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Carlos Rilova

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La importancia del Marketing en Historia. El caso de Wyatt Earp

Por Carlos Rilova Jericó

Hoy, ya que estamos en tiempo de Pascua y, por tanto, de vacaciones, dedicaré el nuevo correo de la Historia a una reflexión más bien breve.

El tema, como ya se habrá deducido por el título, es uno de los recurrentes en esta sección. Es decir: el de la importancia que tiene no sólo escribir la propia Historia, sino saberla divulgar y darla a conocer.

Volví sobre esa idea viendo una película dedicada a todo un héroe cultural para el mundo anglosajón, como lo es el famoso comisario del “Salvaje Oeste” Wyatt Earp. Esa producción se tituló en nuestro mercado “Asesinato en Beverly Hills”, fue dirigida por Blake Edwards y es la segunda que protagonizó el hoy decaído Bruce Willis que lo hizo, además, en compañía de James Garner. Un pilar fundamental en películas ya míticas como “La gran evasión” o en muchas otras “del Oeste”.

No es “Asesinato en Beverly Hills” la mejor producción de Blake Edwards, pero él, genio al fin y al cabo, daba allí retazos muy interesantes sobre la Historia y cómo se maneja. O se vende. Así en esa cinta, basada muy vagamente en hechos reales, vemos como Wyatt Earp es convertido en mito cinematográfico -mentira más o mentira menos, como dice su personaje en la película- en 1929, su último año en este mundo y en el que él ya es una reliquia de un pasado extinto, cuando los coches y aviones han sustituido a los caballos y los duelos a muerte en O.K. Corral son eso: materia para el Cine y su marketing.

Hay, sin embargo, un momento estelar y dramático en esa película, cuando Earp ve rodar como asesor del estudio (trabajo que realmente desempeñó) la escena famosa de ese duelo, que no es más que una repetición de lo que se ha ido superponiendo en producciones posteriores como “Tombstone” o “Wyatt Earp”. Es entonces cuando el Earp encarnado por Garner, al ver el rodaje de la escena, retrocede a sus verdaderos recuerdos de aquel día, rememorando con algo de horror lo que realmente recordaba él que ocurrió y que implicaba tirotear repetidas veces incluso a los ya caídos…

Así, viendo esa película más bien intranscendente de Blake Edwards, no pude evitar pensar qué buena razón habría para que ese duelo en O.K. Corral -un hecho casi anecdótico ocurrido un 26 de octubre de 1881- haya acabado convirtiéndose en algo que se conoce en el mundo entero como si hubiera sido un momento crucial de la Historia, cuando en realidad no fue más que otro enfrentamiento entre fuerzas supuestamente del lado de la Ley y unos también supuestos forajidos…

Y es que aparte de la carga heroica del asunto -hace falta mucho valor para desafiar varios revólveres apuntando contra uno- lo ocurrido hacia las 3 de la tarde de ese día de 1881 en esa pequeña ciudad de Arizona, apenas tiene significado histórico más allá de ejemplificar lo que fue eso que se ha llamado la conquista del Oeste.

Y sin embargo ahí está, repetido y reflejado una y otra vez, hasta quedar grabado en una conciencia y memoria planetaria a través del Cine, de la TV, del cómic…

Si nos preguntamos, en efecto, la razón por la que eso es así, la respuesta parece obvia. Estados Unidos, y el mundo anglosajón en general, han sabido explotar a conciencia un invento tan europeo como el creado por los hermanos Lumière algunos años después de que Wyatt Earp se dedicara a poner a prueba su valor y su puntería por primera vez -como dicen que ocurrió en el famoso duelo- y utilizar así su evidente magia y poder de persuasión para marcar qué era y qué no era importante que el mundo entero conociera de su Historia.

El control ha sido férreo. Como sabrá cualquiera que haya estudiado el Hollywood de los años 80 del siglo pasado, en el que Japón intentó infiltrarse aprovechando su bonanza económica con producciones como “Black Rain” y plantando en California compañías propias como la Sony. Una aventura de la que salió bastante azarado ese país que está, todavía hoy, recuperándose de una crisis económica monumental que no pudo tapar película alguna. Ni siquiera la popular serie de “Regreso al futuro”, en cuya segunda parte se imaginaban unos Estados Unidos del año 2015 donde las compañías japonesas pisaban fuerte y despedían al americano medio tan tajantemente como el corte de una katana de samurái.

Por la parte que más nos afecta aquí este asunto, hay que constatar un hecho (histórico además) curioso: muy rara vez se ha visto en el Cine fabricado en Hollywood, para vender a escala mundial, a soldados españoles del siglo XVIII. Lo más cerca que se ha estado de eso ha sido en películas que han pasado más bien desapercibidas como “Sangaree”, de 1953, coproducciones hispano-estadounidenses como “El capitán Jones”, de 1959, o, principalmente, en “Siete ciudades de oro”, del año 1955. Esa última con Anthony Quinn de protagonista y ambientada en la California española, donde actuaba como misionero ese Fray Junípero Serra hoy tan odiado allí por cabezas algo débiles (como esas que hace unos días comparaban en Twitter los capirotes de nazareno con los del Ku Klux Klan)…

Por lo demás rara cosa es ver en la gran pantalla de Hollywood a soldados españoles (e irlandeses al servicio de España) del año 1779 -con sus uniformes iguales, salvo en el color, a los británicos o norteamericanos de esa fecha- enviados a América a luchar para que Estados Unidos se convirtiera en una nación (al menos hasta hoy) libre e independiente. Y esto es así porque, en efecto,  rara -o inexistente- es la película en la que se narren esos hechos que, a diferencia del duelo en O.K. Corral, supusieron un cambio fundamental en la Historia de un país tan influyente como Estados Unidos. Asombroso, ¿verdad?

Y ahora llegaría la hora de saber cómo tan estrambótica situación ha sido posible. ¿Echamos la culpa a los sucesivos ministerios de Cultura españoles? ¿A la reserva de actores y actrices españoles en Hollywood que se conforman, al parecer, con lo que caiga de la mesa de los productores “anglos” sin más horizonte? ¿A alguien más?

Juzguen ustedes mismos. Pero quien no defiende su propio terreno acaba por perderlo y, además, de una mentira -aunque sea por omisión como en este caso- nunca, que se sepa, ha salido nada bueno…

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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