Por Carlos Rilova Jericó
Esta misma semana se cumplen dos siglos de un hecho histórico importante que, no sé muy bien, cuánto eco mediático tendrá más allá de periódicos como éste.
El acontecimiento en cuestión es el de la sentencia definitiva de la Europa absolutista contra la España liberal de ese año 1823, enviando contra ella al Ejército de los llamados Cien Mil Hijos de San Luis.
La fecha más comúnmente aceptada como el inicio de esa represalia del Absolutismo europeo contra la España revolucionaria, suele ser el 7 de abril pero -como es habitual en estas cuestiones- hay discrepancias a tener en cuenta.
Así un trabajo avalado por el Ministerio de Defensa español consultable en este enlace https://www.omniamutantur.es/wp-content/uploads/Los-cien-mil-hijos-de-San-Luis-por-Melody-Rubio-Hern%C3%A1ndez-1-ilovepdf-compressed.pdf, cita el día 5 como el del comienzo de las operaciones de invasión de los Cien Mil Hijos de San Luis. En otro interesante artículo sobre el apoyo al gobierno liberal español por parte de generales y parlamentarios británicos -publicado por el académico de la Historia Antonio Meijide Pardo en el número 26 del “Anuario Brigantino”- se indica que, en realidad, los primeros contingentes habían cruzado la frontera hoy mismo hace doscientos años. Es decir: el 3 de abril.
La fecha más razonable del paso del grueso de esos Cien Mil Hijos de San Luis parece ser, en cualquier caso, entre el día 6 y el 7 de abril a tenor del volumen logístico del contingente, de datos como esos y de otros que estudiaremos en este nuevo correo de la Historia.
Sea en una fecha u otra (o en todas ellas) lo que ocurre a partir de esa primera semana de abril es el fin, por tanto, del llamado Trienio Liberal durante el que los partidarios de la monarquía constitucional, de la constitución del gobierno del Pueblo por el Pueblo y para el Pueblo, consiguen doblegar por medio de un pronunciamiento revolucionario -en enero de 1820- la voluntad del sinuoso Fernando VII y obligarle a jurar la Constitución y marchar, como dicen que dijo el mismo soberano, todos juntos -y él el primero- por la senda constitucional.
Llevo años estudiando el caso, y publicando (aquí y en otras tribunas) sobre él, en la estela de otros historiadores como Félix Llanos Aramburu o de grandes plumas de la Literatura española -y por ende vasca- como Pío Baroja y otras menos conocidas -pero no por eso menos sustanciosas- como la del que el mismo Baroja llamaba “capitán aventurero”. No otro que, en efecto, el muy aventurero Juan Van Halen. Un liberal irreductible que recorrerá todas las insurrecciones contra gobiernos tiránicos desde el 2 de mayo de 1808 -aunque luego decide unirse por breve tiempo a las filas napoleónicas- hasta la revolución belga de 1830 que creará ese país. No es la primera vez que hablo de él. Ni aquí ni en otros soportes. Probablemente -bien lo merece- no será la última.
Lo que más me llama la atención, hoy por hoy, de Van Halen durante esa crisis de abril de 1823, son afirmaciones suyas que recogía yo en el año 2015 en un artículo sobre el tema para el Boletín de Estudios Históricos sobre San Sebastián.
Van Halen defenderá a ultranza, jugándose la propia vida, aquel régimen liberal. Sin embargo en sus memorias, en la parte relativa a esos años en los que combate en la división del general navarro Mina a las facciones absolutistas, reconoce que el régimen liberal iba a caer de todos modos. Sin que el congreso de Verona mandase ni un solo hijo de San Luis o de otro país de los muchos absolutistas que abundaban en Europa en esos años.
¿Cuál era la razón? Una muy a tener en cuenta por quienes de un modo algo inocente, tal vez romántico, identifican ese periodo de tres años con un vergel de Libertad frente a una dictadura protofascista ejercida, con saña, por Fernando VII entre 1814 y 1820 y después entre 1823 y 1833.
Según Van Halen, poco sospechoso de admiración por el Absolutismo o tiranía de ninguna clase, el régimen liberal se corrompió pronto. Él habla de “entes ambiciosos”, de gente que tendría mucho que callar por sus acciones pasadas y que barrenan el sistema liberal desde dentro, convirtiéndolo en algo más odioso y tiránico que la Tiranía fernandina contra la que decían haberse levantado en armas. Algo que genera sentimientos muy lógicos de rechazo que llevan a pasarse a las líneas contrarias. Como el mismo Van Halen podrá ver en Cataluña mientras combate a los reaccionarios que carecerán de verdadera fuerza hasta la llegada, entre el 3 y el 7 de abril de 1823, de esos Cien Mil Hijos de San Luis.
Una frustración lógica -tanto en 1823 como en 2023- pues si la Tiranía genuina suele ser rechazada por su mismo carácter tiránico, un sistema que declara ser justo lo contrario se hace más repulsivo aún -como bien anotaba Juan Van Halen- cuando actúa, de hecho, como aquello que decía ir a combatir. En la España y la Europa actual tenemos numerosos ejemplos de eso mismo, doscientos años después… Frente a eso, como decía Van Halen, las tiranías genuinas no hacen sino reforzarse.
Curiosamente en las orillas mismas del Bidasoa el 6 de abril de 1823 tenemos un gran ejemplo de ese refuerzo de las tiranías genuinas merced a la degradación de quienes se califican a sí mismos como defensores de la Libertad.
Los hechos los podemos encontrar en un libro de “Souvenirs” -ese es el título que se le da- escritos “en caliente” por uno de esos Cien Mil hijos de San Luis, Nicolas Lebeaud (farmacéutico en el Ejército de Angulema, según nos dice su ficha en la Biblioteca Nacional francesa), que lo publica rápidamente en París y lo distribuye en su propia casa de la calle Four-Saint-Honoré n.º 47, en el librero Ponthieu del Palais Royal y en el establecimiento de A. Guyot en el n.º 2 de la calle Mignon Saint-André-des-Arcs. Una de sus copias se conserva hoy en la Biblioteca Koldo Mitxelena de San Sebastián bajo la signatura 47590, que es la que, una vez más, seguiré hoy aquí.
Lebeaud nace con la revolución en su propio país, en el año 1793, y sobrevive dos a la de 1830 que liquida -al menos hasta la actualidad- el Absolutismo en Francia dando paso a la monarquía liberal y constitucional de Luis Felipe de Orleans.
Paradójico destino para quien en 6 de abril de 1823, a las puertas del Bidasoa, se muestra como un absolutista fanático.
Algo sobre lo que no deja duda desde la primera página que escribe, dedicando el libro a la decidida duquesa de Angulema (admirada hasta por Napoleón) a la que Lebeaud describe en estos elocuentes términos: la mujer del libertador de España…
Nos puede parecer chocante hoy día, pero así ve Lebeaud la cuestión en esos momentos en los que el grueso de los Cien Mil Hijos de San Luis se apresta a cruzar el Bidasoa.
Puede decirse que de manera diametralmente opuesta a nuestra idealización de los liberales de ese momento que corre -a sus anchas- hoy día y que lo reduce todo a términos bastante simples en los que Fernando VII (y quienes le apoyan) encarnan el mal absoluto -la abominación política para sociedades ya completamente permeadas por las ideas liberales- y quienes se oponen a ellos como el bien absoluto, sin matices, precisamente por oponerse a ellos. Dogma histórico que, recordémoslo de nuevo, no tiene en cuenta la opinión de decididos liberales, como Juan Van Halen, que en esas mismas fechas se aprestan a defender un régimen liberal que, en el fondo, ellos saben ya corrupto y cada vez más tiránico y menos liberal.
Un terreno abonado ese para los propagandistas del Absolutismo templado. Como Lebeaud, que escribe en su libro páginas que los ministerios de propaganda de dictaduras totalitarias como la nazi o la estalinista hubieran envidiado.
Así, por ejemplo, la impresión general que da del Ejército de Angulema ya desplegado en el Bidasoa el 6 de abril de 1823, es la de que, gracias a la expedición contra los liberales españoles, la Francia de ese año, la del benévolo y semiconstitucional Luis XVIII, se ha vuelto a unir fraternalmente. Lebeaud llena así ese Ejército a orillas del Bidasoa de viejos veteranos, de Marengo, de Austerlitz… que ahora piden a sus jefes que los lleven ante el enemigo.
Lebeaud se atreve incluso a tomar como testigo de sus afirmaciones propagandísticas al vizconde de Chateaubriand, al que cita cuando habla en la discusión sobre si se debía intervenir o no en aquella España de 1823 que estaba haciendo el mismo papel que la Francia revolucionaria de 1792, extendiendo su “mal” ejemplo al resto del continente. Así Lebeaud se alboroza recordando que Chateaubriand, ministro de Exteriores francés en ese momento, ve la expedición como un medio de unir en una causa común a franceses que habían luchado en bandos opuestos… Ciertamente Chateaubriand sabía bien de qué hablaba, pues en sus “Memorias de ultratumba” recogía episodios que en nada recordaban a las enfáticas palabras de Lebeaud sobre, por ejemplo, veteranos granaderos del 10 de línea encantados de servir, ahora, bajo la bandera blanca de los Borbones…
En definitiva hasta tal punto habían llegado las cosas en la España liberal de 1823, como decía Van Halen, como para que esta faramalla protogoebelsiana, aventada por obras como la de Lebeaud, tuviera posibilidades de sostenerse en pie en un libro vendido en una capital tan sofisticada como París con más solidez que un simple espantapájaros.
Cabría, eso sí, lanzar aquí la pregunta de si todos los liberales que toman las armas en la mano para defender el país de esos entusiastas de Angulema, eran realmente tan rastreros como Van Halen los describe, justamente abocados, por eso mismo, a su derrota. Es una pregunta que trataré de responder en cosa de unos días en otro canal de este mismo periódico dedicado a la Historia de esa provincia -Guipúzcoa- que, a partir del 6 de abril, es poco menos que arrollada por esos soldados del duque de Angulema.