mostrado, quedaría en solfa, de la manera más chocante, hasta en nada menos que una película “de aventuras” que ni siquiera fue un gran éxito…