Por Carlos Rilova Jericó
Está semana pasada llegó la noticia del fallecimiento de un par de celebridades mundiales: el del cantante Shane MacGowan y el de Henry Kissinger. Este último es el que hoy más me interesa para este nuevo correo de la Historia.
Henry Kissinger, nacido en 1923 en la Alemania de Weimar y muerto en 2023 en Estados Unidos, estadista, Premio Nobel de la Paz, profesor, escritor… fue un hombre verdaderamente controvertido. Por muchas razones. Entre otras hoy lo es, en España, (en círculos digamos más bien conservadores, o patriotas en el sentido de esa palabra en 1808), por una frase que me interesa especialmente y que, más o menos, se ha traducido así: España, cuando es importante (o fuerte), es peligrosa.
Son muchos los que, en base a esto, han acusado a Kissinger, al hacerse eco de su muerte, de haber tratado, por todos los medios, de crear una España post-Transición de 1978 inane, débil, desunida, sin personalidad, vacía del contenido y de la prestancia y el prestigio que exhiben, por ejemplo, franceses y británicos.
Más allá de la hoy tan pegajosa conspiranoia que achaca al difunto Kissinger toda clase de planes más o menos diabólicos (ciertamente se ganó a pulso esa aureola), yo diría que esa acusación no carece de una sólida base.
Desde luego por lo que respecta a la Historia de España -que es el campo que a mí me afecta- he podido ver, con la perspectiva que dan los años, un desmenuzamiento de la misma, un ninguneo a nivel internacional y, ya rizando el rizo, haciendo, desde hace poco, que la tarea de acabar con ese complejo esquema (ideado por mentes bastante sofisticadas, según parece) quede en manos de personas intelectualmente zafias. Auténticos aficionados con más ego que conocimientos, que, evidentemente, bajo la apariencia de un ardiente patriotismo (quizás tan falso como impostado), lo único que están haciendo es ridiculizar aún más la Historia española, convirtiéndola en un espectáculo circense de pandereta.
Tomando así, al parecer, el relevo a otros historiadores amateurs refugiados en el mundo de la Novela y el Periodismo que, desde hace años, han pintado un cuadro desastroso de la Historia española… Algo que parece coherente con esa frase del finado Henry Kissinger que, desde luego, cuando hablaba, no hablaba en vano…
No puedo pensar otra cosa cada vez que vuelvo, por alguna razón, sobre el campo en el que más he trabajado en los últimos años. Es decir: las guerras napoleónicas.
Hoy es uno de esos días. Porque hace 214 años un ejército español se batía en retirada en Alba de Tormes. En el sentido más exacto de la expresión “batirse en retirada”. Es decir: no huían sino que contenían al enemigo que les perseguía y les pisaba los talones.
De ese ejército y de uno de sus generales, Gabriel de Mendizabal e Iraeta, he hablado muchas veces. En estos correos de la Historia y en otras tribunas. Lo he hecho sobre todo por el mérito que conquistó en esa retirada hacia la victoria. Él fue quien principalmente contuvo a la Caballería francesa formando cuadros de Infantería, facilitando así la retirada del grueso de las tropas españolas en ese campo de batalla.
Esa acción ha sido recordada por varios historiadores españoles entre los que me cuento y donde destaca, especialmente, Arsenio García Fuertes. Sin embargo, dentro de la Historia de las guerras napoleónicas los cuadros de Infantería de Alba de Tormes, que baten tres veces a la Caballería de élite napoleónica -a los vencedores de Austerlitz y Jena- apenas es mencionada. Por no decir que jamás es mencionada…
Parece así evidente que lo que historiadores anglosajones como Julian Thompson pueden decir de Dunkerque -por ejemplo- no se permite para hechos de armas españoles como esos cuadros de Infantería en Alba de Tormes, que pasan así a ser irrelevantes en esa narrativa histórica internacional -retorcidamente trucada, como parece quedar cada vez más claro- para… ¿tal vez no eclipsar a los que, obligatoriamente, serían los únicos cuadros de Infantería importantes en las guerras napoleónicas: los británicos del duque de Wellington en Waterloo…?
Si de la Historia nos vamos a la Metahistoria -esto es: al Cine, a las novelas llamadas no siempre con justicia “históricas”- el panorama no hace sino empeorar.
Allí el general Mendizabal no existe salvo en venerables antigüedades de hace cien años con una difusión más que escasa. Como la novela “1813” de Eusebio Munárriz, donde aparece citado -con acierto pero escasas veces- en torno al asedio de San Sebastián que, pese a él, tan funestamente acabará para la ciudad.
Por lo demás Mendizabal está condenado en esa Metahistoria, consumida por millones de lectores que la suelen tomar como “Historia”, al olvido o al escarnio. Cito así aquí hoy, una vez más, a un popular novelista británico, Bernard Cornwell, como ejemplo. A ese respecto, en el que pasaba en España por ser el primer episodio de la serie de su fusilero Richard Sharpe, “Sharpe y el águila del Imperio”, se falsea descaradamente lo que ocurrió pocos meses antes de la Batalla de Alba de Tormes en Talavera.
Según el conspicuo Cornwell las tropas españolas mandadas allí por el general cántabro Gregorio García de la Cuesta, salieron corriendo del campo de batalla asustadas por el ruido de la descarga de sus propios mosquetes… Algo que según Cornwell, al que cito literalmente, “desgraciadamente no es inventado”…
Es evidente que Cornwell una vez más ha leído sólo una versión sesgada de los hechos que ha sido desmontada por historiadores como José Luis Calvo Albero, que en su “1809: la campaña del Tajo”, aun reconociendo la huida parcial de sólo parte de las tropas españolas en cierto momento de la batalla, señala que fue un detalle irrelevante gracias a la rápida reacción de las unidades de reserva también españolas…
Con antecedentes así debería haber pocas dudas sobre el modo sistemático, intencional, bien respaldado -según todas las señas- con el que en los últimos veinte, treinta, cuarenta años… se ha despedazado la Historia española en uno de los momentos en los que juega un papel capital -las guerras napoleónicas- para evitar -como parece ser que temía el finado Henry Kissinger- que ese país ofreciera, de nuevo, una imagen de fortaleza que en su mente -bastante desorientada- habría dado lugar a… ¿exactamente qué? ¿Un imperio de Carlos V revivido? ¿Un Felipe II igualmente redivivo organizando armadas invencibles (esta vez sí) cargadas de inquisidores dispuestos a recatolizar Gran Bretaña? Es todo tan absurdo que resulta difícil creer que ideas tan delirantes hayan anidado en una mente que pasaba por ser astuta y brillante. Y lo que es peor: que haya habido y aún haya hoy muchos dispuestos a endosarlas y secundarlas…
Ante eso hay que aplaudir (y muy efusivamente) los esfuerzos, verdaderamente heroicos, de ayuntamientos como el de Alba de Tormes para dar a conocer y hacer valorar en su justa medida esos acontecimientos históricos. En su caso los que tuvieron lugar allí en noviembre y diciembre de 1809. Como lo ha vuelto a hacer este sábado pasado. Por si el dato interesa a alguna autoridad ministerial española responsable -o supuestamente responsable- de este ramo.
Se ha recordado allí así, en Alba de Tormes, esa otra retirada hacia la victoria de 1809. Bien hecho está pues. Como todo lo que sea sacar la verdad y la cordura a flote ante los delirios y equivocaciones de grandes estadistas o de medianos escritores con medianos lectores (y más que medianos aprendices de Historia) que tanto tiempo llevamos soportando en un espectáculo que bien se podría calificar de bochornoso.