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Carlos Rilova

El correo de la historia

Un asunto de honor militar. A Christopher Duffy, in memoriam (1756-2022)

Por Carlos Rilova Jericó

Tenía pendiente el tema de hoy desde hace un mes aproximadamente. Más o menos desde el 17 de noviembre. Aunque, a decir verdad, he dejado pasar todo ese tiempo deliberadamente. Sobre todo para ver si, por estas latitudes hispanohablantes, se recogía algún eco de la muerte del doctor Christopher Duffy.

Tal y como ya suponía no parece que haya habido ninguno. O casi. Y me ha parecido chocante pero, también, muy instructivo sobre cómo vemos la Historia por estas dichas latitudes.

Christopher Duffy nació justo el año en el que estallaba la guerra civil española, esa que ha atraído a tantos hispanistas. Tanto anglosajones como franceses. Según nos cuenta su obituario en el “Scottish Daily Express”, un periódico de Escocia (donde era más popular que en Inglaterra), estudió Historia en el Balliol College de Oxford y, graduado allí con honores, a partir de 1961, impartió clases en la renombrada Academia militar de Sandhurst, teniendo, entre otros, alumnos de tanto relieve en la cuestión de la Historia militar como John Keegan. Mucho más conocido que él, desde luego, ya que, a diferencia de su maestro, ha sido profusamente traducido al español. Como de ello dan fe, también, algunos correos de la Historia anteriores a éste.

Bien, el caso es que, como decía, el doctor Christopher Duffy, pese a tener madera para ser otro admirado autor anglosajón en España, nos dejó el 16 de noviembre sin que por aquí apenas nadie se acordase del detalle. Cosa rara en un país como éste que, desde hace unas cuantas décadas, parece encantado con que la Historia se la escriban desde fuera de sus fronteras y principalmente en inglés. Una circunstancia que, me parece, hace de la muerte del profesor Duffy, una interesante lección póstuma. Principalmente sobre cómo se ve y se maneja al Sur de los Pirineos esa cuestión de la Historia y qué clase de esnobismo “hispanista” la rodea para -por decirlo en términos algo melodramáticos- nuestra desdicha y aumento de cierto atraso cultural.

En efecto, Christopher Duffy debería ser más conocido por aquí. Principalmente porque dedicó gran parte de su vida de historiador a describir minuciosamente la Guerra en un siglo tan peculiar como el XVIII. Uno en el que las inmensas fuerzas militares y navales dirigidas desde la corte de Madrid, tuvieron un papel capital pero, cómo no, bastante desconocido aún.

Cuando yo ya estaba, al parecer irremediablemente, lanzado a mi imprudente carrera de investigador que, para diversas instituciones, recorría distintos archivos, topé con un libro de Christopher Duffy, “The military experience in the Age of Reason”, del que no me he podido separar en años. Y esto es así porque una gran parte de mi trabajo de investigación se ha dedicado a ese siglo XVIII, esa Edad de la Razón, y así -de manera inevitable- a esas guerras de las que él hablaba y a esos ejércitos de casaca blanca (salvo excepciones que ahora veremos) que, dirigidos por los Pactos de Familia entre París y Madrid, hicieron mucha Historia en Europa y fuera de ella en esa “Era de la Razón” a la que aludía el título del libro del doctor Duffy.

Sin él me hubiera sido más difícil comprender muchas de las cosas con las que yo iba dando en los archivos para distintas investigaciones que luego -bajo unos auspicios u otros- he publicado. Caso de la Guerra de la Cuádruple Alianza que, en 1719, (tras unas cuantas épicas batallas dignas de la cámara de Stanley Kubrick) convirtió al siempre histórico territorio guipuzcoano en provincia francesa hasta 1722, la de la Oreja de Jenkins (en la que el hoy famoso, a trancas y barracas, almirante Blas de Lezo fue un episodio más), la de los Siete Años (en la que Christopher Duffy se especializó) o la de Independencia norteamericana.

En todos esos trabajos siempre traía a colación el manual de Duffy. Era imposible no hacerlo, pese a ser una obra de carácter general y en la que se podría haber dicho más del papel de los casacas blancas que la corte de Madrid desplegó por media Europa y medio mundo. Seguramente esto fue así porque Christopher Duffy no tenía mucho material que leer para incorporar a sus libros en ese capítulo. Algo que sería culpa, más bien, del escaso trabajo de investigación al respecto hecho aquí en torno a un siglo -el XVIII- considerado, en España, maldito hasta prácticamente finales de los setenta. Como bien recordaba la conspicua revista “Historia 16” en su día.

Hecho al que hay que sumar la escasa difusión que han tenido los trabajos que, desde entonces, hemos ido haciendo muchos investigadores. De haber sido las cosas de otro modo, seguramente a Christopher Duffy le hubiera gustado saber de cierto pequeño retazo de Historia que yo publiqué en el año 2003 y que ahora resumiré aquí en homenaje a él. Los hechos ocurrieron en el año 1756. En esa fecha estaba destinado en la plaza fuerte de San Sebastián uno de los tres regimientos de irlandeses al servicio de Madrid. En estas unidades, desde el siglo XVI, recalaban los irlandeses que, empujados por la feroz invasión británica, lo perdían todo y quedaban reducidos a la condición de meros brazos para destripar terrones y cuidar ganado de los colonos ingleses y escoceses. Esos invasores que, literalmente, desde ese siglo XVI, se habían quedado con toda Irlanda. Es fama que los irlandeses tienden a fanfarronear bastante con ser todos ellos descendientes de los antiguos reyes de Irlanda. Exageración obvia aparte, sí que está claro que son un pueblo combativo y orgulloso y el destino de servir como semiesclavos de los británicos les era insoportable. De ahí que, con cada otoño, como los gansos salvajes, los jóvenes de la antigua nobleza desahuciada por la invasión salieran a buscar mejores perspectivas en Francia y en España. Potencias católicas que los recibían con los brazos abiertos y les daban toda clase de facilidades para formar tercios (hasta el siglo XVIII) como el de Patricio Geraldino (léase Patrick Fitzgerald), familia ésta que se cubrirá de gloria en 1638 en el Gran Asedio de Fuenterrabía (hoy Hondarribia), o en unidades como el ya citado regimiento Hibernia, el Ultonia y el Irlanda.

En ellos solían militar, aparte de irlandeses, españoles excedentes y gente de otras nacionalidades. Parece que ese era el caso de quien cayó, en junio de 1756, en un duelo junto a la iglesia de Santa María, en lo que hoy es el Casco Viejo donostiarra. Su grado era el de sargento en la compañía mandada por un oficial de inconfundible apellido irlandés -el coronel Oliver O´Hara- y su nombre, según los documentos que consulté en su día en el Archivo General guipuzcoano, Nicolás Greben. El cirujano del segundo batallón del Hibernia certificó que la muerte se la había producido una incisión que le llegó desde el cuello hasta el esófago. De acuerdo a las averiguaciones que se hicieron, el culpable de esa certera estocada debía ser otro sargento del Hibernia: Juan Culier o Collier. Los reveladores testimonios de los testigos del duelo a espada entre estos dos casacas rojas (el distintivo de los regimientos irlandeses al servicio de España) decían que el sargento Collier y el sargento Greben discutieron y salieron “desafiados”. Con el resultado de la muerte de uno y la huida del otro a la cercana iglesia, para allí pedir asilo eclesiástico (“acogerse a sagrado”) y evitar las consecuencias de lo que era previsible que ocurriera.

Una microhistoria ésta que quizás nos parecería, a primera vista, simplemente anecdótica, algo para añadir color a la crónica local donostiarra. Lo cierto, como comprobé en su día, cuando preparaba esa publicación para el Boletín de Estudios Históricos sobre San Sebastián, es que, bajo el aspecto de un simple asunto de honor, el incidente era un preciso -y precioso- testimonio sobre cómo se organizaba y funcionaba un Ejército -el de los Borbones españoles- en un siglo en el que esas tropas combatirían por medio mundo. En efecto los sargentos Collier y Greben se habían desafiado porque el segundo había dicho al primero en casa de Rosa de Stafler -mujer de otro de los sargentos del regimiento- que no sabía hacerse obedecer por la tropa. Una peculiaridad de ese ejército borbónico, en el que se razonaba con los soldados antes que imponerles una orden por medio de la jerarquía vertical… Detalles, pues, de una vida militar ya desaparecida que nos revelan la cara más real de nuestro pasado que, a veces, es la más ignorada de manera bastante inculta y grosera.

Ignorancia ésta que, al fin y al cabo, mitigó, entre otros, el trabajo de Christopher Duffy. Ese doctor en Historia por Oxford y profesor en la Academia militar de Sandhurst, cuya muerte reciente no debería habernos pasado tan desapercibida. Por esa misma razón…

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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